Es una experiencia rara pero excitante darte cuenta -en algún momento durante la lectura de un libro- de que tienes en tus manos lo que está destinado a convertirse en un clásico. Este libro de Neeladri Bhattacharya es nada menos que una obra magistral del oficio de historiador: dice cosas importantes con profundidad, con un análisis que es a la vez de gran alcance pero detallado, amplio y cuidadoso; lleno de nuevos enfoques e historias interesantes; y todo ello bellamente escrito. Pero este libro brillante nos proporciona mucho más que simplemente conocimientos históricos. Abre diversos términos, categorías y constructos analíticos que se despliegan regularmente en diversas ciencias sociales, como la economía, la política y la sociología, para generar una visión mucho más meditada y matizada de sus orígenes y significados.
El argumento central de este libro es que la conquista colonial agraria del norte de India fue una conquista profunda desde muchos puntos de vista, yendo mucho más allá de la explícita y dramática (y a menudo violenta) afirmación del control desde arriba que podía ser fácilmente observado. Operaba igualmente y posiblemente más primordialmente -aunque más silenciosamente y durante un largo período- desde abajo, “desarrollando un imaginario nuevo y habilitante por el que al universo rural se le podía hacer empezar de cero: revisualizado, reordenado, reorganizado y completamente transformado” (p. 1). Esto implicaba la introducción de nuevas categorías -derechos de propiedad y tenencia, asentamientos y aldeas- que fueron luego codificados mediante leyes e instituidos mediante costumbres. Al reconfigurar los términos utilizados para las relaciones sociales y los vínculos que mantenían unidas las comunidades, alteró realmente las ideas de espacio y tiempo, de lo que era legal y lo que era permisible. Dado que dio por sentada la agricultura campesina como norma, con el tiempo devaluó y negó la posibilidad de otras formas de medios de vida rurales y paisajes.
El libro se centra en el Punjab colonial, aunque tiene una resonancia mucho más amplia en el espacio, atravesando diferentes geografías, e incluso en el tiempo, dando pistas de algunas notables analogías contemporáneas. El relato de la conquista se enmarca en dos descripciones evocadoras de viajes a caballo: la primera, un relato literario en los primeros días del control colonial de la región en 1846, y la segunda un siglo más tarde, en vísperas de la independencia. El cambio desde el paternalismo muscular y masculino de la conquista colonial encarnado por Henry Lawrence a mediados del siglo XIX al viaje más sobrio y reflexivo de Malcolm Darling en el invierno de 1946-47 encapsula mucho más que un cambio de actitudes coloniales. El período intermedio es aquel en el que la realidad agraria en la que cabalgaron estos hombres había sido completamente transformada, no solo en el enfoque de los gobernantes coloniales, sino en la percepción y visión de los gobernados.
Comprender las «categorías»
Para los economistas y los sociólogos, algunas de las partes más fascinantes del libro de Bhattacharya son aquellas que tratan categorías y conceptos que demasiado a menudo se dan simplemente por sentados. Como alguien que hace décadas investigó el cambio económico agrario usando los registros de asentamientos de tierras coloniales, comprendí (con algún remordimiento) cuánto de mi análisis había estado basado en una visión excesivamente simplista de estas categorías. Pero este error está de hecho muy extendido entre los científicos sociales.
La “aldea” es una de estas categorías, incuestionablemente aceptada como el principio definidor de lo “rural” en India, como, de hecho, en otros lugares. La famosa frase de Gandhi que “India significa sus setecientas mil aldeas” fue tomada durante mucho tiempo como obvia y perentoria a la vez, y los científicos sociales habían tendido normalmente a igualar lo rural y el asentamiento en aldeas. Sin embargo, Bhattacharya demuestra que en el Punjab del siglo XIX la agricultura establecida en aldeas claramente delimitadas no era ni universal ni incluso la norma. Las aldeas se encontraban en las llanuras fluviales, que eran áreas de cultivo intensivo. En otros lugares había grandes tramos donde ni las aldeas ni la agricultura establecida estaban generalizadas -suponiendo alrededor del 60% de la tierra censada en 1870-. Dependiendo del paisaje (boscoso, semiárido, desierto y demás) había muchas formas diferentes tanto de asentamiento como de medios de vida, yendo del cultivo itinerante de secano al pastoreo. Pero los administradores coloniales trabajaban con una noción idealizada de la agricultura estable basada en la aldea, un enfoque que borraba efectivamente la legitimidad de otros espacios y formas de asentamiento, como bosques, matorrales, pastos, desiertos, praderas y regiones montañosas.
