«Hay lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando» Warren Buffet, citado por The New York Times, 26 de noviembre de 2006. Bastó que algunos recuperaran beneficios y reforzaran posiciones -con dinero público- para que los banqueros volvieran al redil de […]
«Hay lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando» Warren Buffet, citado por The New York Times, 26 de noviembre de 2006.
Bastó que algunos recuperaran beneficios y reforzaran posiciones -con dinero público- para que los banqueros volvieran al redil de Davos y entre todos olvidaran cualquier pretensión de cambiar de dogmas y renunciar a ciertos privilegios. Si ante la presión ciudadana los gobiernos se atreven a amagar con tasas Tobin o similares, los «mercados» tienen que dar un golpe de mano. Como dice Nicolas Sarkozy, lo más que se puede hacer es «moralizar el capitalismo», lo que por lo visto pasa por demonizar el déficit público -como en los viejos tiempos de Maastricht-, por culpabilizar a los ancianos que osan vivir sin someterse más al trabajo asalariado y a los trabajadores que se resisten a sufrir la enésima reforma del mercado laboral, y por criminalizar a determinadas categorías de inmigrantes.
Por más que se nos quiera convencer de lo contrario, la llamada crisis financiera refleja una crisis sistémica del capitalismo, lo que incluye un aspecto esencialmente político de gobernabilidad. En medio de las turbulencias provocadas por el crack financiero de 2008, fueron muchos los dedos que apuntaron a la luna, pero con cifras ligeramente positivas de PIB ahora pretenden que sólo miremos la uña del dedo, y con gafas distorsionadas.
Países que han superado -provisionalmente- la recesión, países que continúan en recesión económica, y países cuyo PIB no ha dejado de crecer. Fuente: The Guardian
Durante estos últimos meses los neoliberales más recalcitrantes vuelven a sacar pecho, como si no hubiera pasado nada. En la pelea ideológica en la cumbre por «salvar» el capitalismo encontramos, por un lado, a los Warren Buffet que, como en la era Bush de los regalos fiscales, pretenden seguir ganando sin hacer compromisos ni concesiones; y, por otro, quienes se preocupan por resolver las contradicciones del capitalismo, integrar el antagonismo social, y asegurar su sostenibilidad mediante la adopción de un New Deal. Pero todos ellos pretenden minimizar las transformaciones democráticas.
La burbuja inmobiliaria y los derivados financieros permitieron durante los últimos treinta años compensar la pérdida del poder adquisitivo de los salarios y esbozaron una manera de valorar -y controlar- la producción biopolítica de la sociedad. Si los keynesianos apuestan por impulsar la demanda por la vía del gasto público, los neoliberales confiaron -y todavía confían- en que la generación de plusvalías de los mercados financieros mediante el endeudamiento generalizado, aún de las franjas más pobres o precarizadas (y con más riesgo de insolvencia), cumpla el mismo papel. Pero si, como sucede ahora, las finanzas no logran compensar la disminución del salario medio, se acaba socavando la base social de la producción y poniendo en riesgo los mismos privilegios que se desean mantener. Esta es la gran contradicción del capitalismo contemporáneo:
«la incompatibilidad de una ganancia desigual con la necesidad de ampliar la base financiera para continuar desarrollando el proceso de acumulación. Este nudo contradictorio no hace sino poner en evidencia una irreductibilidad (un exceso) de la vida de buena parte de los sujetos sociales a la subsunción [del capital] (ya sean fragmentados singularmente o bien definibles en segmentos de clase).« *
La crisis europea, con los recientes ataques especulativos a cuenta de la deuda soberana de los países mediterráneos, es una buena muestra de estas contradicciones, y de la dificultad de encontrar una salida política con las vigentes estructuras neoliberales de gobierno. La prensa española cita a Paul Krugman cuando afirma que es España, y no Grecia, el epicentro de las tribulaciones financieras de la zona euro, pero ignora deliberadamente el centro de su argumentación: que el problema no es la irresponsabilidad fiscal de Grecia o España (que tenía el famoso superávit antes de la crisis y cuya deuda pública sigue siendo hoy baja comparada con otros países de la OCDE), sino el hecho de tener «una unión monetaria sin una integración fiscal y del mercado laboral.» Es decir, sin una integración política. Un New Deal como el que reclaman los neokeynesianos como Krugman sólo es posible en un marco supranacional que en Europa, a pesar del Tratado de Lisboa, no existe. Esto tiene consecuencias para países como España:
- España no puede devaluar su moneda. Desde que se adoptó el euro ya se sabía que a falta de poder realizar ajustes en el tipo de cambio nominal, los inversores exigirán un ajuste en el tipo de cambio real deprimiendo precios y salarios (véase lo sucedido en Letonia). Si Alemania se lo puede permitir es porque exporta la crisis a la periferia europea. Como afirman Pascal Canfin, Daniel Cohn-Bendit y Sven Giegold en Le Monde, en una zona integrada económicamente como la zona euro, los déficits de unos forman los excedentes de los otros.
