Desde comienzos de los años 70 el capitalismo ha vivido una fase marcada por una caída continua de la tasa de beneficio del capital. Desde entonces hasta hoy ha perdido casi un 25 % de su tasa de beneficios y ha respondido a esa caída con una ofensiva sin precedentes, eso que llamamos neoliberalismo. En […]
Desde comienzos de los años 70 el capitalismo ha vivido una fase marcada por una caída continua de la tasa de beneficio del capital. Desde entonces hasta hoy ha perdido casi un 25 % de su tasa de beneficios y ha respondido a esa caída con una ofensiva sin precedentes, eso que llamamos neoliberalismo. En los años 80 y 90 las políticas neoliberales reestructuraron el conjunto de la economía mundial y las economías nacionales para hacer frente a esa caída de la tasa de beneficios con transferencias de renta muy significativas de los sectores asalariados a los sectores del capital.
Ese trasvase brutal de riqueza desde los asalariados a los nuevos señores de la producción es, de alguna manera, un proceso largo, un proceso de resistencias, y un proceso que ha acabado provocando la crisis financiera, primero, y la crisis económica que hoy vivimos, después. La respuesta a esta crisis que hoy vive el capital internacional ha sido acelerar todavía más el proceso, de nuevo, de fondos públicos hacia los propietarios del capital. En concreto, desde el verano, en Estados Unidos 700 mil millones de dólares -el equivalente al 1,5 del PIB y en Europa 200.000 -otro 1,5 del PIB europeo- y nos prometen mayores transferencias de dinero público hacia los grandes grupos monopolistas, que han sido en definitiva los causantes de la crisis financiera por su avidez, por su búsqueda de beneficios frente a las necesidades de consumo de la población.
Hemos pasado en estas tres décadas de un neoliberalismo que iba ganando terreno y acumulando fuerzas a la globalización armada -que empezó a utilizar a partir del año 83 el presupuesto militar para las dos Guerra del Golfo y las ocupaciones de Afganistán e Iraq. Cuando no ha sido suficiente, cuando ha llegado la crisis definitivamente por un agotamiento del modelo económico y social neoliberal de los años 80 y 90, nos prometen ahora un neoliberalismo de choque y hacer en dos años lo que no fueron capaces de conseguir en los últimos 30.
La primera consideración es que esa inmensa inyección de dinero público no es capaz de frenar la crisis financiera, no ha sido capaz de evitar la caída en cadena de un banco tras otro, no ha sido capaz de frenar la desconfianza entre unos y otros y lo que ha aumentado es la competencia inter-imperialista, la competencia entre los diferentes capitales y una agudización de la crisis.
La respuesta al por qué es muy sencilla, porque si no se produce la crisis no habrá una nueva fase ascendente del capitalismo, si no se retiran del mercado todos los capitales virtuales, todos los capitales ficticios, y se vuelve a una contabilidad real de la economía, no se puede producir un nuevo salto adelante de acumulación, una nueva fase de crecimiento de la tasas de ganancias que permitan recuperar las del periodo dorado del capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial.
La encrucijada en la que nos encontramos plantea cómo dar respuesta desde la izquierda a la globalización armada a nivel internacional, en concreto a la situación en Oriente Medio, pero también a la lucha por el control de las materias primas y los hidrocarburos. Y, asimismo, cómo damos respuesta a ésta llamada a una sobreexplotación de la clase trabajadora, que es neoliberalismo de choque, con una medida tras otra de trasvase de dinero público hacia los propietarios privados de capital, qué nos proponen desde este verano.
La crisis, por lo tanto, exige medidas urgentes e inmediatas, exige una removilización de la izquierda, exige evitar que la crisis la paguen los trabajadores y las trabajadoras. Las crisis se producen por causas endógenas, las crisis las producen el capitalismo y, sin embargo, para la salida de las crisis hacen falta soluciones que vengan de fuera del capitalismo porqué el capitalismo por sí mismo solo es capaz de reproducirse una y otra vez de una manera que acrecienta la explotación relativa de la fuerza del trabajo y refuerza el capital privado y a los propietarios de los medios de producción.
¿Qué hacemos, por lo tanto, frente a las medidas keynesianas que nos proponen. La pregunta que tenemos que hacer es: ¿medidas keynesianas para quién? ¿Son medidas keynesianas para los propietarios del capital o son medidas keynesianas para los salarios? Porqué el consumo puede aumentar para unos o para otros. Puede ser que contribuyan a aumentar el consumo y, teóricamente, las inversiones de los empresarios, sustituyendo a esos beneficios que antes recibían de la bolsa y que han desaparecido de manera virtual o puede ser que sirvan para aumentar el consumo de los asalariados. La respuesta es que la forma más segura de salir de la crisis es aumentando el consumo de los asalariados, no el de los capitalistas. Primero, porque los capitalistas son pocos y consumen poco. Segundo, porque no invierten nada más que cuando tienen expectativas de beneficios y hoy esas expectativas no existen y, tercero, porque tienen la costumbre de malgastarlo y usarlo mal.
