Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez
El presidente Bolsonaro ciertamente va a entrar en la historia, no solamente por la cantidad de ataques y ofensas que diariamente lanza contra las mujeres, los negros, las personas LGBT’s y, más recientemente, los nordestinos. Son tan absurdos y sin sentido que no merece la pena qu entremos a comentarlos en este momento , aún sabiendo que no se puede quedar callado. El hecho es que son ofensas que buscan desviar la atención del movimiento silencioso de destrucción del patrimonio público, construido desde hace décadas por la nación brasileña y que costará a las generaciones futuras un alto precio.
Fernando Collor, supuesto cazador de marajás, realmente lo que hizo fue confiscar el ahorro de los brasileños y privatizar 18 empresas públicas brasileñas en su trayectoria meteórica de dos años. Fernando Henrique Cardoso (FHC) continuó la idea de que Brasil debía abrir sus fronteras a los mercados externos y, para eso, profundizó la entrega a los extranjeros de empresas estratégicas como a Vale do Río Doce, el sector de la telefonía, parte del sector de la energía y el monopolio que la Petrobrás tenía en la explotación de nuestro petróleo. El caso de Jair Bolsonaro realmente es algo nunca visto. Conocedores de las consecuencias desastrosas para la nación derivadas del neoliberalismo de Collor y FHC (recuerden el crimen de Brumadinho, a consecuencia de la actuación de la Vale después de su privatización), las fuerzas vivas de la sociedad nunca permitieron que bancos públicos, como la Caixa Econômica Federal o el Banco de Brasil, fueran vendidos al sector privado. No en vano, existe la certeza de que son los únicos capaces de garantizar la financiación de los sectores más pobres de la población (la Caixa es símbolo de casa propia por alguna razón). Bolsonaro, sin embargo, avanza descaradamente hacia su privatización.
Están también en el punto de mira de Bolsonaro las universidades públicas, el sector eléctrico de generación y transmisión de energía (Eletrosul, Eletropaulo, Eletronorte, Chesf, Cemig) y la Petrobrás, que empieza a ser troceada y ya vio como su sección de distribución BR fue vendida a precio de saldo. Además de los recursos naturales como el agua, el presal y la propia Amazonía, todo entregado en bandeja de plata a los gringos gracias a las mentiras dichas al pueblo brasileño.
Estamos delante de un crimen de lesa patria, por el cual la nación se arrodilla ante los Estados Unidos. Lo que está en juego es la capacidad de nuestro pueblo para construir con sus propias manos el destino del país como una nación fuerte y soberana. Por eso es urgente que todos los brasileños se levanten contra ese absurdo. Está claro que el gobierno Bolsonaro no es sólo enemigo de los trabajadores y de los más pobres, también es un enemigo de la nación. Esto exige que las voces demócratas, republicanas y, sobre todo, nacionalistas, se junten a las fuerzas populares y denuncien y tomen las calles con un sólo grito, el verdadero grito de independencia: «¡La soberanía nacional no se toca!».