En este artículo el autor analiza la fractura social entre los bolsonaristas de extrema derecha y los demócratas.
El pasado miércoles fue feriado en Brasil, y el bolsonarismo convocó a sus seguidores a manifestarse. Bolsonaro había aceptado de alguna manera la derrota 24 horas antes, pero no lo hizo explícitamente ni utilizó ninguna frase clara y contundente al respecto. Fue una declaración ambigua, tramposa y retrasadísima, temporal y conceptualmente. Muy sofisticada y cínica al mismo tiempo. Messias Bolsonaro (ese es su segundo nombre) saludó las movilizaciones como parte del juego democrático. Agregó sí –de manera clara– que no avalaba bloqueos en las rutas, que eso era característico de la izquierda y que ellos no podían hacer lo mismo.
Todo es una trampa en esta construcción masiva y delirante. Por supuesto que las movilizaciones son parte del juego democrático, pero ¿qué sucede cuando las movilizaciones se producen para desconocer la voluntad de la mayoría que se acaba de expresar? Eso, por supuesto, es distinto. Si no hay mención a la mayoría de forma ninguna en la alocución de Bolsonaro, ya evidenciamos una violación al contrato elemental de la democracia.
Volvamos al miércoles. Es la mañana y hay mucha incertidumbre acerca del suceso de la convocatoria. Parece que no habrá mucha asistencia. Sobre el mediodía el número de movilizados es grande, decido ir a grabar.
Argentinicemos los hechos para dimensionar algunos acontecimiento de la era que estamos atravesando. La convocatoria del bolsonarismo a manifestarse no es a la Plaza de Mayo; es a Campo de Mayo. No es la movilización a Campo de Mayo de 1987 para exigirle a los uniformados que respeten la investidura de un Presidente votado por la mayoría. Es justamente lo contrario: le piden a los militares que violenten la voluntad de las mayorías expresada ¡tres días antes! En el Comando Militar do Sudeste de Sao Paulo se reúnen unas 30.000 personas según los medios.
Ingreso a la movilización y preparo mi cámara. Para mí no es una manifestación más, interpreto que es una movilización histórica en términos conceptuales, un quiebre social.
Hace un año y medio fui a documentar la vivienda incendiada de uno de los ministros de Evo Morales durante el golpe de Estado en la ciudad de Potosí. En un momento registré con mi cámara la habitación que había funcionado como biblioteca del ex ministro. Caminé sobre cientos de libros quemados. Sentí un espanto en mi cuerpo y en mi alma, la sensación de estar 85 años atrás en la Alemania nazi.
Cuando el pasado miércoles caminé con mi cámara por entre esas y esos miles furiosos, rogándole a los militares que intervengan para impedir la asunción del Presidente electo, sentí algo parecido; esa memoria genética de un pasado dominado por la cultura del odio y de la muerte, un pasado que creímos extinto y superado por nuestra evolución y que ahora se hace presente y nos involuciona.
En las horas siguientes sucedieron dos hechos que calmaron las aguas: Bolsonaro volvió a hablar, dijo que los resultados no habían sido los esperados y que él estaba tan triste como todos. Hay que concederle ese arresto de mesura que Trump no tuvo y que habilita un escenario institucional hasta la asunción de Lula.
El jueves el obispo evangélico Edir Macedo fue el encargado de disciplinar a la tropa, “otorgándole el perdón” a Lula: “¿Cuántas personas en este Brasil, o en este mundo exterior, deben haber estado enojadas contra Lula, heridas, aferradas a un sentimiento hiriente contra él? Hicimos nuestras elecciones y la elección fue la mayoría, obviamente. No podemos estar tristes, porque eso es lo que quiere el diablo. El diablo quiere acabar con tu fe, acabar con tu relación con Dios por culpa de Lula o de los políticos. No se puede, hijo mío, no se puede, adelante”.
Y sí, listo, sublevación suspendida. Por ahora cuanto menos.
Ahora les invito a mirar el vídeo con las entrevistas del miércoles. La ira de esos rostros podrá guardarse momentáneamente por directiva del Messias o del pastor, pero no es bueno olvidar el registro, el peligro del fascismo que está ahí, latente.
Esos fieles inspiran su furia en el hijo de Dios, mientras tanto yo me imagino al mismísimo aquí en Sao Paulo, tomándose una cervecita mientras asiste al vídeo que ustedes van a ver ahora… Jesucristo mira a sus seguidores en su laptop y reflexiona en voz alta: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
¡Salud!