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¿Un maestro de la conciliación de clases en la periferia del capitalismo?

Fuentes: Correio da Cidadania (Brasil) [Imagen: El ex presidente Lula expresando su amor por el pueblo brasileño. Créditos: Ricardo Stuckert. Correio da Cidadania]

El discurso de Lula en la segunda semana de marzo de 2021, tras la decisión del STF (Supremo Tribunal Federal) que le devolvió sus derechos políticos, generó esperanza en importantes sectores de la población brasileña.

La decisión de uno de los magistrados del Tribunal Supremo expuso la casuística y las incoherencias que marcaron la proscripción de Lula en las elecciones presidenciales de 2018 y creó empatía con la situación vivida por el ex presidente. Para muchos, el mero hecho de que vuelva al tablero político un líder fuerte que reafirma principios civilizadores básicos, como la importancia de la vacunación y el respeto a las mujeres, a los negros y a la población LGBTQIA+, ya es un importante estímulo.

Al fin y al cabo, vivimos una crisis humanitaria en el país en la que las muertes provocadas por la política de Bolsonaro de buscar activamente la inmunidad de rebaño frente a la pandemia, se cuentan ya por cientos de miles. El bolsonarismo es la expresión en el contexto brasileño de un fenómeno más amplio de degradación política. Este fenómeno se expresa en todo el mundo a través de variantes neofascistas que buscan sostener, sobre la base de la violencia abierta, intensos patrones de despojo clasista, racista y sexista, además de mostrar desprecio por las drásticas consecuencias de la destrucción ambiental.

En Brasil, con propuestas como «o trabajo o derechos», «reforma de la seguridad social» y «autonomía del Banco Central», el candidato Bolsonaro fue muy bien recibido por las clases dirigentes. Si lo pensamos con calma, el presidente ha cumplido lo que prometió y no tendrá ningún problema en satisfacer todos los deseos de las clases dominantes brasileñas, que, detrás de una retórica liberal completamente fuera de lugar, se sostienen en un modelo ultra-regresivo de explotación de los trabajadores y el pueblo.

La influencia fascista en el bolsonarismo es notable. Es un movimiento de masas que alienta y moviliza todo tipo de resentimientos sociales que resultan útiles para el mantenimiento de las desigualdades de clase, género y raza y mantienen incuestionable e intacta la hegemonía del gran capital sobre la organización de la sociedad.

Para quienes creen en la linealidad del progreso social, resulta increíble ver como presidente de la República de un país continental a una persona cuya historia y valores se remontan a la defensa de la tortura y el exterminio como política de Estado, a la misoginia más repugnante, que otorga a los hombres el «derecho a violar» o a las manifestaciones de desprecio e intolerancia contra negros y homosexuales. Pero una visión más precisa de la historia revela fácilmente que el desarrollo del capitalismo no está relacionado con el progreso social. Por lo tanto, no son raras las circunstancias en las que las clases dominantes, los dueños del capital, hacen uso de las estrategias más viles para asegurar el aumento de sus tasas de ganancia.

Bolsonaro es uno de los instrumentos políticos más abyectos con los que cuenta la burguesía brasileña para mantener el saqueo del pueblo y sostener sus privilegios. Su obstinación es tan grande en este sentido que estuvo dispuesto a promover el exterminio de una parte importante de la población brasileña con el pretexto de «salvar la economía», cuando en realidad las medidas adoptadas tienen como objetivo exclusivo garantizar los beneficios de unos pocos especuladores y grandes empresarios. No hay manera de no rechazar con vehemencia la política bolsonarista.

Y el deterioro económico, social y político provocado por el bolsonarismo es tan grande que incluso sectores de las clases dominantes evalúan si no sería conveniente un esquema de dominación política con un poco más de mediación. Lula es el liderazgo aparentemente más adecuado para el papel de organizador de los intereses de las clases dominantes sin proponer o defender abiertamente la violencia social contra los pobres, las mujeres, los negros, los indígenas, los gays, etc. Por el contrario, Lula defiende en sus discursos la tolerancia y las oportunidades para cualquiera. Y siente una inmensa alegría cuando ve a los trabajadores alimentarse, y con gusto, lo que está bien representado con el acceso a la picanha (bife de consumo popular: ndt) al que aludió en su discurso del 10 de marzo.

Basándose en su creencia en el amor entre los seres humanos, independientemente de la clase social, Lula propone, por un lado, calma y esperanza para millones y millones de brasileños, que en su mayoría viven en condiciones bastante degradantes; por otro lado, Lula insta a las clases dirigentes a ser sensibles al sufrimiento del pueblo. «Tengo que hablar con los empresarios. Quiero saber dónde está su locura, no se dan cuenta de que si quieren crecimiento económico, si quieren que la torta crezca, si quieren que la economía crezca, tienen que garantizar que la gente tenga trabajo, que la gente tenga ingresos, que la gente pueda vivir con dignidad, si no, no hay crecimiento.

Si Lula consigue convencer a las clases dirigentes brasileñas de que asuman un papel «mínimamente» civilizador, y logra convencer al pueblo de que lo mejor es esperar a que vuelva el crecimiento económico que permita a más gente comer carne de picanha y subirse a un avión, será la historia quien lo cuente. Por nuestra parte, entendemos que el agravamiento de los problemas estructurales nunca antes enfrentados del país, sintetizados en la doble articulación «dependencia externa-segregación social», hacen que los objetivos de Lula sean bastante frágiles.

Desde el punto de vista del pueblo brasileño, no hay camino hacia una vida digna para todos que no pase por enfrentar y derrotar a quienes basan sus beneficios y privilegios en la especulación financiera con el presupuesto público y en una economía dependiente de la exportación de unos pocos productos primarios.

Es necesario poner fin al subdesarrollo endémico y a la concentración de la renta y de la propiedad de la tierra asociados a la actual dinámica económica brasileña. Construir la verdadera solución histórica, que es cambiar profundamente el país, será mucho más difícil que depositar las esperanzas en las dotes conciliadoras de un líder carismático.

El futuro que necesitamos depende de mucha organización popular y de la lucha por la comida, el agua, la vivienda, el trabajo, la tierra, la industria, la salud y la educación. Esta es la única manera de garantizar la dignidad del pueblo y la soberanía nacional.

Potiguara Lima es profesor de la red pública estatal.

Traducción: Correspondencia de Prensa.

Fuente (de la traducción): https://correspondenciadeprensa.com/?p=18077

Fuente (del original): https://www.correiocidadania.com.br/2-uncategorised/14599-um-mestre-da-conciliacao-de-classes-na-periferia-do-capitalismo