Recomiendo:
0

Un esbozo de guión cinematográfico (para aproximarse a Marx) de Francisco Fernández Buey

Fuentes: Rebelión

Para Neus Porta. In memoriam et ad honorem El cine era una de las grandes pasiones de Francisco Fernández Buey. Habrá que hablar de ello en alguna ocasión. En una de sus grandes conferencias, una que impartió en Barcelona sobre el comunismo del pasado siglo, nos regaló un guión -inolvidable- que tomaba como motivo la […]

Para Neus Porta. In memoriam et ad honorem

El cine era una de las grandes pasiones de Francisco Fernández Buey. Habrá que hablar de ello en alguna ocasión. En una de sus grandes conferencias, una que impartió en Barcelona sobre el comunismo del pasado siglo, nos regaló un guión -inolvidable- que tomaba como motivo la maleta perdida de Lukács, otro de sus referentes filosóficos.

Otra de sus pasiones (y preocupaciones) -prueba nítida de donde tenía ubicados sus pies: en tierra, en tierra firme cuando era necesario- era revisar la tradición marxista para que ésta tuviera continuidad entre los más jóvenes, entre personas de otras generaciones que no habían tenido, que no habían podido tener por edad sus vivencias.

Qué historiografía se podía proponer a los más jóvenes, cómo «enlazar la biografía intelectual de Karl Marx con las insoslayables preocupaciones del presente», se preguntaba en su imprescindible prólogo al no menos imprescindible Marx (sin ismos) [1].

El gran relato lineal a la Balzac o Tolstoi no era ya lo habitual en el ámbito de la narrativa. Era dudoso que lo pudiera seguir siendo en el ámbito de la historiografía. ¿Por qué? Porque la cultura «de las imágenes fragmentadas que ofrecen el cine, la televisión y el vídeo [el texto es de 1998] » había calado hondamente en nuestras sociedades. El postmodernismo era la etapa superior del capitalismo. Citando a Berger, FFB apuntaba que «el papel histórico del capitalismo es destruir la historia, cortar todo vínculo con el pasado y orientar todos los esfuerzos y toda la imaginación hacia lo que está a punto de ocurrir». Así había sido y así era.

De este modo, a la personas que se habían formado en esa cultura las imágenes fragmentadas había que hacerles una propuesta distinta del gran relato cronológico para hacerles interesar por lo que el revolucionario de Tréveris hizo y fue, una propuesta que restaurase «la persistencia de la centralidad de la lucha de clases en nuestra época entre los claroscuros de la tragedia del siglo XX».

Su propuesta, la propuesta de Paco Fernández Buey. Muy a la Türing:

Imaginemos una cinta sin fin que proyecta imágenes en una pantalla. Sin interrupciones; es la cinta ininterrumpida (herencia leninista sin duda).

Llegamos a la sala de proyección. Una voz en off lee las palabras del epílogo histórico a Puerca tierra de John Berger (uno de sus grandes amigos y maestros). Las palabras, prosigue FFB, hablan de «tradición, supervivencia y resistencia,… de la destrucción de culturas por el industrialismo y de la resistencia social a la destrucción».

Las palabras de Puerca tierra introducen la imagen de la tumba de los Marx (FFB siempre tuvo muy presente a Jenny Marx) en el cementerio londinense, presidida por la cabeza de Karl, «según una secuencia de la película de Mike Leigh Grandes ambiciones en la que el protagonista explica por qué fue grande aquella cabeza».

La secuencia finaliza con un plano que va de los ojos del protagonista a lo alto del busto marmóreo de Marx. El protagonista, a quien va dirigida la explicación, se interesa por las siemprevivas del cementerio. FFB recuerda el verso de Brecht: «y tuvimos que mirar la naturaleza con impaciencia».

