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Sobre el Sacristán que podemos seguir leyendo en el siglo XXI

Una Conferencia sobre el sentido común y las crisis históricas

Fuentes: Rebelión

Con escasas opiniones divergentes [1], es ampliamente reconocida la importancia política y cultural de la prolongada, diversa y densamente poblada arista de Manuel Sacristán como conferenciante. Algunos de sus grandes trabajos y artículos fueron inicialmente conferencias. «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia», «La universidad y la division del trabajo» y «Studium […]

Con escasas opiniones divergentes [1], es ampliamente reconocida la importancia política y cultural de la prolongada, diversa y densamente poblada arista de Manuel Sacristán como conferenciante. Algunos de sus grandes trabajos y artículos fueron inicialmente conferencias. «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia», «La universidad y la division del trabajo» y «Studium generale para todos los días de la semana» son tres ejemplos destacados.

Durante su estancia en Alemania, en el Instituto de lógica de Münster, probablemente en alguno de sus períodos de descanso, Sacristán impartió en Barcelona una conferencia con el título «Hay una buena oportunidad para el sentido común». Fue en un curso organizado, en 1954, por el Instituto de Estudios Hispánicos. Seguramente fue una de sus primeras intervenciones públicas.

En el folleto de presentación del curso, después de las citas iniciales de Nietzsche (1878), Ortega (1930) y Alfred Weber (1935), podía leerse:

Nuestro mundo cultural visto por hombres intelectualmente jóvenes. Una serie de reflexiones sobre aspectos de presente y las posibilidades del inmediato futuro a través de españoles nacidos no antes de 1914. Once conferencias bajo el tema ‘Panorama del porvenir’

Entre los conferenciantes, Julián Marías («Estructura de la Historia»), Lorenzo Gomis («La religión a prueba»), Fabià Estapé («El precio de la industrialización»), R. Vidal Teixidor («Hombre, destino y enfermedad»), José Casanovas («La música, una revolución imposible»), Jose María Castellet («Una literatura sin lectores»), Manuel Ribas («Ese arte útil que llamamos Arquitectura»), Gabriel Ferrater («¿A dónde miran los pintores?»), Miguel Sánchez Mazas («Ciencia teórica, ciencia aplicada»), Pinilla de las Heras («La coexistencia posible: el equilibro entre potencias. La coexistencia imposible: libertad y seguridad») y el propio Sacristán. El curso se inició el 24 de noviembre de 1954 en el Ateneo barcelonés con la conferencia de Julián Marías; la última de las intervenciones no llegó a celebrarse: Miguel Sánchez Mazas no pudo (o no le permitieron) trasladarse a Barcelona.

Pinilla de las Heras ha dado cuenta [2] de los avatares de la publicación de estas conferencias:

Del ciclo «Panorama del Porvenir» se hicieron cuatro ejemplares mecanografiados. Conservo todavía la factura de los mecanógrafos, a mi nombre, factura que el Instituto de Estudios Hispánicos nunca me reembolsó.

Un ejemplar se envió al diplomático José Luis Messía, que por entonces era Secretario General en funciones del Instituto de Cultura Hispánica, en la sede central en Madrid. Otro ejemplar quedó en posesión del Secretario General del Instituto en Barcelona, Ramón Mulleras. Otro lo tengo yo. Y el cuarto ejemplar debió hacer algún recorrido errático por los clanes intelectuales barceloneses. Solamente una parte de las conferencias llegaron a publicarse por entonces, donde se pudo (por ej., en el boletín cultural del Instituto de Estudios Americanos, en el núm.1, 1958). La conferencia de Gabriel Ferrater fue publicada, íntegra, por el profesor Laureano Bonet, como apéndice a su libro sobre Gabriel Ferrater, Universidad de Barcelona, 1983.

Manolo Sacristán tuvo tiempo de leer el texto mecanografiado y de hacer observaciones y correcciones, que conservo en su manuscrito. Nuestra esperanza era que, dada la calidad de los textos, se hallaría algún editor. Pero el Instituto de Cultura Hispánica era la institución que había pagado las conferencias, y no produjo ni autorización ni negación de autorización. Por otro lado, Julián Marías decidió publicar por su cuenta, como parte de un libro suyo, su ensayo sobre Estructura de la Historia, convirtiendo en editorialmente imposible su reproducción simultánea por nosotros [3].

