Es un principio máximo de la batalla política y de la guerra: nadie puede seguir en pie sin asegurar su propia supervivencia. Y este domingo Nicolás Maduro con su victoria electoral lo hizo abriendo un nuevo ciclo para el chavismo y, sobre todo, para el país. 1. Una victoria electoral que cierra un ciclo político […]
Es un principio máximo de la batalla política y de la guerra: nadie puede seguir en pie sin asegurar su propia supervivencia. Y este domingo Nicolás Maduro con su victoria electoral lo hizo abriendo un nuevo ciclo para el chavismo y, sobre todo, para el país.
1. Una victoria electoral que cierra un ciclo político de confrontación
Los años en la Venezuela chavista pasan con rapidez, parecen cinco años y no uno desde que sucedió el brutal linchamiento de Orlando Figuera, hecho conmemorado precisamente el mismísimo día de la cita electoral. Ese dato de profundo sentido emocional y humano para una gran parte de los venezolanos nos lleva hacia un punto nodal de la política hoy: Maduro ganó la presidencia de la República en el aniversario del asesinato con mayor contenido simbólico de todo lo que se movía contra el chavismo en las guarimbas de 2017.
Estas presidenciales estuvieron marcadas dentro de un ciclo en el que la oposición presionó el quiebre contra el Gobierno Bolivariano y la conformación institucional diseñada por Hugo Chávez desde la primera constituyente en 1999.
Se puede decir que desde el triunfo de la oposición en las parlamentarias de 2015, este ciclo llevó al país hacia un empate técnico en términos de fuerza que el antichavismo intentó volcar a su favor a través de un referéndum revocatorio, declaraciones de abandono del cargo, juicios políticos, antejuicios de mérito, intentos de golpe de Estado y guarimbas. Toda una guerra política por vías legales e ilegales se puso en marcha para conformar una nueva Venezuela que sacara al chavismo de la ecuación institucional. Lamentablemente y con extrema crudeza, el caso de Orlando Figuera reveló la sustancia humana de lo que había detrás de esta metódica.
Maduro, junto al chavismo, retomó la iniciativa en 2017 con el llamado a la Asamblea Nacional Constituyente para encausar el conflicto hacia una salida y destrabar la parálisis institucional abierta con la victoria parlamentaria de la oposición. Cambió completamente el escenario al adversario por uno totalmente nuevo, y lo llevó a dirimir esta confrontación a través de tres elecciones seguidas que cerraron este domingo con la presidencial. En ese sentido, al triunfar en las tres elecciones fragmentando al antichavismo, el Presidente canceló completamente la capacidad de peligro para el chavismo por parte de la oposición venezolana.
Obviar esto del análisis sería dejar sin pies ni cabeza cualquier tipo de interpretación sobre lo que sucedió este domingo.
2. Una elección que abre otro tipo de confrontación con Estados Unidos
Ahora la disputa en el seno opositor parece ser por quién gestiona interna y externamente el embargo petrolero en ciernes o el paquete de sanciones de Estados Unidos. Su razón de ser luego de esta estruendosa caída es intentar ejercer presión contra cualquier indicio de estabilidad en el país con el objetivo de fracturar al chavismo.
No es un detalle menor que el Frente Amplio Venezuela Libre, Soy Venezuela y ahora Henri Falcón se peleen por quién exige más fuerte la repetición de elecciones presidenciales.
Todos con nula capacidad de movilización, víctimas de sus propios militantes que podrían aceptar participar en el Gran Acuerdo Nacional convocado por el presidente Maduro para reestablecer el acuerdo de convivencia pacífica entre todos los actores políticos de Venezuela. Después de todo, la diferencia entre la participación en las parlamentarias y estas presidenciales es de 26%, casi la mitad de lo conseguido por Falcón, lo que convierte a los abstencionistas en una minoría que por sí misma no puede articular un proceso de presión interna similar a la de estos últimos años, en el corto y mediano plazo.
Este descalabro interno, por otro lado, pone al país en el centro de las amenazas de Estados Unidos de utilizar todo su arsenal de guerra financiera, diplomática, mediática y comercial para generar una fractura interna que movilice un «cambio de régimen», según lo dejó entrever Juan Cruz, el asesor para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional de Donald Trump. La revelación del presidente Maduro acerca de un plan de golpe militar, pagado desde Colombia, abona además la tesis de que la estrategia de la Administración Trump es tomar Venezuela por la fuerza de las botas, intentando regresar a la región a un estadio similar al de las dictaduras militares de los años setenta.
