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Un fotógrafo fascista en la guerra de España

Fuentes: El viejo topo

    Para Marc Llaó     En 1992, en un pequeño pueblo del Tirol italiano, Vipiteno (o Sterzing, en alemán), una joven encuentra casualmente, al lado del tacho de las basuras, una caja de madera. Le llama la atención su forma, y mira su contenido. Dentro hay más de cuatro mil fotografías en blanco […]

 

 

Para Marc Llaó

 

 

En 1992, en un pequeño pueblo del Tirol italiano, Vipiteno (o Sterzing, en alemán), una joven encuentra casualmente, al lado del tacho de las basuras, una caja de madera. Le llama la atención su forma, y mira su contenido. Dentro hay más de cuatro mil fotografías en blanco y negro, con imágenes de soldados que marchan, de trincheras, de misas de campaña, de escenas de guerra. Doce años después, en 2004, el Archivo de Bolzano, la ciudad más importante de ese Tirol hoy italiano, compra las fotografías, y los funcionarios e historiadores de la ciudad empiezan a investigar su procedencia. No hay datos sobre su autor, pero las insignias de los uniformes de los soldados que aparecen les llevan hasta una división fascista llamada Littorio, en los años de Mussolini. La investigación se afana con algunos supervivientes de la época: gracias a uno de ellos, que guardaba en su memoria a un oficial que hablaba alemán y que siempre hacía fotografías, y gracias al libro de oficiales de la división Littorio, que todavía conservaba el veterano fascista, se llega a fijar un nombre. El superviviente no recordaba mucho más, pero aún así, acaban descubriendo que las fotografías encontradas junto a la basura pertenecían a un tal Guglielmo Sandri, un hombre que había muerto hacía veinticinco años, en 1979. Todas eran imágenes de la guerra de España. Los investigadores consiguieron entrar en contacto con los familiares de Sandri y comprobaron que estos guardaban los negativos y portanegativos de aquellos miles de fotografías que documentaban el paso de los legionarios italianos por las tierras ensangrentadas de España. Los portanegativos son unas cajitas cilíndricas de cartón, con etiquetas enganchadas: «Visita ai cimitieri di guerra. Santander», y otras similares, que han podido verse, junto con una selección de fotografías, en la exposición «Italians de Mussolini a la guerra d’Espanya», organizada por el Museu d’Història de Catalunya y el Archivio Provinciale di Bolzano.

Aquel fascista italiano que cruzó España con su cámara fotográfica ni siquiera se llamaba así: había nacido como Wilhelm Schrefler, en Merano, cerca de Bolzano, en 1905, un territorio que entonces formaba parte del Imperio austrohúngaro, y que, en 1919, pasó a formar parte de Italia, tras los tratados que pusieron punto final a la gran guerra. Era huérfano desde niño y creció con una viuda a quien fue confiado. A mediados de los años treinta, cuando en toda Europa se fortalece el fascismo, Schrefler inicia su carrera militar en el ejército italiano y cambia entonces su nombre, adoptando el de Guglielmo Sandri, tal vez a consecuencia de un decreto fascista de 1926 que forzaba la italianización de apellidos alemanes, aunque también es posible que lo hiciera por su admiración hacia un motociclista entonces célebre también llamado así. Con el inicio de la guerra civil española y la intervención de Mussolini en ayuda de los generales fascistas de Franco, Sandri se incorpora voluntariamente al CTV, el Corpo di Truppe Volontarie, que se traslada a España. Llega el 11 de febrero de 1937, y Sandri permanece hasta después del final de la guerra, hasta el 30 de mayo de 1939, para saborear la victoria desfilando bajo la mirada impasible de los generales españoles. Guglielmo Sandri luchó en todas las batallas en que participaron los italianos. Era un teniente legionario de la División Littorio del CTV. De esa forma, Sandri sufre la derrota en la batalla de Guadalajara, entra en Santander y en San Sebastián, ocupa Barcelona, la capital de la república, y, finalmente, vuelve a casa en barco, cuando termina ese mayo triste de 1939.