Esas tres respuestas son no sólo opiniones ideológicas, sino factores y hechos a lo largo de la historia del capitalismo y muy especialmente de los últimos años, como ha puesto de relieve la pirámide Madoff. Es un escándalo, pero es un escándalo capitalista que alguien como Madoff sea capaz de acumular 50.000 millones de dólares para malgastarlos inmediatamente en un fraude gigantesco. Esa es la realidad del funcionamiento del capitalismo hoy, y a eso tenemos que oponer las necesidades de los trabajadores.
Salir de la crisis hoy supone poner por delante las necesidades a los beneficios. Y esa fórmula tan sencilla y tan simple es sobre la que tenemos que construir un programa de izquierdas que refuerce fundamentalmente la capacidad de consumo de los trabajadores y haga un keynesianismo de izquierdas. No porque un keynesianismo de izquierdas pueda superar la crisis por sí solo, simplemente será capaz de ganar tiempo, de permitirnos ver la crisis de una manera distinta sin sufrir las consecuencias directas, sin que se produzca una desmoralización de la clase trabajadora, un empobrecimiento general y una ruptura de la solidaridad de clase y de sus organizaciones, especialmente de los sindicatos.
Por lo tanto, un programa de izquierda para salir de la crisis tiene que empezar por el salario. Cuando nos prometen 400 € de recortes fiscales para las clases medias es porque básicamente piensan que el consumo de las clases medias es lo que puede acortar la crisis. No es verdad. Es el consumo de las familias trabajadoras, del 87% de la población asalariada de éste país con un endeudamiento del 120% de la renta lo que ha permitido mantener durante 15 años la prosperidad económica que hemos vivido. Eso se ha acabado, y lo que nos dicen ahora es que estamos endeudados, que no podemos continuar manteniendo ese esfuerzo, que trasvasemos a través del recorte de nuestros salarios directos, de nuestros impuestos, dinero para mantener los beneficios.
Lo que nos dice el plan Zapatero, desde el anuncio este verano del recorte fiscal de los 400 euros -copiado del plan Bush de los recortes de 300 $ per capita en Estados Unidos- es básicamente que para salir de la crisis hay que mantener los beneficios. Y nuestra respuesta debe ser no. Lo que tenemos que hacer para salir de la crisis es asegurar la capacidad de consumo, el nivel de vida, que aumente el gasto social, que seamos capaces de recuperar ese 30 % de déficit social que hemos acumulado, primero con Aznar y que se ha mantenido con el gobierno de Zapatero en los últimos cinco años. Sin recuperar, primero la capacidad de los salarios y después la capacidad del gasto social, no seremos capaces de empezar a dar una salida positiva a la crisis porqué simplemente los beneficios no aumentarán, simplemente será para que los utilicen en una nueva fase de especulación generalizada.
Tenemos sistemas de regulación del sistema financiero, empezando por las cajas de ahorros. Las cajas de ahorros son decisivas para la financiación de las autonomías y de los ayuntamientos. Es ahí donde se juega el 60 % del gasto social en el Estado español. Y las cajas no son bancos comerciales normales. Teóricamente son instituciones sin ánimo de lucro y, sin embargo, se nos han escapado de las manos. Tenemos que recuperar el control político, democrático, a partir de las instituciones sobre un sistema de financiación que es central porque, entre otras cosas, de él depende gran parte del tejido industrial, de que podamos mantener ese tejido industrial y preparar una reestructuración sin que se haga a golpe de deslocalizaciones y cierres empresariales.
Si el debate fundamental sobre Lukoil es un debate sobre la propiedad y su gestión- ¿va a entrar el capital ruso en Repsol y va a poner a sus consejeros en Repsol?-, ¿por qué nosotros no podemos tener este debate desde las cajas, desde La Caixa, desde Caja Madrid, desde todas las entidades que dependen de la financiación del dinero público para colocar a nuestros representantes, a los representantes de los que pagan impuestos, para decidir qué tipo de orientación política tenemos en la refinanciación del sistema económico y productivo en el Estado español?
Es fundamental recuperar la capacidad de control, de decisión, sobre los aparatos del sistema financiero que son financiados en sus orígenes y más ahora con inyecciones directas o con créditos baratos de dinero público, por impuestos y, en definitiva, por todos nosotros. Es esencial el debate sobre la financiación autonómica y entender en este sentido las diferencias entre el Estatuto de Cataluña y el estatuto de Andalucía, las ventajas del sistema de concertación del País Vasco y la necesidad de un sistema de solidaridad inter-territorial. No porque ellos aseguren -que ya nos gustaría que aseguraran- el derecho a decidir en todas estas cuestiones. Si no, simplemente, porque sin esa capacidad de financiación, de ese pequeño cambio en la correlación de fuerzas, la crisis será peor para los trabajadores porque tendrán peor capacidad de endeudarse y de tener gasto social a través del nivel de gobierno más cercano, que son las autonomías.