¿Cómo se hizo esto? El instrumento más importante fue la recaudación por asentamiento, que obligaba a constituir una “aldea” mediante registro y a asignar alguna forma de propiedad y/o derecho de ocupación sobre todas las tierras. Cada conjunto de registros de recaudación incluía una “historia” de la aldea, que validaba su existencia como un cuerpo espacial distinto aun si eso no era en absoluto como lo percibían los habitantes o las costumbres locales. Los llamamientos a la precisión eran confirmados por los registros de patwari [individuo de la autoridad local que mantenía los registros de propiedad y se encargaba de la recaudación de impuestos sobre la tierra. Nota del tr.], incluso cuando se buscaba que estos fuesen “modernizados” y adaptados al esquema colonial de las cosas. Más tarde fueron reforzados por el uso de la cartografía: los mapas y las valoraciones catastrales se convirtieron en instrumentos esenciales para el proyecto de ordenación, apropiación y dominio del paisaje. Bhattacharya presenta algunos mapas que señalan las contradicciones inherentes a la empresa, puesto que los entusiastas británicos buscaron imponer su idea de un orden agrario establecido sobre tramos áridos con modos de vida pastoral y residencia cambiante, o sobre áreas de colinas que reagrupaban aldehuelas dispersas y parcelas cultivadas en nuevos círculos de recaudación llamados mauzas, estableciendo límites que no existían en la realidad. Las aldeas de las llanuras fértiles se convirtieron así en el patrón al que todas las demás formas de residencia tenían que acomodarse forzadamente.
Paisaje rural reconfigurado
Estos procesos también implicaron afirmar -y en algunos casos reafirmar- jerarquías sociales tradicionales. Pero también tenían que plasmar peculiaridades locales en términos más generales que se ajustasen a las ideas coloniales de estratificación. Los manuales de recaudación coloniales clasificaron la sociedad del norte de la India en tenencias zamindari, pattidari y bhaichara, que eran puntualmente enumeradas cada año. Aunque estos reclamaban describir realidades rurales preexistentes, en realidad eran constructos coloniales que ‘redefinieron el significado de la costumbre, la forma de las relaciones sociales y el significado de propiedad” (p. 111), reconfigurando a efectos prácticos el paisaje rural en su totalidad.
Bhattacharya describe los esfuerzos desesperados de Baden-Powell y otros por traducir esta teoría de tenencias a la realidad operacional frente a la mucho mayor complejidad, fluidez y variación sobre el terreno. Esto significaba que los términos tenían que ser estirados, redefinidos y forzados a acomodarse a significados contrarios. “Sin embargo, aunque los funcionarios los encontraban inútiles, los términos se mantuvieron: engañosos y ficticios, pero al final indispensables” (p. 125-26). Esta clasificación de la tenencia se convirtió en otro instrumento de conquista agraria ya que todos los grupos sociales rurales fueron identificados no solo como residentes en aldeas, sino como miembros de comunidades operando con sistemas de tenencia particular definidos.
Esta camisa de fuerza supuso un impacto sobre las comunidades pastoriles en al menos dos trayectorias distintas. En algunas regiones, las tribus fueron forzadas a establecerse con una tasa sobre la tierra impuesta conjuntamente a los miembros de una tribu determinada. En otras partes, propiedades individuales eran unidas y declaradas ser una comunidad aldeana (burocráticamente instituida). Pero el orden que todo esto había supuestamente impuesto era efímero y a menudo ilusorio. “Los funcionarios exasperados encontraban imposible clasificar cualquier aldea particular en una única categoría. Diferentes partes de la aldea parecían ajustarse a las características de diferentes tenencias” (p. 141) hasta el punto en el que los registros de tenencia eran completamente confusos.
Esta clasificación y gradación de derechos basados en la sangre y el linaje consolidó de manera importante el patriarcado y la hermandad masculina, marginando a mujeres, castas y grupos que no podían pertenecer a linajes definidos. Como el poder colonial buscaba gobernar mediante instituciones locales, las hermandades de aldea que fueron así creadas fueron santificadas dando poder a los panchayats, que podían impartir justicia rápidamente sobre el terreno. Aunque la actitud del estado colonial hacia estos panchayats locales pasó por una evolución compleja, se convirtieron en un lugar crucial para la consolidación del poder patriarcal en las aldeas (tanto las originales como las creadas) con implicaciones a largo plazo para la distribución del poder rural así como para las mujeres y dalits en particular.
