Sobre el diálogo pudiera decirse lo mismo que del arroz con pollo: es de perogrullo que no se puede hacer sin pollo. Pero algunos piensan que sí. El diálogo requiere de interlocutores, de lo contrario no funciona. O sea, que diálogo sin interlocutores equivale a un arroz con pollo sin pollo. ¿A qué viene esta […]
Sobre el diálogo pudiera decirse lo mismo que del arroz con pollo: es de perogrullo que no se puede hacer sin pollo. Pero algunos piensan que sí. El diálogo requiere de interlocutores, de lo contrario no funciona. O sea, que diálogo sin interlocutores equivale a un arroz con pollo sin pollo. ¿A qué viene esta consideración? A lo siguiente: me pareció excelente el llamado que el presidente Chávez le hizo al país y a un grupo importante de empresarios el 11 de este mes en el Alba Caracas, acerca de la necesidad de conformar una «gran alianza nacional productiva». Sin duda se trata de una estrategia trazada a partir del reconocimiento de una economía mixta y de un empresariado cuya participación en el esfuerzo de producir es determinante. El planteamiento del Presidente suscitó obvias reacciones a favor y en contra. Estas últimas ubicadas en los extremos del arco ideológico-político. Para sectores de derecha y los empresarios reconcomiados porque no fueron invitados al acto -o que simplemente arremeten contra cualquier propuesta de Chávez-, la oferta es una trampa. Es el recurso al que apela quien se siente desbordado. Para alguna gente de izquierda lo dicho por Chávez implica retroceso político -claro, no aluden al Presidente sino que atribuyen la responsabilidad del anuncio a otros-. Se trataría de una peligrosa desviación que compromete al proyecto bolivariano.
No quiero enredarme en un debate cuya característica es la impostura. La derecha no acepta nada de lo que diga Chávez, y la izquierda integrista busca pretextos para preservar su inefable pureza ideológica.
Lo que Chávez propone no desnaturaliza su proyecto. No está retrocediendo. En materia de diálogo -político, social, económico-, él siempre ha dado demostraciones de asumirlo. En materia económica, no le ha mentido a los venezolanos: auspicia el socialismo y enfatiza que estamos en la etapa de transición. Al empresariado le ha dicho, repetidas veces, que reconoce su existencia, y que aun cuando rechaza la sacralización del mercado está consciente del carácter mixto de la economía venezolana.Por eso es que no vale la pena pelear con los molinos de viento de una farsa. ¿Qué se plantea entonces? Implementar esa política. Que no se reduzca a una simple formulación.Que ancle en la realidad. Y para ello es indispensable definir la interlocución.
Quiénes serán los voceros y cómo funcionará en la práctica la propuesta presidencial. ¿A quiénes designará el sector público para adelantar el diálogo sobre productividad? ¿A quiénes escogerá el sector privado? Si el tiempo pasa y no se instalan mesas de trabajo para encarar la urgencia de producir, frenar la inflación, crear fuentes de empleo, se disipará el impulso inicial y el desgaste de la palabra será enorme.