Foto: Richard Elzey cc Atención: Este texto no está recomendado para personas con hipersensibilidad a las fechas en las que nos encontramos. Tampoco para aquellos que aspiran a pasar unas Navidades tranquilas y sin quebraderos mentales. Consúmase solo bajo la supervisión de ecologistas recalcitrantes o activistas anticonsumo con más de 3 años de batalla […]
Foto: Richard Elzey cc
Atención: Este texto no está recomendado para personas con hipersensibilidad a las fechas en las que nos encontramos. Tampoco para aquellos que aspiran a pasar unas Navidades tranquilas y sin quebraderos mentales. Consúmase solo bajo la supervisión de ecologistas recalcitrantes o activistas anticonsumo con más de 3 años de batalla a las espaldas.
Bienvenidas, bienvenidos. Y gracias por llegar hasta aquí. Espero que me acompañen hasta el final. Quizás el mensaje del principio era un poco alarmista, pero prefería evitarle sorpresas desagradables. Para que nos agiten la sesera sin previo aviso ya está el resto del año, ¿no creen? Aunque he de reconocer que me sigue fascinando cómo pasemos del catastrofismo más absoluto al flower power de una manera tan a la ligera y radical a la vez.
Estamos en plenas fiestas y, aunque aún no he conseguido encontrar ni una sola estadística que demuestre que hacemos más donaciones a oenegés, nos llueven los abrazos y los buenos deseos, todos de agradecer, por cierto. Sin embargo ese despliegue de ternura, solidaridad y generosidad tan desorbitado tiene sus contraindicaciones: nos da carta blanca para resetear y olvidarnos, durante 15 días, del impacto de nuestras acciones. Esta es la cara de la Navidad ante la que nos volvemos sordos y mudos, aunque el hecho de no querer verla no significa que no esté ahí.
«No trabajo en Sevillana»
Esta es, posiblemente, la frase más repetida por los padres españoles. La usan en invierno, porque hay que encender la luz a partir de las 6 de la tarde, y en verano, porque consume mucho el aire acondicionado. Eso sí, del 21 de diciembre al 7 de enero, estamos libres de pecado y protegidos de toda perturbación, ven, señor Nadal. Las titilantes luces navideñas 24/7 no consumen. O sí. Según un estudio de la nueva comercializadora de electricidad Podo, en estas fechas gastamos un 20% más de energía, de la que un 3% se debe a la decoración; el resto del incremento se asocia al mayor uso de luz y electrodomésticos en general. Luego, en enero, lo sufrimos en la factura, pero hasta que llega esa fecha es el medio ambiente el gran damnificado: en nuestro país, la iluminación navideña de cada hogar es responsable de la emisión de 25 kilogramos de CO2 a la atmósfera, el equivalente a hacer un viaje de 145 kilómetros en coche. Multipliquen eso por el número de casas habitadas y a rebosar de gente en Nochebuena y a ver cuál es el resultado.
«Arbolito, arbolito, campanitas te pondré»
Nadie nos pide que seamos menos que Gloria Estefan: todo español tiene derecho a reivindicar su árbol de Navidad, igual que a estar informado de su huella de carbono.
Según un informe de la organización británica Carbon Trust, un árbol natural del que nos deshacemos apropiadamente (o sea, que cuando muere acaba convertido en astillas para carpintería o es quemado como leña) tiene una huella de carbono de 3,5 kg de CO2. No es inocuo, pero su huella de carbono será menor que la de un árbol artificial que alcanza hasta los 40 kg de CO2. Para que uno de plástico sea sostenible tendremos que reutilizarlo durante, al menos, 12 años, pero cuando nos libremos de él el plástico seguirá sin ser biodegradable.
El mismo criterio es aplicable a otros elementos decorativos y a muchos de los regalos que entregamos en estas fechas. Por los materiales con los que están fabricados, sus componentes y sus procesos productivos, acaban teniendo un alto coste medioambiental. Mucho más si los renovamos cada temporada para ir a la moda.
El envoltorio maldito y otros residuos
Seguro que les ha pasado alguna vez. Pasarse horas y horas [dramatización] de esa mañana de Reyes luchando para abrir el regalo más deseado del año. Que si una cinta, que si una capa de papel de colores, que si el adhesivo, que si la caja, el cartón, la bolsita independiente y sellada para cada pieza, y los 10 manuales de instrucciones, ¡incluyendo el de latín y el de esperanto! Todo eso, que en principio, quedaba bonito, adquiere después un nombre tan poco sexy como el de basura. Ecodes decía hace unos años que en Reino Unido todas las Navidades acababan en la basura 83km² de papel de regalo, lo suficiente para cubrir la isla de Formentera. No me atrevo a decir que ahora lo estemos haciendo mucho mejor.
Y no hablamos solo del papel. Ecovidrio asegura que durante estas fechas se recogen un 20% de los envases de vidrio que se reciclan a lo largo del año, aunque por ahora en nuestro país solo ponemos en el contenedor verde el 60% del total de botes y botellas que usamos.
En el caso de la comida, el otro gran dispendio de estas fechas, de media cada familia puede llegar a tirar en torno a un 25% de la comida que ha comprado, de acuerdo con un estudio publicado por IKEA las Navidades pasadas. Y eso después de habernos gastado un 12% más en la compra que durante el resto del año (datos de Nielsen). A pocos les agradará ver su dinero en el contenedor.
«Este ya es mi último polvorón, lo prometo»
Otro de los clásicos de las Navidades. ¿Les suena? ¡Qué serían un diciembre y un enero sin un buen empacho! A comer se ha dicho, pues parece inevitable que hombres y mujeres vayan a ganar entre 2 y 5 kilos durante estas Navidades, como advertía Grupo NC Salud.
El problema de esos dos kilos es que también afectan a nuestra salud, porque tendemos a ingerir alimentos más procesados, con más azúcares y sustancias nocivas.
Además, ese deseo de abundancia hasta la apoplejía nos hace más vulnerables al 2×1 y los grandes descuentos y nos ayuda a olvidar que muchos de los alimentos con los que agasajamos a nuestros invitados han recorrido hasta 5.000 kilómetros antes de llegar a nuestro plato o que pueden estar producidos de maneras poco sostenibles. Por no hablar de lo caro que le sale al planeta el abuso del consumo de carne y de pescado procedente de la pesca salvaje.
Cuesta de enero: inclinación, 35%
Por si cargar con todo lo ya mencionado fuera poco, las Navidades tienen una última consecuencia nefasta que las convierten en el periodo más insostenible del año: lo rápido e inesperadamente que se vacían nuestros bolsillos.
Tengamos más o menos conciencia medioambiental y social, esta es una fuente de estrés compartido y solidario; un verdadero despropósito, especialmente para quienes se acaban fundiendo la paga extra -los pocos que aún la reciben- antes de haberla cobrado. De acuerdo con las previsiones de las asociaciones de consumidores de comunidades autónomas como Extremadura y Castilla y León, cada familia española desembolsará en estas fechas en torno a 500 euros. Un gasto al que es difícil resistirse pese a sus efectos directos sobre la paz doméstica y nuestra salud mental cada cuesta de enero.
Con algún dato más en la nevera, dejo aquí este relato de catastróficas desdichas, con las que, pese a todo, espero que no se le indigesten las Navidades. La buena noticia es que hay alternativas. Si quieren, hablamos de ellas en otra ocasión.
Hasta entonces, Felices Fiestas.
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Un-articulo-sobre-la-Navidad-que