Otro aspecto prioritario de este programa de izquierdas: evitar que dividan a la clase trabajadora, evitar que la inmigración se convierta en la cabeza de turco, que la disminución de salarios reales afecte significativamente a los trabajadores que no están dentro de las grandes negociaciones sindicales, que son los trabajadores inmigrantes, los jóvenes y las mujeres.
Las crisis empiezan por desmoralizar a la clase, debilitar su capacidad de solidaridad, su capacidad de respuesta. Y por lo tanto, un elemento central de cualquier programa de izquierdas es asegurar que esa solidaridad, que esa unidad de clase se mantenga durante todo el proceso de resistencia para determinar una salida progresista, una salida de izquierda a la crisis.
Para empezar, hay que ser capaces de reconstruir un proyecto de izquierdas en el estado, de hacer girar hacia la izquierda la correlación de fuerzas que poco a poco se va erosionando desde el 2004 (después de que las grandes movilizaciones del 2002-2004 permitieran la derrota del gobierno del PP, que implantó de forma salvaje el neoliberalismo en el Estado español, primero entrando en la moneda única y después llevando a cabo una política de equilibrio 0 en el presupuesto). Esa es la principal acusación que tenemos que hacer al gobierno de Zapatero, la de una «gestión en frío» del triunfo de la izquierda en el 2004 que ha evitado que la movilización de la izquierda social continúe.
En Madrid han tenido lugar 12 grandes manifestaciones de la derecha social y de la Iglesia católica sólo dos manifestaciones de la izquierda que han puesto un cierto límite al desfase enorme en esta capacidad de movilización. Si no somos capaces de cambiar este desfase, no seremos capaces de evitar que el desarrollo de la crisis vaya degradando la correlación de fuerzas surgida de la victoria del tripartito en Cataluña y después por la derrota del PP en el conjunto del Estado.
Un instrumento clave para resistir en la crisis son los sindicatos. Si no somos capaces de renovar los sindicatos, de hacer que su capacidad de representación en los convenios colectivos crezca, de que vuelva a tener prioridad un sindicalismo de fábrica capaz de defender en aquellos sitios más débiles las conquistas que se han hecho en las negociaciones colectivas, no seremos capaces de evitar la división, fábrica a fábrica, sector a sector, que se producirá en el proceso de la crisis. El fortalecimiento de la acción sindical es una de las condiciones para poder construir una política alternativa a medio plazo que vaya más allá del keynesianismo de izquierdas.
La característica del gobierno Zapatero en su segunda legislatura es que no tiene un proyecto político, que ha agotado su proyecto político en los primeros cuatro años, que la reformas democráticas se frenan por la Iglesia, que las reformas económicas se establecen en términos de mantener los beneficios, que la reforma de las autonomías se queda encasquillada porqué no está dispuesto a una ruptura completa con la herencia del PP y llamar a una movilización conjunta de la izquierda para mejorar la correlación de fuerzas.
Por lo tanto, necesitamos un programa de izquierdas. Construirlo supone debatir entre todos, relanzar los movimientos sociales, recoger sus reivindicaciones centrales. Eso es lo que humildemente intentamos hacer desde Sin Permiso, de alguna manera , y por eso nos encontramos y agradecemos a la Fundación Pere Ardiaca que nos haya dado este espacio.
Necesitamos una políticas de unidad que permitan presionar primero a la izquierda, al conjunto de la izquierda; segundo, acumular pequeñas victorias mediante la movilización para construir una esperanza y romper con la deprimente sensación de tres décadas de que vamos de derrota en derrota, demostrar que somos capaces de cambiar esta situación y hacer una acumulación de fuerzas que nos permita aumentar el número de concejales, de parlamentarios de la izquierda, tener mayor capacidad institucional y que esta responda mejor a la movilización en la calle.
Necesitamos un proyecto europeo también de la izquierda. No podemos ser solamente un proyecto a nivel del Estado español y por eso es fundamental volver a construir una izquierda europea que sea capaz de movilizarse conjuntamente contra la crisis y de ofrecer una alternativa al despotismo ilustrado que supone la Comisión, el Consejo Europeo y el Tratado de Lisboa que nos quieren imponer con un segundo referéndum en Irlanda, chantajeando a su población.
No es un programa, desde luego, que tenga ninguna garantía de éxito, estamos demasiado acostumbrados a ser derrotados una y otra vez. Pero, al mismo tiempo, no tenemos ninguna otra alternativa, no perdemos nada como recordaba el viejo Manifiesto Comunista. Tenemos, en cambio, la posibilidad de recuperar nuestra dignidad como clase, mantener nuestros niveles de vida y vislumbrar de nuevo un futuro mejor socialista, que no es poco para pasar a la generación siguiente.
Gustavo Búster es el heterónimo de un analista madrileño, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.