La conferencia de Sacristán, impartida el 3 de diciembre de 1954 en la sala de estudios del Instituto (calle Valencia, 231, de Barcelona), está recogida en el imprescindible libro de Pinilla de las Heras [4]. Está dividida en tres apartados [5]. Sacristán abría su intervención con las siguientes palabras:

La verdad es que a unas reuniones animosamente dedicadas a darnos un «panorama del porvenir» -es decir, un panorama de los hechos por venir- la Filosofía debiera asistir como mera oyente. Ella, la pobre, no ha hecho nunca gran cosa en el terreno de los hechos: su esencia, su entraña, es la lógica, y la lógica es la ciencia de lo posible, no de lo real. Claro está que los organizadores de este curso pueden haber traído a colación a la Filosofía precisamente por esa atención que presta a las meras posibilidades. En todo caso, sólo en este limitado sentido nos permitirá que la interroguemos sobre el futuro. Por si eso fuera poca razón de impotencia, proseguía Sacristán, todavía quedaba otro nudo que aconsejaba a la Filosofía no meterse en camisa de once varas hablando del porvenir:

[…] la Filosofía no es lo que podríamos llamar una ciencia «inmediata» con un objeto material directamente definible en el mundo. La Filosofía es una ciencia mediata, una «ciencia de las ciencias» y casi todo lo que esta expresión pueda tener de sublime es pura coincidencia sintáctica. Eso de que la Filosofía fuera «la ciencia de las ciencias» sólo quería decir, señalaba Sacristán, que a la antigua reina absoluta del saber humano no le quedaba casi tierra para gobernar. Su función era mucho menos absoluta

[…] tiene que limitarse a inspeccionar la gestión que sus virreyes -la Física, la Biología, la Sociología, etc- llevan a cabo con sustanciosos resultados en los múltiples territorios autónomos de su desmembrado reino. Cierto que quedan parcelas que se ha reservado, y entre ellas la central, la lógica (que es como la ley fundamental y constitucional que tienen que respetar todos esos virreyes autónomos), y alguna otra que para nuestra ocupación de esta tarde es de suma importancia. Pocas eran, pues, las cosas cuyo desarrollo fuera todavía gestión filosófica. Por lo demás, proseguia Sacristán, incluso en otros tiempos, aunque siempre o casi siempre se habia reservado

[…] voz la Filosofía para hablar de las cosas de los hombres, pocas veces se le otorgó voto. Vamos ahora a pedirle que nos dé su panorama del porvenir. Nos lo dará ciertamente; pero conste que llega aquí con voz y sin voto. Hablará con nosotros de nuestro futuro, pero otros decidirán de él a la hora de votar y de vetar.

Sacristán señalaba que, por razones de economía mental, las primeras disciplinas antropológicas que se separaron del tronco filosófico unitario habían sido las ciencias jurídicas y la Medicina.

Derecho y Medicina -el alma y el cuerpo- fueron luego reclamando como ayudantas investigaciones que arrancaron buenos trozos temáticos de la Filosofía, y que más tarde se convirtieron en ciencias con toda la categoría de tales; designémoslas brevemente como Sociología y Antropología, hoy ya considerablemente complejas y ricas.

A pesar de ello, la filosofía se reservaba insistentemente voz y palabra en las cosas de los seres humanos: con lo que le habían quitado la Antropología y la Sociología no se agotaba el tema del hombre [6]. Exponer lo que quedaba sin tocar del tema exigía entrar en consideraciones extensas de antropología filosófica. Sacristán aputaba que tal vez podía hacerse brevemente «utilizando conceptos de algunos filósofos contemporaneous».

A ninguno de nosotros le resultará sospechosa esta proposición: la Sociología no agota el objeto de estudio llamado hombre. En cambio, es a primera vista más discutible que tampoco tengamos agotado el tema en cuestión cuando reunimos los temas de la Antropología con los de la Sociología. Si de plantas se tratara, sin duda nos daríamos por satisfechos con su estudio científico -positivo, individual y social-, en el supuesto de que tal estudio consiguiera ser exhaustivo. Sin embargo, proseguía el conferenciante, la misma hipótesis resultaba insatisfactoria tratándose del conocimiento del ser humano. ¿Por qué? Por lo siguiente:

Más de un filósofo contemporáneo ha puntualizado un peculiar carácter del ente llamado hombre, a saber: que mientras, según parece, cualquier otro ser del mundo es comprensible cuando se exponen todos los elementos que presentemente lo forman, el hombre en cambio oculta todavía su último secreto cuando ya se conocen -en el supuesto de que se conocieran perfectamente- su constitución física, los elementos sociales de su vida y hasta sus constituyentes anímicos. Aun cuando conociéramos todo eso, todavía no sabríamos lo decisivo sobre el hombre; y ello porque el hombre puede hacer con todo eso lo que quiera, hasta el punto de transformar la relación recíproca -y quién sabe si hasta la propia naturaleza- de todos aquellos elementos. Ejemplos muy espectaculares nos ofrecen la psicopatología y la terapéutica psiquiátrica. Por eso dice Ortega que «el hombre no tiene naturaleza sino historia», queriendo decir con ello que el hombre decide de su propia naturaleza merced al uso que de sus elementos constituyentes naturales hace a lo largo de su vida. Por lo mismo nos enseña otro filósofo contemporáneo (Heidegger) que la esencia del hombre se revela como un peculiar poder ser, como un poder ser que es el elemento propiamente esencial del ente que se estudia.