En Nápoles, los veteranos legionarios del CTV son recibidos como héroes, y la Italia fascista vibra con ellos. Atrás, Guglielmo Sandri deja una de las etapas más importantes de su vida, donde no ha dejado de fotografiar todo lo que veía, los páramos de Castilla, los campos de Aragón o las aguas del Mediterráneo en Barcelona. La historia corre, desbocada. A lo largo de la Segunda Guerra Mundial, Sandri aún luchará en Yugoslavia, y en el norte de África, donde resultará herido en El-Alamein, y seguirá impresionando carretes, que todavía no han podido visionarse, debido a su delicado estado de conservación.

 

 

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En el verano de 1936, los generales fascistas españoles se rebelan contra la República, cuando Guglielmo Sandri aún no sabe que pocos meses después él mismo acudirá en su ayuda. Mussolini interviene activamente desde el inicio de la rebelión militar, ayudando al paso del estrecho a los soldados franquistas que se disponen a ocupar Andalucía y a atacar Madrid. En diciembre de 1936, el duce pone en funcionamiento en Roma el Gabus ( Gabinetto Ufficio Spagna), una oficina (dirigida por Luca Pietromarchi, un aristócrata y diplomático) dedicada a organizar el alistamiento de fascistas con destino a España, dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano y a canalizar todo tipo de cuestiones relacionadas con la guerra civil española. Mussolini tiene gran interés en España: las islas Baleares e incluso todo el territorio de la península ibérica son vistas por él como una gran base para su proyecto imperial.

Mussolini ha enviado a sus hombres a España a combatir a la II República, un régimen por el que siente una profunda antipatía, hasta el punto de que ya había colaborado con algunos conspiradores monárquicos en 1934; también, envía a sus legionarios a «luchar contra el comunismo»: teme que el triunfo republicano en la guerra civil españole contagie a Francia y haga que los bolcheviques se aproximen a las fronteras de Italia. De igual forma, influye en su visión estratégica el tradicional enfrentamiento con Francia, que constituía uno de los ejes de la política exterior mussoliniana. Mussolini pretendía crear un imperio mediterráneo dirigido desde Roma, y su intervención en España, así como sus reivindicaciones sobre Francia, a quien amenaza con anexionarse Túnez, Córcega, Niza y Saboya, tienen en Mallorca un escenario central: el imperialismo mussoliniano sueña con el dominio del Mediterráneo.

En los primeros días de la rebelión fascista, Mussolini envía doce aviones Savoia-Marchetti y, después, doce cazas Fiat; de tal forma que, a finales de septiembre, ya ha enviado a los militares rebeldes sesenta y ocho aviones: casi tantos como Alemania. El duce espera que Franco ocupe Madrid y termine rápidamente la guerra. Sin embargo, la acción combinada de los milicianos madrileños que iban a la guerra en tranvía y de las Brigadas Internacionales destruye esa esperanza, aunque no hace retroceder al duce: la ayuda italiana a los militares facciosos es decidida. Unos días después de que los franquistas se vean detenidos en la ciudad universitaria madrileña, Mussolini, el 18 de noviembre, reconoce al gobierno de Franco.

La contribución italiana en hombres y armamento es constante. El banquero y antiguo contrabandista Juan March se encarga de financiar la ayuda italiana. En febrero de 1937, Italia ha enviado ya 248 aviones, entre bombarderos, cazas y otros tipos de aeronaves, y se encuentran en España casi cincuenta mil fascistas italianos, de los que casi treinta mil son camisas negras, y el resto, militares. El ejército franquista consigue así el dominio aéreo en España, que se aplicará a las operaciones militares y a un sistemático bombardeo sobre zonas civiles para aterrorizar a la población civil de la España republicana. También utiliza Mussolini su marina para ayudar a la rebelión franquista: submarinos italianos patrullan el Mediterráneo y hunden buques de diferentes países, recurriendo incluso a la piratería. Así, barcos piratas italianos atacan a naves soviéticas, griegas, francesas, inglesas y danesas, para impedir todo contacto y comercio de esos países con los puertos de la España republicana. Esa piratería fue denunciada ante el comité de no-intervención por los países escandinavos, a excepción de Finlandia, con nulos resultados. Londres y París están preparando la traición de Munich.

