Recomiendo:
2

Un mundo sin trabajos

Fuentes: Rebelión

Hace treinta años, el filósofo marxista Adam Schaff avisó en su trabajo para el Club de Roma de que la clase trabajadora estaba destinada a desaparecer en las próximas décadas. Sorprendentemente, Schaff fue capaz de prever los problemas a los que nos enfrentamos hoy debido a la actual revolución tecnológica que está mutilando el mercado […]

Hace treinta años, el filósofo marxista Adam Schaff avisó en su trabajo para el Club de Roma de que la clase trabajadora estaba destinada a desaparecer en las próximas décadas.

Sorprendentemente, Schaff fue capaz de prever los problemas a los que nos enfrentamos hoy debido a la actual revolución tecnológica que está mutilando el mercado laboral y diezmando a la clase trabajadora. También tuvo razón al señalar que «los especialistas honestos no tienen ninguna duda» en denunciar y pedir medidas reales ante este fenómeno.

La historia se mueve en la única dirección posible, independientemente de lo que digan los gobiernos, las grandes empresas u otras partes interesadas que intentan convencernos de lo contrario. Estas partes intentan ocultar los hechos, distrayendo al público con asuntos menos urgentes hasta que no nos quedará más remedio que enfrentemos con este inmenso problema. Una de las estrategias utilizadas para distraer la atención sobre lo que está pasando es utilizar los medios de comunicación para anunciar que esta revolución generará nuevas ocupaciones reemplazando a las antiguas a medida aquellas desaparezcan.

Eso simplemente no es verdad. Tales nuevas ocupaciones serán pocas, no estarán disponibles para los nuevos desempleados y tampoco estarán disponibles más que un corto espacio de tiempo.

Hay tres razones principales por las que los nuevos empleos creados por la revolución tecnológica y las nuevas ocupaciones no serán suficientes para mantener vivo el mercado laboral.

La primera es que los nuevos trabajos difieren de los desaparecidos en cantidad. Millones de conductores, traductores, agentes de atención al cliente y un largo etc. (ocupaciones que estarán entre las primeras en desaparecer) no serán reemplazados por un número igual de codificadores, diseñadores o chefs (ejemplos éstos últimos tomados de los artículos de propaganda de diversos medios de comunicación).

La segunda razón es que los nuevos trabajos difieren de los desaparecidos en sus características. Millones de trabajadores con poca o ninguna especialización no podrán ocupar los puestos emergentes, que en su mayoría requieren un alto grado de competencia técnica. Y aunque todos estos trabajadores pudiesen aprender las habilidades necesarias aún se tendrían que enfrentar al problema cuantitativo ya mencionado. Todavía peor, deberán además competir con otros desempleados más cualificados que también buscan trabajo.

Finalmente, y todavía más importante, no pasará mucho tiempo antes de que con los nuevos trabajos suceda lo mismo que con los antiguos y también éstos sean automatizados. El progreso de desarrollo tecnológico avanza a una velocidad exponencial, mientras que el número de trabajos disponibles crece (cuando no decrece directamente) de manera geométrica y además de manera cada vez más lenta. Así, cualquier nuevo tipo de trabajo creado por el proceso de desarrollo tecnológico será engullido por el mismo proceso en un lapso de tiempo que se vuelve increíblemente más pequeño con cada ciclo de avance tecnológico.

A todo lo anterior hay que añadir la reducción de la capacidad del mercado laboral para manejar dos tendencias demográficas actualmente imparables que están aumentando la competencia por los empleos existentes: el crecimiento de la población a nivel mundial y la prolongación de la esperanza de vida.

Como Schaff declaró en su trabajo, negar lo que es evidente no será de ninguna utilidad y sólo nos obligará un ajuste más doloroso a posteriori. Sería mejor pues abrir los ojos, comenzar a mirar alrededor y empezar a buscar soluciones a la altura del problema presentado.

Veamos a nuestros amigos, familiares y vecinos desempleados obligados a estudiar a los 30, 40 o 50 años porque no pueden encontrar un trabajo. No ignoremos el rápido aumento de la competencia en trabajos de cualificación media mientras continúan empeorando las condiciones de trabajo. O la creciente competencia por los puestos altamente calificados y/o bien remunerados, donde la meritocracia ha desaparecido y ha sido reemplazada por el nepotismo, el amiguismo o el privilegio.

Sólo entonces podremos comenzar a llamar a los trabajos temporales o «gigs» por lo que realmente son: la constatación de la incapacidad del mercado laboral para producir empleos de calidad. O descubrir el enorme ejército de reemplazo detrás de inmensas plataformas digitales compitiendo por quién aceptará el salario más bajo y quién está dispuesto a trabajar en las peores condiciones.

Otro ejemplo son todos esos desempleados de larga duración que ya no pueden ser absorbidos por el mercado laboral, empleados por los gobiernos en los países desarrollados en trabajos que no tendrían cabida en un mercado laboral funcional a cambio un salario de subsistencia; o aquellos empleados como vigilantes informales para patrullar vecindarios como puede verse en cualquier ciudad importante de los países en desarrollo.

Algunas economías desarrolladas ya están considerando rentas básicas o de ciudadanía para proteger a sus ciudadanos del desempleo permanente y masivo que ya está llamando a nuestra puerta. Pero las rentas básicas son sólo un pequeño paso en comenzar a abordar el problema. Todavía tendremos que ver cómo las medidas destinadas a proveer ingresos mínimos en los países desarrollados podrán alimentar a los pobres en los países en desarrollo, que no olvidemos son la mayoría de la población mundial.

Y también igualmente importante, pero si cabe más trascendente, es el problema de que un estómago lleno no sirve de propósito a la vida de personas que tienen 24 horas al día, 365 días al año de tiempo libre. Encontrar un propósito individual y colectivo será más que nunca el mayor desafío para las futuras generaciones.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.