Traducido para Rebelión por Juan Vivanco
Costa-Gavras no carece de valentía política. Lo ha demostrado varias veces en el cine, al tratar asuntos incómodos: la dictadura de los coroneles en Grecia (Z), los procesos estalinistas de Praga (La confesión), el intervencionismo norteamericano en América Latina (Estado de sitio), los procesos políticos durante el régimen de Vichy (Sección especial), la represión en Chile en la época del general Pinochet (Desaparecido), la influencia de los medios en las democracias modernas (Mad City), el Vaticano y el nazismo (Amén).
En su nueva película, La cuchilla (Le couperet)(1), critica el ultraliberalismo, muestra los estragos sociales causados por la mundialización y llama la atención sobre esa suerte de nuevo salvajismo o nueva barbarie que podría originar un individualismo llevado a su paroxismo. Un argumento propio de Michael Moore tratado esta vez como película de ficción. La competitividad social y el sálvese quien pueda, nos dice Costa-Gavras, pueden llevar al crimen e incluso al asesinato en serie…
Pero no hay que alarmarse: no se trata de ninguna «película de tesis». Estupenda adaptación de una novela del famoso escritor estadounidense Donald Westlake, La cuchilla es una obra maestra de humor abrasivo que merece un lugar de honor al lado de Arsénico por compasión (Frank Capra, 1944) y, sobre todo, de Ocho sentencias de muerte (Robert Hamer, 1949).
Un buen día, un ingeniero joven y ambicioso ve cómo «la cuchilla» del paro se abate sobre su carrera. Le despiden sin contemplaciones debido a un proceso de «deslocalización» de su empresa. Una sola fábrica, que ha permanecido en Francia, podría contratarle. Pero hay media docena de ejecutivos que también están buscando empleo y tienen mejores CV que él. ¿Qué hacer? Sencillamente, eliminarlos uno a uno…
Es feroz y divertida, como en el mejor humor negro británico. Se podría llamar social-fiction. Una alegoría. Una historia ejemplar, pero ejemplar al revés, porque expone un ejemplo negativo. Una especie de cuento moral contemporáneo en el sentido que le daba a este término Voltaire, es decir, amoral.
Lo mismo que Voltaire, Costa-Gavras nos cuenta una situación amoral para despertar en nosotros el sentido moral. Y lo filma con una virtuosidad narrativa asombrosa, con un ritmo trepidante, sin tiempos muertos ni escenas inútiles. No se limita a presentar la vida criminal de un ejecutivo desesperado, sino también, con pequeñas pinceladas, rápidas, precisas y sensibles, toda una sociedad que se tambalea, un poco aturdida, con los golpes de la mundialización. Al mismo tiempo hace una descripción sutil de la pequeña familia del ejecutivo asesino que amenaza con disolverse.
Costa-Gavras, verdadero artista y centinela incansable, ha sabido una vez más reflejar el espíritu de un tiempo, el sufrimiento social -«la hosca y cotidiana cultura de la supervivencia o de la precariedad que domina silenciosamente la realidad francesa»-(2) que el cine de ficción, en Francia, tiene tantas dificultades para expresar. Su película nos perturba de la mejor manera posible: nos hace reír de dientes para fuera y nos hiela la sangre.
(1) Estreno en Francia el 2 de marzo.
(2) Jean-Claude Guillebaud, «Orage en vue», TéléObs, Le Nouvel Observateur, 17 de febrero de 2005.