Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La Troika -el Banco Central Europeo (BCE), la Comisión Europea, y el FMI- están arrastrando a Europa hacia su segunda recesión en tres años. El propio BCE tiene la capacidad de terminar esta crisis, garantizando bajas tasas de interés para los bonos soberanos de países como España e Italia. Entonces los países miembros podrían restaurar un crecimiento económico normal y el empleo.
Pero el BCE se niega a hacerlo, en parte porque la Troika está utilizando la crisis como una oportunidad para imponer cambios, especialmente en las economías más débiles de la Eurozona, cambios por los cuales la gente que reside en ellos jamás votaría. Esas reformas incluyen reducción del gobierno, privatización, «flexibilidad laboral» y la reducción de las pensiones públicas.
Sin embargo, ya que Europa tiene de lejos el mayor sistema bancario del mundo, la crisis de la Eurozona es también un obstáculo significativo para el crecimiento y el empleo en casi todo el resto del mundo. Esto podría causar fácilmente más daño si no se resuelve.
En este contexto tiene lugar una lucha dentro de los gobiernos y entre estos y las instituciones internacionales por las políticas económica y socialmente destructivas de la Eurozona. En la última cumbre del G8 ,el sábado en Camp David, hubo notables diferencias entre los presidentes Obama de EE.UU. y François Hollande de Francia, por una parte, y la canciller Angela Merkel de Alemania por la otra, respecto al sentido de seguir impulsando aún más profundamente a Europa hacia la recesión mediante la restricción fiscal (como lo hace actualmente la Troika).
Aunque hay señales de que numerosos economistas del FMI e incluso los dirigentes de este organismo no están contentos con las políticas de la Troika, el Fondo no va a romper con los europeos en su consejo de directores. Pero existe una institución internacional que, porque su estructura incluye a sindicatos, a veces puede adoptar una posición más progresista respecto a estos temas vitales.
Es la Organización Internacional del Trabajo (OIT), afiliada a las Naciones Unidas. Se diferencia de organizaciones como el FMI, el Banco Mundial, o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), las cuales tienen una enorme influencia que tiende a reforzar el statu quo, o algo peor.
La OIT estima que el mundo ha perdido 50 millones de empleos desde el comienzo de la crisis económica mundial y la Gran Recesión, y la Troika está aumentando el número de víctimas. En 2009, la OIT propuso un «pacto global de puestos de trabajo», que recibió el apoyo de la ONU y del G20, pero con pocos resultados. El año pasado, propuso un «piso de protección social», que también obtuvo apoyo internacional, pero de nuevo sin mucho efecto.
El 28 de mayo, la OIT elegirá un nuevo director general. El favorito es Guy Ryder, un exsecretario general de la Confederación Sindical Internacional (CSI). El pasado mes de noviembre obtuvo el apoyo del grupo de trabajadores, que forma un cuarto del colegio electoral de la OIT, antes de que se conocieran sus rivales. También existen otros candidatos con apoyo regional, como el vicepresidente colombiano Angelino Garzón.
Pero hay un candidato que probablemente tratará de utilizar el potencial de la OIT para cuestionar las devastadores políticas económicas que han causado tanto desempleo y sufrimiento innecesarios en los últimos cuatro años. Es Jomo Kwame Sundaram de Malasia, el único candidato asiático.
Es el economista jefe, formado en Harvard, de las Naciones Unidas, responsable también de los programas de cooperación técnica. Según se dice, responsable del informe de la Comisión Stiglitz de 2009 sobre la crisis, Jomo ha mostrado una comprensión clara no solo de las causas de la actual crisis económica, sino también del hecho de que los gobiernos y las instituciones internacionales relevantes no han sido capaces de sacarnos de ella. También sacaría a la luz las falacias de las políticas de liberalización del mercado laboral que se pregonan como solución. Sus antecedentes indican que aportaría el liderazgo necesario en la OIT.
Aunque los esfuerzos de la OIT para establecer convenciones internacionales para promover una agenda «basada en los derechos» para los sindicatos pueden ser útiles, son ineficaces ante el alto desempleo. También están lejos de ser suficientes para hacer progresar la causa de los miles de millones de trabajadores que están desocupados o que enfrentan una creciente inseguridad debido a empleos precarios, salarios estancados y prestaciones en disminución. Las perspectivas de un aumento del empleo, e incluso de los salarios, dependerá en el futuro cercano, en gran parte, de las políticas macroeconómicas aplicadas por los gobiernos, especialmente los de las principales economías.
Hasta ahora, éstas han ido en la dirección equivocada, y la OIT tiene que enfrentar directamente esos fracasos políticos.
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Mark Weisbrot [ http://www.cepr.net/index.php/
Fuente: http://www.guardian.co.uk/
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