Al joven Silvio Astier se le trastocó la cabeza de tanto leer folletines de bandoleros y busca vidas. Tanto frecuentó la zapatería del viejo andaluz, en cuyas paredes aparecían pegados cromos multicolores de famosos malvivientes de ficción, que soñó con ser uno de ellos y así escaparle a la miseria que lo rodeaba.
Las lecturas del Juguete Rabioso son múltiples y tal vez, interminables. Pero
una de ellas es la que se nos revela a las pocas líneas y de la mano del mismo
protagonista que afirma su fascinación por la lectura y entre otras las del
Quijote de la Mancha. Es tan grande su fascinación por las historias que
cuentan los libros que admite querer ser como Rocambole y salir al mundo a
resolver entuertos y enderezar entreveros. Si el Quijote elige a un pobre
campesino para que lo secunde en sus aventuras, Silvio buscará en Enrique
y Lucio a sus secuaces de acción con los que fundará El club de los caballeros de la medianoche. Los triunfos futuros
que sueña el Quijote serán dedicados a su amor imaginado, la bella Dulcinea del
Toboso. Mientras que Silvio sueña con gastar el dinero fácil, ganado en la
aventura del delito en “cocots” en
las soñadas noches de lujos de una vida dulce y hermosa que nunca llega.
Pero hasta ahí los paralelos, las abundantes y febriles lecturas (tanto el Quijote como Silvio gastan sus dineros en libros de aventuras) secan los cerebelos de ambos y los largan al mundo a desplegar sus propias correrías. Uno, buscando el bien y unos ideales conocidos en la literatura de caballerías del siglo XVI. El otro, el método o la forma de ganar plata fácil sin la vergüenza del trabajo para salir de la miseria en un país en donde el éxito de las vacas gordas se paseaba en largos veranos por Europa. Es en aquella Europa, precisamente en París, en donde nuestra elite “descubre” al tango mientras tira manteca al techo en los restoranes y cabarets de moda.
Roberto Arlt vivió sólo 42 años y construyó toda su obra entre las redacciones periodísticas y la noche porteña, el tango y sus ambientes; sus noches y su brillo. De ahí sus personajes, sus anhelos y ese deseo irrefrenable de salvación. Metafísica y terrenalidad, rabiosa.
Lo acusaban de escribir mal…y en el prólogo a Los lanzallamas responde: no tengo dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia (…) afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempos o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo.
Dos mundos, dos historias nacidas al calor de febriles lecturas y el desencanto por un mundo hostil, objeto de modificación a través de la acción y la aventura.
Silvio Astier seguirá su camino e ingresará a la Escuela Militar de Aviación y al poco tiempo convence al Capitán Márquez de que escuché sus ideas para la construcción de un cañón para proyectiles de grueso calibre. Al cuarto día, y cuando creía que todo comenzaba a encaminarse, un sargento le anuncia que le dan de baja. Silvio, azorado pide explicaciones que el cabo desconoce. Poco después y mientras caminaba hacia el portón de salida, el director de la escuela le gritó a modo de consuelo: “Su puesto está en una escuela industrial. Aquí no necesitamos personas inteligentes, sino brutos para el trabajo”
Sumando una nueva frustración y sin lugar en donde vivir, decide alquilar una cama de pensión y es allí en donde se da el encuentro fallido con el joven que si pudiera daría toda mi plata para ser mujer, una mujercita pobre… o encontrar a alguno que lo quiera para siempre.
Si Alfonso Quijano termina sus distintas aventuras loco y apaleado por una sociedad que no lo entiende, la miseria –producto humano sí los hay- arrastra a Silvio Astier hasta la locura y la traición. Es así. Se cumple con la ley de la ferocidad. Dirá Arsenio Vitri hacia el final de la historia que vino, como ninguna otra, a instalar en el sur de América la novela moderna de este capitalismo brutal y embrutecedor.