Gonzalo Rojas sigue siendo, a sus 88 años, un «partidario de la lozanía y no de la altanería de ninguna especie». También es el poeta vivo de habla hispana más premiado y que podría dar a Chile su tercer Nobel de Literatura, galardón otorgado en 1945 a Gabriela Mistral y en 1971 a Pablo Neruda.
Chile tiene «el título indiscutido de ser país de poetas», afirmó Luis Felipe Cordero, uno de los 3.000 firmantes de la campaña para postular al mayor reconocimiento mundial literario a Rojas, quien cuenta en su haber con el premio Cervantes, «considerado como la antesala del Nobel», que España le otorgó en 2004.
Doce universidades chilenas oficializaron el 25 de este mes, en una carta al embajador de Suecia en Santiago, Martin Wilkens, la postulación al premio Nobel de Literatura de este poeta chileno nacido el 20 de diciembre de 1917 en la localidad portuaria y minera de Lebu, en el lluvioso sur, a 660 kilómetros de la capital del país.
La lista de instituciones que avalan la postulación es encabezada por la privada Universidad Andrés Bello, que en 1998 distinguió con un doctorado honoris causa a Rojas, un intelectual que en su larga vida ha combinado la obra literaria con la actividad académica y, ocasionalmente, con la diplomacia.
«Gonzalo Rojas es uno de los grandes poetas vivos de la lengua española y, en los últimos 15 años, su obra ha sido la más reconocida internacionalmente», señaló el rector de la Universidad Católica de Santiago, Pedro Pablo Rosso, uno de los firmantes de la carta entregada al embajador sueco.
En efecto, al premio Cervantes, se suman el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entregado por España 1992, el mismo año que en Chile se distinguiera a Rojas con el Premio Nacional de Literatura. En 1997, Argentina le dio el premio José Hernández y un año después fue en México donde ganó el premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo.
Rojas y Nicanor Parra, el antipoeta, son las dos figuras máximas de la poesía chilena en la actualidad.
Parra fue postulado sin éxito al premio Nobel en 1995 por la Universidad de Nueva York y en 2003 por el gobierno chileno.
Según Cordero, ahora existen mejores condiciones para que Rojas compita por el reconocimiento mundial, luego de que en 2005 la Academia Sueca diera el galardón al dramaturgo británico Harold Pinter.
Además de que el chileno es el poeta más premiado en lengua española, está el hecho de las políticas de alternancia geográfica, idiomática y de géneros literarios con que se dirime el Nobel. En 1995 fue la última vez en ser entregado a un poeta –al irlandés Seamus Heaney– y el último latinoamericano en ganarlo fue el mexicano Octavio Paz, en 1990.
Razones para el optimismo no faltan y, más allá de los cálculos y cábalas sobre las motivaciones de los académicos suecos, los partidarios de Rojas lo reivindican por lo que es: un poeta integral, de quien el narrador argentino Julio Cortázar dijera una vez en La Habana que «le devuelve a la poesía tantas cosas que le han quitado».
Rojas llegó en 1972 a la capital cubana como encargado de Negocios del gobierno chileno del socialista Salvador Allende (1970-1973), quien lo había designado antes consejero Cultural en la embajada en China.
En Cuba, en los ratos libres que le dejaba la actividad diplomática, se reunía en talleres con poetas jóvenes, a quienes les repetía: «No voy a enseñar, vamos a aprender juntos, pues nunca se termina de saber qué es la poesía».
Una premisa consecuente con esta especie de manifiesto de Rojas, quien se proclama «partidario de la lozanía y no de la altanería de ninguna especie, ni profesoral, ni literaria, ni nada. Aprendices, aprendices, aprendices… todos somos aprendices».
Como buen aprendiz, sus primeros poemas, a los 16 años, denotaban influencias de los franceses Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire, así como de los poetas españoles del Siglo de Oro. Más tarde conformó el surrealista grupo Mandrágora, uno de los referentes de la llamada generación de 1938, para confesar en 1945 una evolución al expresionismo.
Su carrera literaria profesional tuvo su arranque en 1946, cuando ganó el concurso anual de la Sociedad de Escritores de Chile con el poemario «La miseria del hombre», publicado en 1948, que mereció elogios de Gabriela Mistral, la primera mujer y primera latinoamericana ganadora del premio Nobel de Literatura.
Este libro, señaló Mistral, «me ha removido y, a cada paso, admirado y, a trechos, me deja algo parecido al deslumbramiento de lo muy original, de lo realmente inédito».
Original y realmente inédito. Características siempre presentes en Rojas, como lo muestran los siguientes versos del poema «El señor que aparece de espaldas», inspirador de la novela del mismo nombre que el periodista y narrador chileno Pablo Azócar publicó en 1997, y que fue presentada por el propio poeta:
«El señor que aparece de espaldas no es feliz, ha ido/ varias veces a Roma pero no es feliz,/ ha meado en Roma y no tiene por qué ocultarlo pero no es feliz/ ha desaguado/ a lo largo de Asia desde los Urales a Vladivostock pero no es feliz…»
«Carta del suicida» es otra de las creaciones más difundidas de este creador chileno:
«Juro que esta mujer me ha partido los sesos,/ Porque ella entra y sale como una bala loca,/ Y abre mis parietales y nunca cicatriza,/ Así sople el verano o el invierno,/ Así viva feliz sentado sobre el triunfo/ Y el estómago lleno como un cóndor saciado,/ Así padezca el látigo del hambre/ así me acueste/ O me levante, y me hunda de cabeza en el día/ Como una piedra bajo la corriente cambiante…».
La obra de Rojas está contenida en más de una decena de libros, entre los cuales se destacan «Contra la muerte» (1964), «Del relámpago» (1981), «Desocupado lector» (1990), «Río turbio» (1996) y «Metamorfosis de mí mismo» (2000).
Como la mayoría de los intelectuales de izquierda de Chile, Rojas fue forzado al exilio tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Estuvo en la hoy desaparecida República Democrática Alemana, donde fue académico en la Universidad de Rostock.
En 1978 se trasladó a Venezuela, donde trabajó en la Universidad Simón Bolívar y fue jurado del premio de Novela Rómulo Gallegos. En 1979 regresó a Chile con el respaldo de la Beca de la Fundación Guggenheim. En 1990, ya restablecida la democracia fue reincorporado como profesor emérito en la Universidad de Concepción.