3. Una victoria como lección regional que ubica a Maduro en otro plano histórico
Subestimado y maltratado por el progresismo regional, al punto de que ni Lula ni Cristina Fernández de Kirchner han mostrado respaldo público a su figura, Maduro acaba de vencer en esta elección una metódica de guerra política contra los liderazgos regionales que fulminó al progresismo en Ecuador, Argentina y Brasil. Ensayada sincrónicamente en todo el continente, esta metódica fue extremadamente sofisticada y exitosa al punto de que en todos estos países construyó panoramas nuevos que terminaron con la persecución, estigmatización y cárcel, como es el caso de Lula Da Silva.
No se trata aquí de hacer leña del árbol caído, ni señalar a quienes muchas veces con su silencio evitaron defender al chavismo en un momento existencial, sino tan solo remarcar la importancia de la experiencia histórica acumulada que deja la fórmula política inédita diseñada por Maduro con la que salió del mismo atolladero adonde fueron llevados Lula, Dilma, Correa y Cristina.
Esto convierte a Maduro en el primer líder que devela una forma de cómo enfrentar la nueva estrategia de «cambio de régimen» de Estados Unidos y sus aliados en la región. Dejando así un piso político que le permite afrontar el desafío de gobernar una Venezuela que al día de hoy representa el segundo país más bloqueado del continente después de Cuba. Paradójicamente, ahora el deber histórico le demanda a Maduro, junto al chavismo, convertir a Venezuela en el primer país que en el siglo XXI puede sortear un bloqueo económico manteniendo un rumbo propio, como lo hizo en el pasado Fidel Castro.
4. El desafío del chavismo es blindar una de sus más importantes victorias políticas
El centro de este nuevo momento de la política venezolana deja de ser la confrontación con la oposición y se traslada toda la atención hacia el conflicto económico. Donde está en juego la capacidad del presidente Maduro de imponer una salida a situaciones agravadas por fallos administrativos y burocráticos que podrían dañar en el mediano plazo la posición alcanzada con esta importante victoria electoral. En su alocución después del anuncio de los resultados, el Presidente dejó en claro que ésta será la etapa política que se avecina en el país. El reto ahora es contra nosotros mismos.
Maduro ha centrado la lucha contra las mafias económicas como uno de los más importantes objetivos de su plan en pos de reestablecer el control administrativo de importantes áreas económicas del país: la distribución, la comercialización, el intercambio financiero, y el manejo de empresas e instituciones del Estado de alto valor estratégico. Su plan se ampara en el margen de maniobra que ha conseguido en estas últimas elecciones.
De esto deriva entonces el reto monumental más importante de la historia chavista: la imperiosa necesidad de salir del diseño de un país petrolero pensado, creado y moldeado a calco marginal del consumo gringo, culturalmente ultra dependiente de las importaciones y exportaciones de Estados Unidos.
Ir hacia un modelo de país propio, que hoy no existe y que con Chávez llegó a dibujarse apenas en sus primeras líneas maestras. Un país basado en las capacidades del pueblo que hoy ha impedido -otra vez- la guerra total. Un país que pueda construir la gente que decidió quedarse, apoyándose en los aliados internacionales para afrontar el agresivo bloqueo estadounidense. Dejar atrás el país constituido en su cuerpo por el consumo superfluo, para sustituirlo por una cultura distinta, propia, no importada. Si acaso se pensase que es posible reeditar el país saudita, bien difícil sería mantenerlo vivo sin atar su destino a las manos del Fondo Monetario o a la inversión de transnacionales extranjeras.
Por fuerte que sea, el pulso que el presidente Maduro abrirá con el anuncio de su plan económico, centrado posiblemente en recuperar el valor de la moneda y la lucha contras mafias económicas del país, implicará según él «una renovación espiritual, ética, política y cultural», como ha afirmado en sus discursos, un nuevo comienzo. En los próximos días, sabremos con mayor detalle cuál es ahora nuestro lugar como chavistas en este nuevo ciclo estratégico para solidificar y blindar, quizás, una de las más importantes victorias políticas que hayamos tenido sin el comandante Hugo Chávez.
En su memoria, aquí seguimos rindiéndole homenaje, cinco años después, con el autobusero que nos dejó al volante en uno de los momentos más peligrosos de la humanidad.