Recomiendo:
0

Un paréntesis en el libre mercado

Fuentes: La Estrella Digital

Hace unos días, el presidente de la patronal desató un pequeño terremoto en la prensa, afirmando la necesidad de hacer un paréntesis en la economía de libre mercado. No veo yo motivo para tanta agitación. Los paréntesis siempre han existido, es más, son inherentes al liberalismo económico. El capital y sus altavoces mediáticos vociferan frecuentemente […]

Hace unos días, el presidente de la patronal desató un pequeño terremoto en la prensa, afirmando la necesidad de hacer un paréntesis en la economía de libre mercado. No veo yo motivo para tanta agitación. Los paréntesis siempre han existido, es más, son inherentes al liberalismo económico. El capital y sus altavoces mediáticos vociferan frecuentemente exigiendo libertad absoluta para el mercado, es decir, para el dinero, pero recurren a papá Estado tan pronto se ven en apuros.

Se habla del riesgo como algo inherente a los empresarios, pero lo cierto es que huyen de él siempre que pueden trasladándoselo a los consumidores (tipos de interés variable en las entidades financieras, tarifas en dólares en las empresas de servicios en Latinoamérica…, etc.). Pero, en todo caso, si las cosas se tuercen ahí está el Estado para traspasarle los marrones, haciendo caer sobre el contribuyente el coste del desaguisado. Privatización de beneficios y socialización de pérdidas. El tinglado de la antigua farsa está bien montado. El chantaje funciona a las mil maravillas: si el sector público no acude en ayuda de los estafadores, se producirá el caos económico y el daño será mucho más grave.

«Si el plan no se aprueba, que Dios nos asista», es la fórmula con la que Henry Paulson, secretario del Tesoro americano, pretende convencer a los congresistas, demócratas y republicanos para que aprueben el proyecto más intervencionista de la historia, la utilización de 700.000 millones de dólares (equivalente a la mitad del PIB español) en la compra de activos basura, evitando así la quiebra en cadena de las grandes compañías. Lo grave es que puede ser que tenga razón, porque los chantajes del neoliberalismo económico son chantajes, pero no engañan. De ahí la gravedad de aceptar sus premisas y sus métodos, porque después será imposible zafarse de las conclusiones.

Resulta cada vez más frecuente comparar esta crisis económica con la de 1929. Tal vez sea una exageración, pero lo cierto es que desde el principio de los ochenta, poco a poco, la economía mundial ha ido retornando a los principios y presupuestos ideológicos que regían en los inicios del siglo XX, al tiempo que se desmantelaban todos los mecanismos de salvaguarda que se habían construido. ¿Nos puede extrañar que la historia se repita en los resultados y que nos encontremos inmersos en una crisis parecida a la de 1929? Quizás la única diferencia es que entonces se creían de verdad la teoría y pensaban que el mercado y la economía tenían sus propios mecanismos de autodefensa, y que, una vez realizada la purga, retornaría el equilibrio. Hoy, por el contrario, lo que prima es el cinismo; al poder económico le va muy bien con el fundamentalismo de mercado, sin embargo está dispuesto a abandonarlo en cuanto ve las orejas al lobo.

Es posible que, tal como afirma Paulson, sólo podamos librarnos de un crac dedicando medio billón de euros de los contribuyentes (que, al final, no sólo serán americanos) a limpiar la porquería vertida en la economía mundial por un grupo (aunque muy amplio) de truhanes. Pero al menos habría que exigir responsabilidades a alguien. Por supuesto, a los ejecutivos de las grandes compañías implicadas. Todos ellos con contratos blindados, se han ido encima con fabulosas indemnizaciones.

Sin embargo no son sólo ellos los responsables. ¿Qué decir de las empresas de calificación? Convertidas, sin saber quién las ha investido de tal autoridad, en las reinas del mercado, se dedican a dar y negar certificados de buena conducta. Son capaces de conceder una mala calificación a un Estado y la óptima al papel basura. Sería de esperar que desapareciesen envueltas en el mayor de los oprobios.

Culpables son los políticos que se han dejado comprar por los ideólogos del neoliberalismo económico y han asumido un discurso sin ninguna consistencia teórica y que ya había probado en la práctica a qué resultados nefastos conducía. Hoy son muchos los que repiten que el libre mercado ha muerto. Un periódico ha llegado a titular «Diez días que cambiaron el capitalismo». Casi todo el mundo incide en que hay que reformar en profundidad los mercados financieros y los mecanismos de regulación. Pero me temo que todo ese discurso se diluirá y como tantas veces, pasada la crisis, retornaremos al fundamentalismo de mercado, a la globalización, a la libertad absoluta en los mercados de dinero y de capitales, a las apuestas especulativas, a la desregulación del mercado laboral, a las privatizaciones y a los bancos centrales y demás organismos reguladores independientes o incluso privados. Hasta la próxima crisis, en la que el dinero público tenga de nuevo que derramarse con generosidad en los mercados.