De la misma manera que los gobernantes coloniales codificaron la tierra en propiedades, también buscaron codificar las costumbres sociales. Sin embargo, el registro de la costumbre social que se convirtió en una característica de la política de paternalismo en Punjab, se hizo a través del prisma de las percepciones, convenciones y suposiciones británicas. Este proceso, además, estuvo plagado de orientalismo, la ansiedad de los gobernantes y las contradicciones asociadas. Esto fue evidente en la actitud hacia los pandits [brahmines eruditos, nota del tr.], quienes al principio fueron tratados como intermediarios en la transmisión de costumbres a los británicos, aunque los intelectuales de la Compañía de las Indias Orientales reclamaron progresivamente más autoridad moral para registrar y representar la tradición india. Desde un punto de vista efectivo, por tanto, la retórica de la costumbre se convirtió en un nuevo lenguaje de poder, legitimación y, en última instancia, de control. De la misma manera que con los derechos sobre la tierra, esto reforzó el patriarcado: al privilegiar la descendencia agnaticia incluso cuando las prácticas cognaticias habían sido predominantes anteriormente; haciendo que los derechos de las mujeres dependiesen de ideas de pureza corporal, y de divdersas otras formas.
Categorizaciones incongruentes
No obstante, este control colonial, si bien omnipresente, no fue nunca completo. Bhattacharya destaca que nunca fue capaz de crear un régimen regulatorio constante e incontestado que incorporase a los gobernados en él. En cambio, hubo espacios de confrontación y negociación -y se describen varios ejemplos fascinantes de tales rupturas y negociaciones, entre las que se incluyen casos judiciales que sacaron a relucir las contradicciones de las codificaciones coloniales-.
Estas contradicciones llegaron a ser aún más importantes con la aparición de la economía para el mercado, ya que los derechos y obligaciones tenían que ser expresados categóricamente en el lenguaje del contrato, de manera que incluso los vínculos afectivos adquirieron formas legales. Los administradores coloniales dieron por supuesto que las propiedades colectivas se desintegrarían con el tiempo, moviéndose hacia la partición en lotes individuales y luego la posesión individual. Sin embargo, las propiedades colectivas persistieron, a menudo porque podían ser “el ancla alrededor de la cual se movía la vida campesina” (p. 310). Por ejemplo, al posibilitar la emigración durante determinados períodos. Los intentos por reducir la fragmentación de las propiedades mediante la consolidación se hundieron igualmente con el tiempo, a medida que las grandes propiedades creadas mediante las concesiones de tierras fueron divididas en pequeñas parcelas y arrendadas para su cultivo.
La descripción de Bhattacharya de la colonización de los pastos y otras tierras comunales tiene una notable resonancia contemporánea. Examina las zonas de pastoreo de las praderas en altura al oeste del río Sutlej, donde la colonización empezó con el marcado (artificial) de lindes mediante la colocación de pilares de piedra, que al principio fueron simplemente ignorados por los locales porque la idea misma les resultaba completamente ajena. Luego estas se convirtieron en la base para imponer un impuesto –timi-. Esta se convirtió en una vía crucial para que se proclamase el poder colonial, puesto que fue más allá de los ingresos recaudados, hasta una aserción de derechos sobre las tierras cultivables, los campos de pastoreo e incluso las tierras salvajes. El timi se convirtió en última instancia en un instrumento para el asentamiento de grupos nómadas y su confinamiento en espacios demarcados, reforzado por los inevitables mapas con lindes a menudo fraudulentos contra los que hasta algunos funcionarios coloniales protestaron.
Pero este no fue un proceso fácil: la autoridad de las nuevas normas estuvo siempre en cuestión y a menudo era impugnada. La respuesta local contra esto era tratada con miedo y odio, hasta el punto que se atribuyó una avalancha de fuegos incontrolados a aldeanos malintencionados, aunque la investigación oficial determinó otra cosa. Pero los argumentos usados entonces todavía se pueden oír hoy. Veamos esto:
los funcionarios forestales se veían a sí mismos como portadores de la ciencia y la verdad, la razón y la racionalidad, y a los aldeanos como primitivos e irracionales, ignorantes y poco razonables. El proyecto de conservación era visto como una guerra contra la irracionalidad y la batalla contra aquellos vistos como pirómanos era considerada una lucha por la ciencia. (p. 372)
Esta contradicción se intensificaba con algo que sigue estando presente hoy: el uso mixto de la tierra, donde las tierras cultivadas y forestales no se pueden separar fácilmente, puesto que están más bien “interpenetradas”.
