En Brasil el neoliberalismo, el imperio, la potencia hegemónica de nuestro continente, ha dado un zarpazo más: ha logrado separar de su cargo a la presidenta Dilma Rousseff, mediante un golpe orquestado con la complicidad de mayorías legislativas, un buen número de partidos políticos, consorcios financieros y de medios informativos, y las fuerzas externas de […]
En Brasil el neoliberalismo, el imperio, la potencia hegemónica de nuestro continente, ha dado un zarpazo más: ha logrado separar de su cargo a la presidenta Dilma Rousseff, mediante un golpe orquestado con la complicidad de mayorías legislativas, un buen número de partidos políticos, consorcios financieros y de medios informativos, y las fuerzas externas de la dependencia y sus aliados internos, encabezados en este caso, ¡qué ironía!, por Fernando Henrique Cardoso.
Ningún delito cometido, argumentos legaloides, acusadores y operadores del golpe evasores de la justicia, autores acusados ellos sí con razón, de delitos comprobados de corrupción, acogidos a la impunidad que brinda un sistema judicial igualmente herido en áreas fundamentales por la corrupción.
A la separación temporal de Dilma, las fuerzas de la reacción y el entreguismo habrán de continuar su labor, buscando, como paso siguiente, la destrucción de las fuerzas políticas populares y democráticas del Brasil, que sin duda encabeza el Partido de los Trabajadores, y de sus personalidades representativas, Dilma y Lula, entre otros. A éste, sin duda el que ha encabezado la edificación de un Brasil independiente e igualitario, el dirigente político progresista y democrático más popular y destacado de su país y de Latinoamérica, se le quiere cerrar el paso para que no vuelva a conducir a su pueblo por sendas de progreso y democracia.
Lo que hoy sucede en Brasil, no es sino la continuación de un proceso de sometimiento de los países de nuestra región, que puede observarse ya en el reciente caso de Argentina, donde con el ascenso al poder de Mauricio Macri, se ha impuesto una violenta política contra los sectores populares y por la anulación de los derechos sociales.
Recuérdese a Eric Hobsbawm, que al hablar en el 2004 de este nuestro siglo XXI, señalaba que «los Estados Unidos no son sólo un Estado, sino un Estado que se impuso el objetivo de transformar el mundo en una determinada dirección. La hegemonía cultural ‘americana’ tiene, así, una dimensión política…», la ambición de establecer su modelo en una dimensión global, bajo su hegemonía y con la prevalencia de sus intereses, aquellos que dominan la vida política y económica del propio Estados Unidos.
Esta absorción es la que se está viviendo en nuestra región. El imperio había descuidado el sur del continente por estar ocupado en otros frentes económicos y geopolíticos: China, Rusia, el Oriente Medio, principalmente, y ha comprendido que por ahora es preferible dejar en aquellos territorios más lejanos las cosas como están, en algunos sitios más revueltas, menos en otros, sin necesariamente sacar las manos de los conflictos que de modo principal ha provocado, y volver la vista a sus vecindades del sur. De ahí que se haya intensificado, por un lado, la imposición de gobiernos afines por procedimientos suaves o no tan suaves, de oligarquías locales entreguistas y asociadas, dispuestas a que se acentúe la acumulación de la riqueza en minorías, a hacer retroceder y disminuir los derechos sociales, a ceder los mercados internos a productores de fuera; y, por otro, que se hayan intensificado también los ataques contra aquellos que se resisten a someterse.
Dilma Rousseff, la presidenta legítima y legal de Brasil, ha declarado que defenderá no sólo su derecho que deriva de una elección democrática, respaldada por más de cincuenta millones de votos, sino la democracia y el régimen de derecho en su país. Sabe y tiene la confianza, que cuenta en esa lucha con el apoyo de todos aquellos que en Brasil quieren democracia, respeto a sus derechos de gente y la liberación de los derechos de su nación para ejercitar sin trabas su soberanía, y que junto con ella lucharán por la erradicación de la corrupción y contra las fuerza del entreguismo.
Y conviene también poner la vista en nuestro país: México. Aquí el golpe ha sido, en un sentido suave. El neoliberalismo ha impuesto a nuestro país el modelo que satisface a la hegemonía, a los intereses financieros y políticos que mandan en los Estados Unidos. Se ha hecho de nuestros mercados internos, destruyendo capacidades productivas del campo, desmantelando ramas industriales e inhibiendo se integren cadenas productivas, desapareciendo instituciones, anulando principios constitucionales básicos para el ejercicio de la soberanía nacional, abriendo a intereses ajenos las áreas y los recursos estratégicos del desarrollo económico. Por otro lado, el golpe que gradualmente se ha dado en México ha sido duro: ha provocado el empobrecimiento creciente de la población, una desmedida concentración de la riqueza, un continuo flujo migratorio que deprecia el valor del trabajo en el norte, aquí un crecimiento del desempleo y la informalidad, violencia y delincuencia sin control, con alto costo en vidas, al tiempo que corrupción e impunidad.
Así como en Brasil las fuerzas patrióticas están y estarán oponiéndose al golpe y organizándose para recuperar la vigencia plena del estado de derecho y el derecho del pueblo a determinar democráticamente el rumbo del desarrollo de la nación, México y los países del continente en los que se ha venido consolidando la dependencia política y económica que ejerce nuestro vecino del norte, se hace cada vez más fuerte el compromiso para las fuerzas patrióticas, de hacer todo lo que a su alcance esté, para lograr una auténtica emancipación económica, condición indispensable de la independencia política.
Fuente original: http://fundaciondemocracia.org/brasil-zarpazo-mas-del-imperio/