- Los Estados europeos periféricos tampoco pueden contar con transferencias federales como California o Florida en los Estados Unidos. El presupuesto comunitario no puede superar el 1 % del PIB, mientras que el presupuesto federal estadounidense alcanza el 20%. El rechazo a apoyar al Estado griego con fondos del presupuesto de la Unión Europea tiene que ver con la obsesión por mantener dicho techo presupuestario, que podría romperse si se diera una avalancha de peticiones de ayuda.
- En el marco del fracasado pacto de estabilidad y crecimiento, el gobierno español -más papista que el papa- se ve obligado a comprometerse a reducir el déficit público por debajo del 3% de aquí a unos pocos años aunque países como Alemania o Francia no lo hayan respetado cuando convenía hacerlo, mientras el Banco Central Europeo sigue teniendo como prioridad en su política monetaria contener una inflación inexistente.
- La fiscalidad de los Estados, heredada en lo básico de la era fordista, se basa en una imposición indirecta o directa -sobre la renta salarial- que no es progresiva, ni justa, ni suficiente. Como recuerda Martín Seco, el déficit público español -como el de otros países- se debe fundamentalmente al descenso de la recaudación, no al incremento del gasto público. Este déficit sigue siendo más bajo que el de otros países de la eurozona. Y la banca española, que reclama un recorte de los salarios, omite mencionar que el endeudamiento en España es sobre todo privado.
Deuda pública como porcentaje del PIB, en 1997 y 2007. La deuda pública española en relación con su PIB es relativamente baja, en comparación con otros países de la OCDE. Fuente: OCDE, tomado del blog de P. Krugman
A falta de ingresos vía impuestos, los Estados recurrieron a la emisión de bonos de deuda para apoyar al sistema financiero, sembrando las condiciones para una nueva burbuja. Amarga ironía: los acreedores privados han aprovechado esta coyuntura y las carencias políticas de la zona euro, para fomentar la desconfianza sobre las capacidades de los Estados para reembolsar su deuda y atacar de este modo los sistemas de protección social en Europa. No es sólo que quieran obtener elevados beneficios, como George Soros cuando provocó la devaluación de la libra esterlina en 1992; el objetivo es imponer determinadas políticas. Pretenden evitar que los gobiernos lleven a cabo políticas de estímulo de la demanda mediante el gasto social y sobre todo quieren evitar cualquier evolución política que implique una reapropiación colectiva de la riqueza producida socialmente.
El ataque financiero debe considerarse, por tanto, un ataque preventivo, lo que en un lenguaje mafioso se llamaría «una lección». Es el tono matón de los diarios financieros: «si el joven Papandreu falla esta vez, Grecia será castigada aún más duramente«, advierte The Economist. Si los inversores se ensañan con Grecia no se debe a la incompetencia o corrupción de sus gobiernos, sino a su «debilidad» frente a la presión social a favor de cambios radicales, puesta de manifiesto en el vuelco electoral de octubre de 2009. Ya en diciembre de 2008, a los pocos días de que estallara la gran revuelta que se extendió por todo el país tras la muerte de Alexandros Grigoropulos, el margen adicional de interés (spread) que se cobra con respecto al tipo de interés de los bonos alemanes alcanzó los niveles más altos desde que Grecia adoptara el euro. En el caso español, se teme que en el futuro el gobierno pueda embarcarse en políticas «equivocadas», algo que el presidente del Banco Santander Emilio Botín, gran valedor -y beneficiario– de José Luis Rodríguez Zapatero, se ha apresurado a desmentir. Mientras chispazos como el griego no inflamen Europa, no habrá nada que temer, aunque haya millones de parados. ¡España no será Argentina, ni Islandia! Botín, como Buffet en su día, tiene claro quiénes se están saliendo de momento con la suya. Nosotros seguimos debatiendo cómo demostrar que se equivocan.
* «Nada será como antes. Diez tesis sobre la crisis financiera«, Andrea Fumagalli (comp.), La gran crisis de la economía global, Traficantes de sueños, octubre de 2009.
Fuente:http://www.javierortiz.net/voz/samuel