Conquista agraria de arriba abajo
De manera similar, el proyecto de desarrollo de canales en Punjab no iba solo de infraestructura rural, sino que se convirtió en un gran proyecto de ingeniería social. En las Colonias de Canales, funcionarios que se habían desesperado durante tanto tiempo por la falta de orden en el paisaje agrario podían imponer por fin su propio sentido del orden, puesto que el paisaje en su totalidad era parcelado en una red de líneas rectas: toda el área se convirtió en un “régimen de cuadrados”. Las aldeas fueron cercadas y delimitadas, con puntos de entrada y salida únicos -supuestamente para su propia protección, aunque esto hacía más fácil la vigilancia funcionarial y policial-. Esto estaba estrechamente relacionado con el cercado y demarcación de todos los campos. Hubo, por supuesto, reacciones locales a esto, especialmente por parte de pastores y otros excluidos por este proceso. Pero lo que es más importante, Bhattacharya destaca que la promesa de rendimientos mucho más altos en los tramos canalizados resultó ser un espejismo, principalmente por las barreras ecológicas que presentaban los anegamientos, la salinidad y sus impactos. “La ciencia no podía mantener fácilmente la arrogancia de la modernidad. La promesa de la modernidad se desmoronó, aquejada de las antinomias del desarrollo” (p. 435).
El experimento en las Colonias de Canales tipificó el patrón abiertamente de arriba abajo que Bhattacharya describe como una de las dos vías de conquista agraria, por las que el estado colonial buscaba imponer un orden completamente nuevo desde arriba. Por el contrario, la otra vía, descrita mayoritariamente en la parte anterior del libro, fue una conquista desde abajo, que procedía
lentamente, cuidadosamente, casi subrepticiamente” -una basada supuestamente en las costumbres e instituciones nativas, pero que, en realidad, “trazaron un nuevo mapa del paisaje, redefinieron las costumbres, reconfiguraron los derechos, reorganizaron las relaciones sociales y reordenaron los regímenes agrarios. (p. 436)
Inevitablemente, la distinción entre estas dos vías se derrumbó con el tiempo, puesto que la conquista agraria desde abajo no podía proseguir sin iniciativas estatales desde arriba.
Pero las contradicciones de este proceso -y las más amplias y más profundas contradicciones de la ideología paternalista del colonialismo en Punjab- solo llegó a hacerse evidente a partir de principios del siglo XX. Aunque Bhattacharya no trata este último periodo con una cierta extensión, su relato de las muchas formas de contestación y rebelión, del ejercicio de agencia por los gobernados en la segunda mitad del siglo XIX, permite una mejor comprensión de cómo un régimen así no podía sobrevivir un nuevo lenguaje de derechos individuales, y, sobre todo, la esperanza del grito universal de azadi [libertad, nota del tr.].
Hay, por supuesto, muchas más cosas en este maravilloso libro de las que se pueden mostrar en un breve intento de resumen. Pero la enseñanza más importante para este lector -más allá del análisis de conceptos ampliamente utilizados que son inadecuadamente comprendidos en demasiadas ocasiones- es que una conquista de proporciones hondas, profundas, e incluso fenomenales no tiene por qué ser siempre grandiosa y dramática; puede producirse mediante “la supuesta rutina, lo poco espectacular, los actos cotidianos que organizan la vida e institucionalizan prácticas” (p. 2-3). Dado que vivimos otro período de conquista hoy, posiblemente aún más complejo, esta visión es aún más poderosa.
Jayati Ghosh ([email protected]) del Centre for Economic Studies and Planning, School of Social Sciences, Jawaharlal Nehru University, New Delhi.
Texto original: Economic & Political Weekly » Journal » Vol. 54, Issue No. 51, 28 Dec, 2019 » A Classic of Agrarian History
Traducción de Carlos Valmaseda
Fuente: http://espai-marx.net/?p=7033