En total, unos setenta y cinco mil italianos fueron enviados por Mussolini a España, de los que casi cuatro mil murieron en la guerra, y su contribución fue decisiva para el triunfo del fascismo. Junto a ellos, son enviados setecientos cincuenta y nueve aviones, casi dos mil cañones, ciento cincuenta y siete tanques y casi siete mil vehículos de guerra, que dan idea de la enorme, decisiva, aportación italiana a la derrota de la libertad en España. El fascismo se preparaba para el dominio de Europa y, después, del mundo, y, en España, se expresaba en el lema del CTV: credere, obbedire, combattere. Esos cuatro mil soldados fascistas que mueren en España, por el fascismo y por Mussolini, son honrados todavía hoy en cementerios como el llamado «Sacrario Militare» de Zaragoza y en el mausoleo del Puerto del Escudo, entre otros. Otro teniente del CTV, Vittorino Ceccherelli, camarada de Guglielmo Sandri, escribe en su diario en septiembre de 1936: «…esta guerra es la peor de todas las guerras. No hay prisioneros. Aquí masacramos y destrozamos con una simplicidad impresionante.»

 

 

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La cámara de Guglielmo Sandri forma parte de esa historia, como testigo de un ejército invasor. No sabemos con seguridad si Sandri hizo sus fotografías de forma voluntaria o por un encargo del ejército italiano, pero todo indica que era un apasionado de la cámara y que, probablemente, fue una iniciativa personal documentar su paso por España.

En la selección de las fotografías que han podido verse en Barcelona, se ve a Annibale Bergonzoli, el comandante de la Littorio, haciendo el saludo fascista en Cetina, un pueblo aragonés, el 4 de marzo de 1937: entregaba un banderín a un regimiento de infantería que llevaba el nombre de Osa l’inosabile. No hay fotografías, pero en Aragón, la Aviazione Legionaria bombardeó Alcañiz causando numerosos muertos y heridos, que algunas fuentes citan en más de quinientos, cifra que la equipara a Guernica. La dimensión de la matanza de Alcañiz todavía debe investigarse.

En la muestra, estaban las ruinas del pueblo Palacio de Ibarra, en Guadalajara, de marzo de 1937, ocupado por el fascio. Ante un risco, se ve a una unidad de ingenieros de combate, que llevan lanzallamas. Los legionarios italianos fueron los primeros que, después de la I Guerra Mundial, volvieron a utilizar ese tipo de arma. Sandri los fotografía en el frente del Norte, en una fecha imprecisa entre abril y agosto de 1937. Están satisfechos. Mussolini alardeaba de la agresividad del fascismo: «Cuando las palabras no bastan, hay que recurrir a las armas.» España es muy importante para el régimen fascista italiano, hasta el punto de que, en la celebración del decimoquinto aniversario de la marcha sobre Roma, en ese 1937, Mussolini dispone que en la piazza Venezia romana figure un gran cartel con el lema falangista «¡Arriba España!». En esa misma plaza, un exultante Mussolini aparecerá para celebrar la caída de Barcelona, en enero de 1939. Haber aterrorizado a la población civil de la ciudad es motivo de orgullo para el duce.

Hau muchas escenas relevantes. El general Bergonzoli, a caballo, después de conquistar Santander, en una parada militar en la ciudad. Un entierro de legionarios fascistas, en algún pueblo de Cantabria, presidido por las dos banderas, la italiana y la rojigualda, ambas al lado de una cruz. Un desfile, en Logroño o Zaragoza, donde los legionarios rodean a las muchachas que se han subido a una tanqueta. Una de las jóvenes sonríe feliz, vestida con un hermoso traje de chaqueta blanco. Los fascistas del CTV atravesando el puente gótico ante la basílica del Pilar, en Zaragoza. Los bersaglieri, infantería ligera italiana, en un camino aragonés. Sandri capta a un grupo de trece, que se desplazan en unas bicicletas que parecen muy pequeñas. La mirada triste de los prisioneros republicanos en la campaña de Aragón.

