Como una institución que sirva para ayudar al desarrollo de los países latinoamericanos y que, a la par, sea un freno a los desmanes económicos y sociales contra esos pueblos cometidos durante décadas por el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), acaba de surgir en el reciente cónclave de Río de Janeiro, […]
Como una institución que sirva para ayudar al desarrollo de los países latinoamericanos y que, a la par, sea un freno a los desmanes económicos y sociales contra esos pueblos cometidos durante décadas por el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), acaba de surgir en el reciente cónclave de Río de Janeiro, el Banco del Sur (BS).
Resultó altamente halagüeño que en la reunión de los ministros de Economía y Finanzas de Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay y Paraguay, se alcanzara un consenso sobre el Acta Funcional de esa institución, que oficialmente verá la luz cuando el próximo 3 de noviembre los presidentes de esas siete naciones se reúnan en Caracas, para rubricar su definitivo nacimiento.
Aún quedan cuestiones jurídicas, técnicas y financieras por definir, como el capital que aportará cada país. Se conoció que independientemente del aporte, cada miembro contará con un voto dentro del Consejo Administrativo (organismo máximo de decisión) y que la sede del Banco estará en Caracas, con subsedes en Buenos Aires y La Paz.
La idea fundamental ha sido la de contar con un organismo dirigido por las naciones de América del Sur que no tenga que oír ni cumplir las directivas impuestas a lo largo de la historia por los organismos financieros internacionales, dominados por las naciones desarrolladas en detrimento de las más pobres.
Como es de suponer, la iniciativa no ha sido del agrado de los países ricos y de las transnacionales que mediante los medios de comunicación y del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), han tenido maniatados y controlados económica y políticamente a la gran mayoría de los pueblos del Tercer Mundo.
Tras la reunión de Río de Janeiro varios periódicos, controlados por el gran capital, iniciaron los ataques contra la nueva institución tercermundista al tratar de sembrar la discordia entre los países firmantes para que el Banco del Sur no llegue a un final feliz.
Les incomoda a esos medios de comunicación capitalista, a Estados Unidos, a la Unión Europea, el BM y al FMI que el Banco del Sur encamine sus pasos a fomentar proyectos regionales de desarrollo e integración, con respaldo a proyectos sociales prioritarios, en países empobrecidos y con un déficit crónico de infraestructura.
En momentos de auge nacionalista y progresista que hoy vive Latinoamérica, el nacimiento de la nueva entidad financiera sudamericana representa tres importantes aristas para la región: soberanía financiera; mayor integración para enfrentar las políticas económicas de los poderosos en contra de las naciones menos desarrolladas, e independencia a la hora de encauzar sistemas políticos a favor de sus pueblos.
La idea inicial del BS fue presentada hace varios años por el presidente venezolano Hugo Chávez Frías. Su homólogo argentino, Néstor Kirchner le dio un espaldarazo y posteriormente lo apoyaron Bolivia, Ecuador, Uruguay, Paraguay y Brasil.
BM, FMI, BID Y EL CONSENSO DE WASHINGTON
Un poco de historia resulta esencial. El FMI y el BM fueron creados en julio de 1944 durante las negociaciones de Breton Woods, en New Hampshire, al noreste de Estados Unidos. El primero, en teoría, tenía como motivo principal apoyar con créditos a los países que sufrían dificultades de pago, mientras el segundo ayudaría a las naciones pobres, con préstamos favorables para inversiones en educación, infraestructura y sanidad.
En la práctica y sobre todo en las dos últimas décadas, esos organismos financieros internacionales han agravado la pobreza de los países que aceptan sus condiciones para hacer uso de los créditos otorgados.
En años recientes, crisis profundas de incertidumbres económicas han sacudido a Ecuador, Bolivia, Perú, México, Nicaragua, Brasil y Argentina, y sus pueblos se han rebelado contra las medidas neoliberales impuestas por los gobiernos a instancias de los acreedores financieros internacionales.
El caso más grave fue el de Argentina, que durante toda una década se había presentado como modelo de desarrollo neoliberal, y al derrumbarse económicamente el país obligó al FMI y al BM a hacerse por primera vez una autocrítica, aunque muy leve.
En 1989, las prácticas neoliberales y de privatización de las empresas públicas iniciadas a fines de la década de 1970, tomaron fuerza inusitada tras el llamado Consenso de Washington que hasta la fecha marca las políticas de presión hacia las naciones del Tercer Mundo, signadas por los organismos financieros internacionales
Se le llamó Consenso de Washington a la coincidencia de opiniones (que ya no era nada nuevo) entre los diseñadores y gestores de la política internacional estadounidense y los organismos financieros internacionales, que por otra de esas «coherencias» tienen sus sedes en la capital norteamericana como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Entre los acuerdos fundamentales a que llegaron los integrantes de aquel cónclave y que han regido las políticas financieras mundiales en los últimos 15 años, aparecen los siguientes: reducción del papel del Estado en la economía; privatización de empresas estatales; eliminación de los déficit públicos y fijación de políticas cambiarias «realistas».
De esa forma, con inusitada prepotencia, Estados Unidos y esos tres bancos, se han arrogado el derecho y la potestad de dirigir las líneas económicas de las naciones del orbe, y quienes se nieguen a seguirlas no podrán disponer de empréstitos o financiamientos para un hipotético desarrollo.
En la mayoría de las ocasiones, los préstamos obtenidos tras denigrantes transacciones, se convierten en impagables pues a estos se suman los elevados impuestos que las débiles economías de las naciones «beneficiadas» no pueden sufragar.
Este dato resulta elocuente: los países sudamericanos reciben un 2,2 % de interés por los fondos que depositan en organismos financieros multilaterales y pagan tasas de hasta un 12 % por su deuda exterior de los créditos recibidos.
Es decir, la deuda con el organismo continúa creciendo y los gobiernos se hacen más dependientes de los emporios financieros, pues los socios están obligados a aceptar y adoptar las medidas que se les impongan para poder tener acceso al capital extranjero.
De ahí la importancia del BS, una institución que en sus enunciados prevé ayudar al financiamiento de proyectos de desarrollo endógenos binacionales o multinacionales, y garantizar el ejercicio de los derechos humanos, sociales y culturales de sus poblaciones, como los servicios de salud, educación y deportes.
El Banco del Sur es una alternativa al FMI, BM y Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y representa un fuerte golpe al hegemonismo financiero, económico y político que han ejercido durante décadas esas instituciones.