América Latina y el Caribe acumulan 220 millones de pobres. Es decir, que casi la mitad de la población regional está imposibilitada de una vida apenas decente, con soluciones mínimas a sus urgencias alimentarias, sanitarias o de educación.Unos 170.000 menores de cinco años perecen en esta zona geográfica cada 12 meses por enfermedades perfectamente prevenibles, […]
América Latina y el Caribe acumulan 220 millones de pobres. Es decir, que casi la mitad de la población regional está imposibilitada de una vida apenas decente, con soluciones mínimas a sus urgencias alimentarias, sanitarias o de educación.
Unos 170.000 menores de cinco años perecen en esta zona geográfica cada 12 meses por enfermedades perfectamente prevenibles, y 23.000 mujeres mueren en igual lapso durante el embarazo o el parto a consecuencia de la falta de atención médica.
Mientras, y por largos decenios, los gobiernos han dado la espalda a este drama, y cuando más se han enfrascado en largos devaneos teóricos sobre tales problemas o se afincan a caminos que han demostrado sobradamente su caducidad.
Ciertamente, como postula la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), que impulsan a paso acelerado Venezuela y Cuba, es hora de torcer la ruta, dejar atrás los esquemas de reconocida inoperancia y poner los hombros en fila para iniciar una senda diferente, donde se piense en el desarrollo económico con fundamental énfasis en lo social.
Hace unos días en Caracas, dirigentes venezolanos y cubanos insistían nuevamente en la urgencia de tales cambios, mientras rubricaban 192 nuevos proyectos bilaterales que fortalecen la integración mutua y tienden puentes hacia el resto de América Latina.
Y es que el ALBA en su aplicación no mira únicamente hacia los dos primeros concernidos, por el contrario, extiende sus soluciones y beneficios al resto de la zona, aun cuando sus representantes gubernamentales no adopten todavía el nuevo camino, o tal vez ni siquiera lo consideren.
Esa es la esencia de la Operación Milagro ya en marcha devolverá la vista a cientos de miles de pobladores de los más disímiles rincones del hemisferio, incluidos los norteamericanos pobres, que hoy están imposibilitados de dar solución a sus limitaciones físicas porque en sus naciones los recursos no aparecen.
Tal es el caso de PETROCARIBE, la instancia que procura un abastecimiento de crudo a las débiles economías isleñas mediante el suministro petrolero a precios preferenciales, de manera que los ahorros en este rubro se destinen a proveer programas de salud, educacionales y de asistencia a los pueblos.
Es un nuevo derrotero que se abre en este sentido gracias al impulso venezolano y cubano. Y sería bueno que los dirigentes de América Latina, muchos de ellos llegados al gobierno por su carisma popular y por titularse abanderados de causas justas, dejarán atrás esquemas integradores que, por sus sustentos netamente comerciales resultan insuficientes, para enfrentar la realidad de un área geográfica signada por la peor distribución de la riqueza a escala planetaria.