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El Gran Dictador

Una apología del Presidente Chávez

Fuentes: Rebelión

«Si un homme qui se croit un roi est fou, un roi qui se croit un roi ne l’est pas moins»(Si un hombre que se cree rey está loco, un rey que se cree rey no lo está menos)Jacques Lacan Los portavoces de la derecha de la izquierda y de la izquierda de la derecha, […]

«Si un homme qui se croit un roi est fou, un roi qui se croit un roi ne l’est pas moins»
(Si un hombre que se cree rey está loco, un rey que se cree rey no lo está menos)
Jacques Lacan

Los portavoces de la derecha de la izquierda y de la izquierda de la derecha, así como de la derecha de la derecha, del centro de la derecha, del centro de la izquierda y del extremo centro, en resumen de todas las derechas independientemente de su origen ideológico sienten horror por un personaje como el Presidente de la República de Venezuela, Hugo Chávez Frías. Este horror es compartido por sectores de la pequeña burguesía intelectual incluso de izquierda. Se trata de un sentimiento de aversión profunda al hecho de que un hombre del pueblo, de origen parcialmente indio ocupe la más alta magistratura de la República. No es tanto que sea un hombre de izquierdas: a Salvador Allende o a Fidel Castro siempre les tuvieron más respeto: eran enemigos, y por ello mismo, algo reconocible. Se trataba de «gente bien» o, como dicen algunas oligarquías latinoamericanas, de «gente como uno». Eso no les impide ser «asesinables», pero los hace menos inquietantes.

Hugo Chávez es un hombre de gran talento y habilidad, con capacidad y formación, pero con unos modales y una retórica que lo hacen poco presentable en sociedad. Es precisamente esto lo que indica la radicalidad de la revolución que vive Venezuela. Por primera vez, el principal cargo del Estado no está ocupado por alguien cooptado o al menos reconocido por las clases dominantes. Se le critica por su falta de formación y su falta de modales. La formación de Chávez es la de un autodidacta, rica, heteróclita, a veces disparatada. No encaja en ningún canon académico. Es la que podría darse cualquier persona del pueblo deseosa de entender el mundo en que vivimos para cambiarlo. Sus modales no son malos en términos absolutos: nunca ha demostrado falta de educación ni de respeto a sus interlocutores y adversarios. Lo que pasa es que dice cosas que desentonan en la buena sociedad: recordar el expolio de las Américas ante el rey de España era una indelicadeza necesaria para alguien que habla en nombre de los expoliados, recordar desde la presidencia de la República que «el capitalismo es incompatible con la democracia» es algo que debería estremecer a las izquierdas y las derechas que gestionan y justifican el terror del Imperio en nombre del Estado de derecho y la democracia.

Afírma Jacques Rancière apoyándose en Platón que no existe un saber especializado, una techné propia del político, que esa misma carencia de saber especializado en los gobernantes es la esencia de la democracia, ese régimen en el que cualquiera puede llegar a gobernar. Una política convertida en técnica y acaparada por expertos conocedores de la economía y de la sociedad es lo que llama Rancière «policía»: mera gestión y normalización social, sin antagonismo ni decisión política. Chávez es precisamente ese individuo que es como cualquiera de nosotros, quislibet, que ocupa el puesto del gobernante. Al hacerlo no está cerrando en nombre de un saber la posibilidad de sus conciudadanos de ser políticamente activos: por el contrario, la abre. Lo apasionante del proceso venezolano es precisamente esa capacidad enorme de apertura del espacio de lo político a las mayorías sociales, cuya participación política no se reduce ni mucho menos al ejercicio del derecho de sufragio, por mucho que para 4 millones de personas que antes de la revolución bolivariana no tenían existencia civil al no estar censadas este derecho haya sido y siga siendo sumamente importante. Chávez es un dirigente legitimado electoralmente, pero ello no quiere decir que la gente le dé un mandato libre e incondicional como hemos podido ver en el último referéndum. Chávez es el capitán -negro mal disfrazado de blanco- de un barco negrero en rebelión, que a diferencia del personaje de Melville en Benito Cereno, acepta gustoso su papel. Y es que el modo que tiene Chávez de ocupar el lugar del poder neutraliza el funcionamiento normal de un Estado de derecho «respetable» y pone en peligro la reproducción de las condiciones jurídicas y políticas del capitalismo. Este es el único motivo por el que las derechas de toda laya lo tildan de dictador. El proceso de transformación social más democrático, más rodeado de garantías, más respetuoso del pluralismo no deja de ser una terrible ofensiva contra el poder de clase de las oligarquías venezolanas y mundiales. En Venezuela no sólo no se gobierna en favor de» la gente bien» y contra la «chusma», sino que la «chusma» está progresivamente tomando las riendas del país. Esto es precisamente la democracia, esto es lo que tantísima inquietud produce.

Afirman que Chávez es un gran dictador. Dan ganas en un primer momento de rebatir ese insulto, de decir que un gran dictador como Dios y el capital mandan no permite que el 90% de los medios de comunicación de su país lo ataquen violentísimamente a diario, que un gran dictador de bien al estilo de Pinochet el cual según los liberales como Hayek es un exponente autoritario del Estado de derecho, no convoca referéndums con posibilidades de perder. No vale la pena insistir sobre todo esto; todo el mundo que quiera informarse lo sabe. Chávez desempeña, sin embargo, el papel de otro Gran Dictador que encarnó Chaplin en la película del mismo nombre: el sastrecito pobre judío que llega a la tribuna de Hitler, lo suplanta y pone fin mediante un discurso de paz a la pesadilla bélica y totalitaria del nacionalsocialismo. El Chávez que habló en las Naciones Unidas de un Bush que «huele a azufre» santigüándose muestra el mismo talento para distanciarse de la seriedad política. La política de los soberanos es una bufonada que se toma a sí mismo en serio, imponiendo a los demás la misma seriedad. Hay que reivindicar como legitimadora la mirada de las oligarquías y de todas las derechas sobre Chávez. Lo que hay que pedirle al Presidente bolivariano es que no se rebaje nunca al lugar de un jefe de Estado «serio y respetable» como lo fueron Hitler y Carlos Andrés Pérez para los oligarcas del planeta, que evite tomarse demasiado en serio. Su voluntad de llevar a cabo una revolución a golpe de cambios constitucionales tiene que ver con esa peligrosa seriedad y constituye un peligro para el proceso bolivariano. También es peligrosa de manera más anecdótica su polémica con el Borbón: compararse con el rey de España afirmando su superior legitimidad es creer demasiado en esta última, contemplarse como personificación de un poder soberano. Ninguna revolución, ninguna democracia auténtica son compatibles con ese tipo de poder que aparta a la gente, a las mayorías, de la participación política efectiva. Lo peor que le puede ocurrir a la revolución bolivariana es que Chávez se crea realmente que es el Presidente, poniéndose en el mismo plano que otro fulano que se cree que es rey.