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¿Un 11-M en Venezuela?

Fuentes:

He podido leer recientemente en la prensa venezolana a dos o tres analistas de encuestas que, si bien otorgan una victoria segura a Hugo Chávez en las elecciones del 3-D, también recuerdan lo que pasó el 11 de Marzo del 2004 en España, y las consecuencias que eso tuvo en los comicios de tres días […]

He podido leer recientemente en la prensa venezolana a dos o tres analistas de encuestas que, si bien otorgan una victoria segura a Hugo Chávez en las elecciones del 3-D, también recuerdan lo que pasó el 11 de Marzo del 2004 en España, y las consecuencias que eso tuvo en los comicios de tres días después. Es decir: que la victoria no es segura hasta que no se llega a la meta. Uno de estos analistas lo comentaba simplemente a título de curiosidad: cómo una elección casi cantada se tuerce a último momento por un acontecimiento extraordinario, fuera de lo normal. Otro de los analistas, y como muestra de su infinita mezquindad, casi esgrimía este argumento como una esperanza… «A ver si con un poquito de suerte mueren unos doscientos venezolanos de golpe y damos vuelta a las encuestas», parecía desear entre líneas. Pero recordemos qué es lo que pasó aquel día en Madrid, hace dos años y medio.

A cuatro días de las elecciones parlamentarias, que además definirían quién sería el presidente de gobierno por los siguientes cuatro años, el Partido Popular de Mariano Rajoy, protegido de José María Aznar, se perfilaba como seguro vencedor de las mismas, con una cómoda ventaja sobre Zapatero, candidato del PSOE. Pero no fue así. El jueves anterior a esos comicios, estallaron varias bombas en trenes de la red de transporte madrileño, cuando éstos iban llenos mayoritariamente de estudiantes y trabajadores (las explosiones tuvieron lugar alrededor de las siete de la mañana). Murieron 191 (cientonoventa y una) personas y el gobierno de Aznar (PP) se apresuró a culpar del atentado a la banda terrorista ETA, con el único argumento de que la misma era la responsable de prácticamente el 99% de los ataques con bomba en suelo español, aunque el método del mismo, así como sus objetivos, diferían totalmente de los llevados a cabo históricamente por el grupo separatista. Todavía sin ninguna prueba, y cargado con la «propia certeza» como única evidencia, Aznar llamó personalmente a los directores de los principales medios televisivos y escritos para asegurarles que la autoría era de ETA, y el ministerio de Asuntos Exteriores dio instrucciones precisas a todos sus representantes en el exterior -embajadores, cónsules, personal diplomático- de que divulgaran su «certeza» a los cuatro vientos. En España nadie lo contradijo: expresar públicamente alguna duda sobre la autoría de los atentados era, a efectos prácticos de opinión pública, lo mismo que defender a la banda armada. Pero sólo se necesitó un día para que empezaran a asomar algunas dudas: ETA negó enérgicamente ser autora de las explosiones, cuando nunca han tenido problemas en admitir su participación en hechos violentos (ellos nunca niegan: «justifican»). Una serie de evidencias -como una furgoneta abandonada por los presuntos autores materiales- fueron despejando la verdad: ETA no había tenido nada que ver con los ataques, y sí una célula terrorista de inspiración islámica. Quedó a la vista el miedo del gobierno del PP a indagar en esa dirección, puesto que muchos votantes podrían interpretar los atentados como un castigo al apoyo del gobierno español a la invasión de Irak. El PP mintió e hizo creer a todos una mentira por el simple pánico a perder el poder. Tres días después de la masacre se celebraron las elecciones en un clima tenso pero dentro de la normalidad y, contra todo pronóstico, el PSOE remontó casi diez puntos de desventaja y superó holgadamente al PP, convirtiéndose así Zapatero en presidente de gobierno. Un hecho violento y la poca o nula transparencia del gobierno invirtieron las encuestas en un abrir y cerrar de ojos.

¿La moraleja? Una elección cantada, una victoria segura, pueden irse al traste si un acontecimiento de gran magnitud es capaz de golpear a los electores de modo tal que cambien su voto, o los que pensaban abstenerse salgan a ejercerlo motivados por el mismo.

La mayoría de las personas se limitarán a enteder la moraleja, sin encontrarle una «utilidad», pero desgraciadamente algunos segmentos de la oposición venezolana -minoritarios, pero con poder y locura suficientes como para cualquier cosa- pueden tomar la lección histórica como una estrategia a seguir. Hay que estar atentos. Ellos saben que las encuestas no les favorecen y que queda muy poco tiempo para torcerlas de manera democrática. Y el desespero es muy mal consejero. Pueden buscar un escenario de confrontación pre o post electoral, provocando que se pierdan algunas o muchas vidas: si también son vidas opositoras les trae sin cuidado, de todos modos esas vidas nunca serán las de los organizadores. Ya están anunciando que «la trampa está montada», que «hay que salir a las calles», que «las FAN -fuerzas armadas- tendrán que elegir si disparar a los venezolanos o no», etc. Ellos saben perfectamente que, sacando miles de personas a la calle gritando «fraude» no ganarán nada, porque los partidarios de Chávez también saldrán a la calle, en este caso a festejar y defender la victoria. En las mismas calles se vería la ventaja en número de los partidarios del gobierno, y el cuento del «fraude» caería por su propio peso. Además de manipular a sus seguidores haciéndoles creer que el gobierno «robó» las elecciones a Manuel Rosales, estos envenenadores sin escrúpulos necesitarán un estallido violento de alguna clase. Los opositores más radicales y disociados SABEN que SIN SANGRE, sus movilizaciones no conseguirán NADA, porque son MINORÍA.

Por eso, ¡ojo pelao! Si finalmente el 3-D se anuncian los resultados que predicen las encuestas nacionales e internacionales, hay que ser muy astuto y no caer en las provocaciones de una minoría peligrosa y desquiciada, que ni siquiera representa al 10% de la oposición, pero que tiene MUCHO PODER, el poder suficiente como para arrastrar masas humanas con sus engaños y desvaríos. No hay que subestimarlos, y sobre todo, pensar en frío. Cuando vayan a provocar hechos de violencia, hay que detenerse y darse cuenta de una cosa: ESO ES PRECISAMENTE LO QUE ELLOS QUIEREN. No hay que darles el gusto.

Esto va tanto para seguidores del presidente como para aquellos que lo adversan:

A los que lo adversan, no se dejen manipular.

A los que lo apoyan, no caigan en provocaciones.

A todos: SEAMOS RESPONSABLES CON VENEZUELA.

Venezuela ya sufrió un 11-A: esperemos que algunos aventureros no intenten un 11-M en esta ocasión.