Para Charo Fernández Buey.
Unas 350 personas hemos llenado la sala del tanatorio barcelonés. Cincuenta de ellas han tenido que permanecer de pie durante unos dos horas. ¿Le hubiera gustado a Paco Fernández Buey el acto que hemos concelebrado este mediodía, lunes 27 de agosto [1], a partir de las 13 horas en el Tanatori de Les Corts?
Sí, le hubiera gustado, no me cabe la menor duda. ¿Por qué? Porque ha sido, mirado como se quiera mirar, un acto limpio, sabio, sentido, hermoso y verdadero. Con emoción contenida, como a él le gustaba.
Han hablado, nos han hablado, Eloy, su hijo, el hijo de Paco y Neus Porta; su amigo y compañero, el poeta Jorge Riechmann, y su discípulo y amigo, el profesor de la UPF, Jordi Mir.
Ha sido su hijo, el escritor Eloy Fernández Porta, quien ha iniciado la ceremonia con una emotiva y hermosísima intervención. Inolvidable: con la sabia y amigable ironía que a Fernández Buey le encantaba. Algunas anécdotas biográficas -militares y antimilitaristas- de Paco, han servido a Eloy para trazar las coordenadas esenciales del compromiso social que su padre mantuvo durante toda su vida: sólido, verdadero y bondadoso. Fue en serio.
El texto del profesor y poeta Jorge Riechmann, admirado maestro de tantos de nosotros, se editará en los próximos días en la red. No se lo pierdan. Vale su peso en belleza, profundidad, rigor intelectual y conocimiento de la obra y vida de su amigo y compañero.
Jordi Mir, un joven discípulo y amigo que ha estado al lado de Paco hasta sus últimos momentos, ha presentado con emoción un texto que escribieron hace unos tres años él mismo y el propio Paco sobre las bondades de ser antisistema y las falacias que rodean el uso abyecto e interesado del concepto. Lo ha explicado, lo ha leído como debe leerse un texto: con claridad, sentido y emoción. También ha recordado y destacado algunas notas que se han escrito estos días sobre la figura y la obra del autor de La gran perturbación [2], un enorme ensayo sobre el que Jorge Riechmann ha puesto el énfasis debido.
Ha sonado a continuación un fragmento de la Internacional. No podía ser de otro modo: si algo fue Paco, fue eso, un internacionalista consecuente. La letra del gran himno obrero le sirvió de guía en una de sus grandes aproximaciones a la alterglobalización. A Paco le gustaba recordar aquello que ni en Dios ni en reyes ni en tribunos (solía poner énfasis en esta última negación [3]) se ubicaba la salvación de la humanidad. Estaba, decía, lejos, muy lejos, en otras coordenadas muy distintas y muy alejadas. ¿Dónde? En nosotros: «nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor».
Y luego ha irrumpido lo esencial, el milagro laico del encuentro, un acontecimiento de religación comunitaria. Un aplauso, un aplauso interminable de todas y todos los asistentes mientras los trabajadores del tanatorio trasladaban el ataúd. Nadie quería dejar de aplaudir, nadie. Nadie quería dejar partir a Paco, estaba con nosotros y seguirá estando con nosotros. No podíamos, no queríamos vivir en una orfandad insoportable. Estábamos reconociendo medio siglo de lucha antifranquista, de resistencia, de persecuciones, de admirable magisterio, de combate comunista democrático, de profundidad filosófica, de amor inconmensurable a la cultura (en el mejor sentido del concepto, que lo tiene por supuesto), de compromiso ciudadano con los más desfavorecidos, de estar siempre dispuesto, y de mil cosas más. Un espejo en el que nos hemos mirado y en el que podemos y seguiremos mirándonos.
Eloy, Jorge y Jordi han hablado de seguir adelante, de proseguir, de no quedarse paralizarse. El mejor homenaje, el reconocimiento ininterrumpido, que podemos hacer al autor de Leyendo a Gramsci es seguir abonando la senda que él nunca dejó de transitar y cuidar.
Un amigo suyo, otro gran gramsciano como él, describía así la tarea de aquella hora -también nuestra hora- en el primer número de mientras tanto, una de las revistas que también Paco más hizo suyas: «la tarea -escribía Sacristán y compartían todos los editores- que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo».
Paco Fernández Buey hizo mucho, muchísimo, todo lo que puedo y bastante más -con las consecuencias difíciles, duras y amargas en ocasiones (como las de su amigo Paco Téllez) que todos conocemos o podemos imaginar- para que despuntara esa humanidad justa en una Tierra habitable. ¿Y nosotros? ¿A qué estamos dispuestos?
Su aventura, definitivamente, como la de su compañera Neus Porta, no fue de ínsulas, sino de encrucijadas [4]. ¿Y la nuestra?
Me olvidada: y sin autoridades ni Iglesias, como también a Paco le hubiera gustado. Le veo reír complacido desde donde sigue mirándonos y enseñándonos.
Notas:
[1] El mismo día que falleció hace 27 años su maestro, amigo, compañero y camarada Manuel Sacristán.
[2] Fue reeditado por El Viejo Topo.
[3] Título también de un libro de Francisco Fernández Buey y Jorge Riechmann publicado por Siglo XXI.
[4] Es el título cervantino que Francisco Fernández Buey eligió para su artículo sobre Sacristán en el especial que mientras tanto (nº 30-31º, 1987, pp. 57-79) dedicó a la figura y la obra del autor de los «Panfletos y materiales».
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