A veces parece imposible. La rabia está ahí. Tantas rabias. Rabia ante la destrucción del mundo por el capitalismo, la destrucción de nuestras vidas y las vidas de nuestros amados. Rabia ante el desperdicio de tanto potencial, de tanta creatividad, tanta vida por el desempleo y también por el empleo. Rabia ante la pobreza y […]
A veces parece imposible.
La rabia está ahí. Tantas rabias. Rabia ante la destrucción del mundo por el capitalismo, la destrucción de nuestras vidas y las vidas de nuestros amados. Rabia ante el desperdicio de tanto potencial, de tanta creatividad, tanta vida por el desempleo y también por el empleo. Rabia ante la pobreza y el hambre en un mundo de riqueza. Rabia ante la masacre de la vida no humana y la aniquilación suicida de una convivencia ecosocial posible. Rabia cuando vemos el mundo que estamos creando y lo contrastamos con el que podríamos crear.
La dignidad está ahí. Tantas dignidades. Tanta gente nadando contra la corriente, tanta gente que lucha de infinidad de formas diferentes por no seguir la lógica del capital, tanta gente tratando de vivir con dignidad en, contra y más allá de un mundo basado en la negación de la dignidad. Las comunidades en Chiapas que están construyendo otra manera de educar a sus hijas y hijos; los maestros de Puebla que se han levantado para construir una educación digna en sus escuelas; los estudiantes del mundo entero que luchan contra la privatización de las universidades y se niegan a aceptar que estudiar es simplemente entrenarse para una vida de trabajo capitalista; los programadores que aprovechan sus habilidades para desarrollar un software para el uso en común; tanta y tanta gente que trata de vivir sus vidas de una manera que respeta la dignidad de los otros y se niega a usarlos como medios para alcanzar un fin.
Las rabias están ahí, las dignidades están ahí, las dignas rabias están ahí, por todos lados. Pero a veces nos sentimos atorados. Sabemos que no estamos solos, pero nos sentimos solos. Tantas rabias alrededor de nosotros, pero no sabemos cómo tocarlas. No somos minoría, pero nos sentimos minoría. Tantas frustraciones al borde de explotar, pero siguen contenidas. Tantas voces al punto de gritar, pero no sale el sonido, el grito simplemente resuena dentro de nuestras cabezas, una y otra vez.
Como dos amantes que van caminando en la calle. Saben que se aman, pero unas barreras se levantan entre ellos, quién sabe cómo, unas paredes de vidrio, y no saben cómo deshacerse de ellas, no saben cómo tocar el amor del otro.
No existe ninguna receta para decirnos cómo romper las barreras. No es cuestión de instituciones. Los amantes se casan y las barreras se quedan iguales. Creamos un partido o una asociación para juntar las rabias, pero en lugar de prenderlas, las apaciguamos.
Tal vez ayude el preguntar-escuchar. Escuchar las rabias que nos rodean, escuchar las frustraciones, los amores que no encuentran voz. Aprender a escuchar lo inaudible, a ver lo invisible. Aprender a escuchar y respetar las rabias y las frustraciones incluso cuando vienen de lugares donde no las esperamos encontrar, aún cuando la gente no se viste de la misma manera que nosotros, ni usa el mismo lenguaje.
Dice John Berger en el último número de Desinformémonos que la resistencia está en saber escuchar a la tierra. Sí, o tal vez algo más pequeño. Tal vez estamos escuchando al botón de una flor que está en la espera de una primavera que puede ser que nunca llegue. Ponemos el oído junto al botón y escuchamos. ¿Qué es lo que oímos? Tal vez nada, porque no conocemos el lenguaje de los botones, y ellos a lo mejor no hablan el idioma de la izquierda. Pero si escuchamos bien y con mucho cuidado, tal vez podamos distinguir los sonidos de los amores y frustraciones que el botón contiene (y que lo desbordan). Las rabias. Los anhelos. Las memorias de sueños que todavía no se han realizado. Los muertos muriéndose para vivir las vidas que nunca pudieron vivir. La energía de un mundo que no existe y nunca ha existido, un mundo que todavía no existe y existe todavía no. La energía de un botón que quiere abrir sus pétalos.
Escuchando aprendemos un nuevo lenguaje, tal vez, y esto ayuda a disolver las barreras, nos hace entender que todos somos parte del botón que anhela el futuro posible. Pero aún así la primavera que el botón está esperando, parece que no quiere llegar.
Necesitamos una sacudida, algo que cambia el mundo alrededor de nosotros. Vamos caminando con nuestro amante amada en la calle, juntos y separados, y de repente un niño cae de su bicicleta, e inmediatamente los dos reaccionamos, muy juntos. Tan sencillo. El presidente hace una declaración más estúpida que las usuales y de repente las rabias y las frustraciones van bajando a las calles en una gran ola de alegría rabiosa. Probablemente no podemos predecir este evento que nos sacuda, y puede ser que no venga de dónde queramos que venga, ni que hable exactamente el lenguaje que queremos que hable, pero de repente surge una exuberancia, un desbordamiento de rabias y amores que disuelve todas las barreras y convierte nuestra frustración en una celebración, una explosión de pétalos abriéndose por todos lados.
¿Podemos crear estos eventos que sacuden? Tal vez, pero sólo en parte. El levantamiento del 1 de enero de 1994 fue un evento que hizo subir la rabia y la esperanza dentro de millones de personas y las hizo salir a las calles y las llevó a nuevas formas de pensar y de relacionarse. Pero es siempre una apuesta. Se puede planear el evento, pero lo importante finalmente no es el evento mismo sino su resonancia, y la resonancia es cuestión de sensibilidades que van más allá de cualquier planeación. Los zapatistas pudieron planear la toma de San Cristóbal y de las otra ciudades, pero no podían saber qué tan fuertes iban a ser las olas de resonancia en todo el mundo. Aquí cuenta sobre todo el preguntar-escuchar, el proceso de adquirir sensibilidades, sentir resonancias, tocar dignidades.
Y ahora viene 2010. ¿Es posible que 2010 se vuelva un evento que destruya las barreras? Sin duda alguna, las rabias y las frustraciones se están intensificando ante el dolor que resulta de la crisis capitalista y la violencia cada vez mayor del gobierno mexicano. Sin duda va a haber celebración, la celebración en México de la independencia y de la revolución. Pero ¿qué tipo de celebración? ¿Puede ser que sea algo más que la glorificación de la estupidez institucional? ¿Puede convertirse en una explosión de alegría rabiosa? ¿Cómo hacer de ella un relámpago de memoria, una redención de los sueños de aquellos que lucharon? Ellas y ellos no querían dar sus vidas por una bandera y un himno nacional, ni para construir una frontera contra los guatemaltecos, nicaragüenses y hondureños. No murieron para crear la obscenidad del Estado Prian. Lucharon para crear un mundo en el cual la dignidad se abriría como una flor. Vivieron para hacer realidad el potencial del botón. Un pendiente.