La explicación de la grandeza de Marx enlaza con la reflexión de Berger y permite pasar a la secuencia final de La tierra de la gran promesa de Wajda, «la de la huelga de los trabajadores del textil en Lodz… Entre el Lodz de Wajda y el Londres de Leigh hay cien años de salvajismo capitalista»

Vuelve la imagen de Marx en el cementerio. Pero, prosigue FFB, «en la cinta sin fin hemos montado, sin solución de continuidad, otra imagen: la que inicia la larga secuencia de La mirada de Ulises de Angelopoulos [uno de los directores preferidos de FFB] con el traslado de una gigantesca estatua de Lenin en barcaza por el Danubio».

Esa era, en su opinión, una de las secuencias más interesantes del cine europeo (me habló, nos habló de ella en varias ocasiones, la recordaba con fercuencia). Tenía razón: por lo que dice y por lo que sugiere. Presenciamos el final de un mundo, señala FFB, de una historia que se acaba: «el símbolo del gran mito del siglo XX navega ahora de Este a Oste por el Danubio para ser vendido por los restos de la nomenklatura a los coleccionistas del capitalismo vencedor en la tercera guerra mundial». No hay error en el ordinal.

La secuencia se queda para siempre en la retina de quien la contempla, comenta FFB. La cortamos; introducimos otra.

FFB nos propone que veamos ahora la secuencia clave del Underground de Kusturica: «la restauración del viejo mito platónico de la caverna como parábola de lo que un día se llamo «socialismo real»… Ninguna otra imagen ha explicado mejor, y con más verdad, que esta de Kusturica, el origen de la catástrofe del ‘socialismo real».

Fragmentamos Underground para volver a La mirada de Ulises. La cinta sin fin prosigue. Con otra verdad a cuestas, apunta FFB: el pecado original del socialismo real. La barcaza sigue deslizándose lentamente, muy lentamente por el Danubio, con la gigantesca estatua de Lenin también fragmentada. «Desde la orilla del gran río las gentes la acompañan, expectantes unos, en actitud de respeto religioso otros, asombrados lo más».

Da tiempo a pensar, señala FFB: el mundo de la gran política ha cambiado; una época termina, pero no es el fin de la historia: las costumbres persisten en el corazón de Europa. Paco añade: «Tal vez no todo era caverna en aquel mundo». No lo era desde luego.

Cae la noche. La gran barcaza enfila la bocana del puerto fluvial.

Cortamos la secuencia, sugiere FFB, al caer la noche: donde estaba el Danubio está ahora el Antártico. Y otro barco: el Partizani: «es la secuencia final de Lamerica de Gianni Amelio con la imagen, impresionante, del barco atestado de albaneses pobres que huyen hacia Italia mientras el capitalismo vuelve, gozoso, a sus negocios y nuestro protagonista ha conocido un nuevo corazón de las tinieblas». No es el hegeliano final de la historia. No, en absoluto, sino «el comienzo de otra historia, por lo demás muy parecida a las otras historias de la Historia».

La cinta sin fin continua.

Aparecen de nuevo las palabras de Berger, la cabeza de Marx, la estatua de Lenin navegando lentamente. ¿Llegará realmente a su destino, se pregunta FFB? Puede haber pensamiento en la fragmentación señala: «la explicación de Leigh en Grandes ambiciones que se repite: «Era un gigante. Lo que él [Marx] hizo fue poner por escrito la verdad. El pueblo estaba siendo explotado. Sin él no habría habido sindicatos, ni estado del bienestar, ni industrias nacionalizadas…». Lo dice un trabajador inglés de hoy que, además (y eso importa) no quiere rollos ideológicos ni ama los sermones. Y tampoco es la suya a última palabra».

La cinta sigue, es una cinta sin fin.

En esta cinta, concluye FFB, está Marx. «De la misma manera que nunca se entenderá lo que hay en el Museo del Prado sin la restauración historiográfica de la cultura cristina tampoco se entenderá el gran cine de nuestra época, el cine que habla de los grades problemas de los hombres anónimos, sin haber leído a Marx».

Sin ismos, por supuesto, concluye el autor del imprescindible Marx.

Sin ismos por supuesto también.

Nota:

[1] F. Fernández Buey, Marx (sin ismos). El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 1998, pp. 20-23.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.