Granada, 1938. Hacía dos años que había triunfado el ‘alzamiento’. La ciudad se adaptaba al nuevo orden impuesto por Franco con su gente hambrienta y asustada. Eran tiempos de silencio y de represión, de miedo a las sacas y los paseos, en los que el día a día estaba marcado por las denuncias de vecinos […]
Granada, 1938. Hacía dos años que había triunfado el ‘alzamiento’. La ciudad se adaptaba al nuevo orden impuesto por Franco con su gente hambrienta y asustada. Eran tiempos de silencio y de represión, de miedo a las sacas y los paseos, en los que el día a día estaba marcado por las denuncias de vecinos o familiares, por procesos de ‘depuración’, espías infiltrados en todas partes, detenciones y ejecuciones sumarias.
El día 6 de junio de 1938, el capitán de la Guardia Civil Mariano Pelayo recibió en su despacho del cuartel de las Palmas una carta bomba que le estalló en la cara. Lo dejó manco y tuerto. Aquel paquete se lo había entregado José Yudes Leiva, un joven del Albaicín al que el mismo Pelayo había sacado de la cárcel y reclutado como espía. En cuestión de días, 116 personas fueron encarceladas por su relación con este atentado. Formaban parte de una ‘lista negra’ que Pelayo había elaborado gracias a las confidencias del propio Yudes y de una misteriosa mujer. Qué pasó y quiénes fueron los protagonistas de aquel suceso son algunas de las preguntas que Enriqueta Barranco responde en el libro ‘La tía del abanico. 1930. Espionaje en Granada’, que se publicará en breve y que ha contado con la colaboración de la historiadora Maribel Brenes.
Aquel atentado se juzgó el 22 de agosto de 1938. El proceso, «sin duda el más importante y sensacional visto en Granada desde hace muchos años», como lo calificaba la crónica de IDEAL, acabó con la vida de 37 de aquellas personas, que fueron fusiladas en la tapia del cementerio de San José sin un juicio justo, sin garantías ni contemplaciones, acusadas de delitos de traición, de rebelión militar o adhesión a la rebelión.
Tenía montado el capitán Pelayo desde finales del año 37, probablemente desde que era delegado de Orden Público en la provincia de Granada, un importante servicio de contraespionaje. Una de sus agentes era una misteriosa mujer, misteriosa porque «mucha gente sabía que existía pero casi nadie la conocía», explica Barranco, «ni siquiera sabemos si el nombre por el que se hacía llamar era real porque los espías podían viajar con documentación falsa y podían no ser quienes dijeron que eran». Muchos la conocían con el sobrenombre de ‘la tía del abanico’. Como Alicia Herrera Baquero aparece en la crónica de aquel juicio.
‘La tía del abanico’ fue una espía republicana interceptada por Pelayo cuando llegó a Granada y a la que alistó para la causa nacional. Desde una taberna de la calle Puentezuelas o en su propio domicilio de la calle de la Tinajilla, organizaba reuniones clandestinas para identificar a izquierdistas. Nombres que hacía llegar al capitán.
Las ocho rosas
Entre los contactos que estableció Alicia había ocho mujeres. sus nombres están escritos en el memorial del cementerio de San José. Como a sus compañeros de proceso, las fusilaron el 4 de octubre de 1938. «Allí están estos nombres pero no sabemos el por qué de su destino. Y hay que hacer justicia al respecto», explica Enriqueta Barranco. Son Conchita y Gracia Peinado Ruiz, dos hermanas bordadoras y vecinas del Carmen de la Fuente, «acusadas de haber favorecido la evasión de personas por el carmen hacia la zona republicana y también de beneficiar la comunicación con espías republicanos que entraban y salían de su casa». En sus idas y venidas a la cárcel para visitar a su padre, Jesús Peinado Zafra, conocieron a Concha Moreno Grados, modista e hija de Rafael Moreno Ayala, conocido socialista de la ciudad, amigo de Fernando de los Ríos y Alejandro Otero.
Otra de aquellas ‘rosas’ fue Laura Ballesteros Girón, vecina de la Bobadilla y miembro del Partido Comunista, que había trabajado en la fábrica de tabacos lo que le permitió establecer contactos con destacados izquierdistas. Mercedes Romero Robles, conocida como Mercedes ‘la de Huéneja’, era una empleada del servicio doméstico que parece que llegó a Granada ya como espía. Por las cuevas del Sacromonte entraban y salían enlaces republicanos. Allí mandó Pelayo a ‘la tía del abanico’ y allí conoció a Angustias Ruiz Pérez y a Remedios Heredia Flores, que ofrecían sus casas a quienes intentaban escapar a la zona ‘roja’ por el Camino del Monte. La lista la cierra Filomena Santoyo, otra amiga de ‘las Niñas del Carmen de la Fuente’ de la que quizás se vengaron por ser una persona de cierta relevancia desde el punto de vista social.
«Pero también este proceso sirvió de escarmiento, para tener controlados a gremios como el del transporte o los cuerpos de seguridad del Estado. Entre los fusilados hubo miembros de la guardia de asalto y trabajadores del ferrocarril o tranvías», explica Enriqueta Barranco, que ha buceado en los fondos del archivo del Juzgado Togado Militar de Almería hasta dar con las declaraciones de cada uno de los procesados.
El capitán Pelayo
Pero lo que en principio parecía una «historia romántica, una conspiración contra mujeres», dio un vuelco cuando la investigadora se topó con la figura de Mariano Pelayo. «No fue un simple guardia civil, ni un simple delegado del gobierno para el Orden Público, sino que llegó a ser el jefe de los servicios secretos de Andalucía Oriental y un personaje fundamental para que triunfara el ‘alzamiento’ en Granada». La documentación estudiada por Barranco demuestra que fue entrenado por la Gestapo. «En 1938 hubo en Granada agentes de la Gestapo que instruían a los militares españoles sobre cómo había que interrogar y torturar a los detenidos», desvela.
Después del atentado, Pelayo siguió ocupando cargos relevantes en los servicios secretos. Entre el 45 y el 53 fue el jefe de un organismo conocido como ‘la segunda sección bis de la Capitanía General’ del Ministerio de la Guerra, lo que le confería un papel relevante en el control de la población. Dirigió operaciones contra el espionaje en toda la región. En Sevilla y Córdoba hay personas fusiladas a raíz de investigaciones de Pelayo, que lució en su chaqueta hasta 16 medallas por méritos, incluida la ‘Cruz de 3ª clase del mérito de la orden del Águila alemana con espadas’ que le concedió, en 1941, Adolf Hitler, con la que se premiaba a aquellos extranjeros cuyas actividades habían sido favorables a la causa alemana.
Se cumplen ochenta años de aquel proceso, de aquellas muertes. El olvido duele y el libro de Enriqueta Barranco es un trabajo de memoria que quiere recuperar aquellas vidas rotas, aquellos tristes destinos que hay tras los nombre escritos en el memorial de las víctimas del franquismo del cementerio de San José para que no se borren de la Historia.
Fuente: http://esinformacion.blogspot.