En una fotografía se aprecia un hospital de campaña, con el yugo y las flechas ensartadas en un poste, y, ante él, un médico con la bata blanca levantada, para poder meter las manos en los bolsillos del pantalón, como si no hubiera guerra. En otra, se ve una pared pintada, con molde, en el frente de Aragón: están el yugo y las flechas, Franco, y una frase de Mussolini: «Chi morte teme, di vita non è degno». Existen otras frases semejantes, que todavía se conservan hoy en paredes olvidadas: «Chi si ferma è perduto», también en Aragón. Después de todo, Giovanni Gentile ya había dicho que el fascismo era, sobre todo, un método para la acción.

En diciembre de 1938, Sandri fotografía a un grupo de moros. Casi todos llevan turbante, y unas pesadas chilabas, y algunos fuman. Son la imagen de la ignorancia y la ferocidad. También, de la miseria. Después, hacia enero o febrero de 1939, Sandri capta el puerto de Barcelona, con los barcos hundidos, y los galpones que había en el moll de la fusta. La Estación Marítima barcelonesa, destruida. La estación de tren Mataró, con la marquesina negra y el reloj que marcaba, cruel, el paso del tiempo. No aparece entre las fotografías de Sandri, pero sabemos que tras la ocupación de Barcelona, la enorme riada humana que camina por la carretera de Ribas hacia la frontera francesa fue bombardeada sin piedad por franquistas, alemanes e italianos del duce. Finalmente, en mayo de 1939, Sandri toma sus últimas fotografías de España, en el reembarco, en Cádiz.

Hay también fotografías de la vida cotidiana, si puede llamarse así a la existencia en una guerra feroz. Un legionario mirando una revista con fotografías de mujeres desnudas. Otro soldado, leyendo Il legionario, el periódico del CTV. En una foto excepcional vemos al propio Guglielmo Sandri, aún joven, con boina negra adornada con la calavera fascista, bigote y un gran capote. Y una columna de legionarios que pasa por Arnes, en la Terra Alta, ante un campesino y dos niñas, que miran asustadas. En Arnes, los del CTV participaron en la procesión del Corpus, llevando al cura bajo palio. Y otras. Mujeres con camisas azules y negras, y mantilla en la cabeza o boina. Un niño, con el uniforme fascista, haciendo el saludo romano.

 

 

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Casi setenta y cinco mil italianos lucharon en España, enrolados en el CTV, entre militares y voluntarios; algunos, aventureros, entre quienes no faltaban delincuentes comunes. Además, Mussolini envió numerosos aviones (la Aviación Legionaria), utilizó submarinos y barcos para acosar a la República y facilitó armamento a los facciosos. Las diferencias entre Franco y Mussolini acerca del carácter de las tropas que Italia debía enviar a España se saldaron con la imposición del duce de un cuerpo de ejército, el CTV, que obedecía sus órdenes y que actuaba bajo mandos italianos. A principios de 1937, Mussolini había enviado ya a casi veinte mil militares y unos treinta mil milicianos fascistas. El general Mario Roatta fue nombrado comandante del CTV, y sus cuatro divisiones (la Littorio, la única militar; y Fiamme Nere, Penne Nere y Dio lo vuole!, todas de los Camisas negras) estaban dirigidas por generales italianos.

Participan en la ocupación de Málaga, y, tras esa victoria, se trasladan a Madrid, que Franco todavía pensaba ocupar, pese a haber sido detenido en noviembre de 1936 en la Ciudad Universitaria por los milicianos madrileños y las Brigadas Internacionales. Meses después, en Sigüenza, Guadalajara, el CTV ataca a las fuerzas republicanas, el 8 de marzo de 1937, con la intención de aproximarse hacia Madrid. Entre las unidades que se enfrentan a ellos, está el batallón Garibaldi de las Brigadas Internacionales, cuyos integrantes se dirigen en italiano a los soldados del CTV, reprochándoles su participación en la matanza de trabajadores y llamándoles a la deserción, consiguiendo convencer a algunos grupos. Una semana después del ataque fascista, el CTV se bate en retirada desordenada durante varios días, hasta que, finalmente, el día 22 de marzo, abandona el frente de Guadalajara. Es una derrota sin paliativos, que enfureció a Mussolini, hasta el punto de que cree que el orgullo nacional italiano había sido herido. El dictador llega a escribir un artículo para Il Popolo d’Italia, aunque sin firmarlo, afirmando que espera la venganza por el desastre de Guadalajara. Vendetta, escribe el duce.

A consecuencia de la derrota de Guadalajara, el propio general Roatta es relevado por Ettore Bastico y se reorganiza el CTV, que es enviado al frente Norte, donde participa en la ocupación de Santander y de la ría de Bilbao. En el País Vasco, los italianos negocian con los nacionalistas vascos y consiguen alumbrar el pacto de Santoña, por el que los batallones de gudaris vascos se rinden, a finales de agosto de 1937. Después, el cuerpo italiano es enviado a la retaguardia y Bastico es sustituido por el general Mario Berti, debido a las presiones de Franco, a quien no le gustaba Bastico. En marzo de 1938, el CTV ataca en el frente de Aragón y rompe las líneas republicanas, con el objetivo de alcanzar el Mediterráneo antes que otras fuerzas del ejército franquista. Sin embargo, las unidades del dirigente comunista Enrique Líster resisten en las cercanías de Tortosa y retrasan su avance. La ofensiva sobre Valencia se detiene, aunque durante el verano se inicia la batalla del Ebro, mientras el CTV se mantiene en reserva, lejos de la primera línea del frente.

Mientras tanto, en Ginebra, ante la Sociedad de Naciones, el 21 de septiembre de 1938, el doctor Negrín anuncia la retirada unilateral de las Brigadas Internacionales. Una comisión internacional supervisa la operación e informa a los organismos de Ginebra, calculando que permanecen unos diez mil brigadistas en Cataluña y menos de tres mil en Valencia. Por su parte, Franco negocia con Mussolini, y la diferencia de opiniones y el complejo marco internacional, marcado por los acuerdos de Munich, lleva a la retirada de diez mil fascistas del CTV. El balance parecía equitativo, pero la decisión de Negrín había sido muy arriesgada.

Los diez mil soldados del CTV retirados embarcan en Cádiz el 13 de octubre y llegan a Nápoles, donde los espera el rey Vittorio Emanuele III. Son recibidos como héroes. Dos semanas después, el 28 de octubre de 1938, Barcelona despide emocionada a los voluntarios de las Brigadas Internacionales con los versos de Pedro Garfias :

 

«¡Qué grande es vuestra patria, camaradas

de las Brigadas Internacionales! Le da la vuelta al mundo».

 

En la ofensiva sobre Cataluña, el general Gambara, nuevo jefe del CTV, exige a Franco que sus soldados estén en primera línea, de forma que el 23 de diciembre el CTV consigue romper las líneas republicanas, avanzando rápidamente . En los días previos a la caída de Barcelona, Luigi Gallo movilizará a los poco más de tres mil brigadistas internacionales que entonces quedan en Cataluña, de acuerdo con el general Modesto, para intentar detener el avance fascista. Sería ya demasiado tarde.

El día 26 de enero de 1939 cae Barcelona, la capital de la república, mientras los italianos siguen avanzando con rapidez hacia el norte, hasta superar Girona, aunque la llegada a la frontera francesa será reservada por Franco para el cuerpo de ejército de Navarra. En esos días, Sandri pasea por Barcelona, y fotografía la destrucción y la derrota de la libertad. Para culminar la catástrofe republicana, Mussolini aún envía nueve mil soldados más entre enero y marzo de 1939, que permanecen en España hasta que, culminada su campaña, veinte mil italianos embarcan de nuevo en Cádiz, el 31 de mayo de 1939, rumbo a Nápoles, acompañados por tres mil soldados fascistas españoles encabezados por Serrano Suñer. Entre ellos, cargado con sus portanegativos, iba un teniente legionario llamado Guglielmo Sandri, un fotógrafo fascista, dispuesto a desfilar en Nápoles, para saborear la victoria.