Ortega había escogido el término «futurición» para expresar ese central rasgo potencial de la esencia del hombre. Sacristán recordaba igualmente que, algunos filósofos clásicos «ya se habían aproximado a ese punto de vista al dar un valor metafísico a la libertad».

Así pues, ese poder ser, esa característica esencial de ser más lo que se puede ser que lo que actualmente se es, la libertad -si preferimos (como creo que debe preferirse) esa vieja y hermosa palabra [7]- es el resto constitutivo que queda en el hombre y que no puede ser estudiado en sí mismo por la Sociología y la Antropología positiva, sino en algunas de sus manifestaciones.

La libertad en el sentido del hacer era tema propio de la ética. La libertad «en el sentido de hacerse a sí mismo, del decidir del propio ser constituyéndolo», era asunto de la metafísica, cuya filiación filosófica en aquel entonces estaba también fuera de duda para Sacristán. Por último, añadia, al hablar de libertad en metafísica se estaba hablando de un poder ser, «y en la base del estudio de toda posibilidad está la lógica, fuente primera de la Filosofía y de todo pensamiento» [8].

Por todo lo anterior, concluía Sacristán, valía la pena reservar la voz de la filosofía para hablar de las cosas de los seres humanos. Antes de oírla, advertía Sacristán

[…] que con lo que llevamos dicho queda claro que al pedir a la Filosofía un panorama del porvenir no nos referimos a su propio futuro técnico como ciencia, sino al futuro nuestro, que sin duda nos interesa mucho más. Hace ya cierto tiempo que la Filosofía habla poco de asuntos tan generales, sumida como está en intrincados problemas técnicos especiales. Pero a todos nos consta que siempre le gustaron esos otros problemas más comunes, de interés más universal. Y sin duda nos dirá algo sobre ellos, porque ya hemos visto que puede hacerlo, toda vez que ella se ocupa de esa llave del futuro que es la libertad. Con estas palabras cerraba Sacristán el primer apartado de su intervención. Un buen número de contemporáneos, señalaba al inicio del segundo apartado, estaba convencido de que nuestra época tenía características únicas, «nunca vistas antes, y no precisamente por excelentes sino por rematadamente malas».

No hablemos ya de la opinión que estos años merecen a las personas de edad y de cultura media. Ellas están en su papel cuando ponen gesto agrio a la física atómica y a las modas femeninas. Pero lo que es más notable es que personas jóvenes -publicistas, periodistas, políticos- hablen en términos tan alarmados como son los que pueden leerse en cualquier periódico español por ejemplo. No creo que a ninguno de nosotros nos resulten inéditas las frases «final de la civilización», «sumirse el mundo en la barbarie», «el peligro mortal que amenaza a nuestro mundo», etc.

De este modo, la peculiaridad de la época sería la de ser precisamente «una peculiaridad catastrófica». Siguiendo a estos profetas catastrofistas, señalaba Sacristán, el panorama del porvenir era muy sencillo:

[…] catástrofe o salvación [9]. Y seguramente sería muy fácil poner de acuerdo a los ministros y periodistas de un país acerca de cuál es la salvación y cuál la catástrofe; pero es de temer que fuera imposible extender ese acuerdo a mucha distancia de cada oficina de propaganda. Sacristán se seguía manifestando aquí en términos políticamente muy prudentes. Inistía en ello: si hay alguna palabra que quiera decir exactamente lo contrario que filosofía, esa palabra era «Propaganda» [10]:

No hay dos actitudes más heterogéneas que la del que tiene amor a saber y la del que tiene ansia de que los demás crean algo que él cree, o que, aun sin estar muy seguro de ello, necesita creer por motivos de economía espiritual o de cualquier otra clase de economía. Lo primero que la Filosofía debía hacer para levantar una atalaya del futuro era despejar el terreno sobre el que construirla. Ese terreno, señalaba Sacristán, era el presente.

A primera vista, nuestro presente no difiere mucho de algunos pasados -muy significativos, eso sí de la historia del hombre. Lo que de peculiar tiene es que todo el mundo lo considera inestable, especialmente provisional, puesto que le ven abocado a una catástrofe o necesitado de una salvación. Claro está que todos los presentes son inestables, pero no siempre lo ha sido la situación humana para la cual ese presente era tal presente. O mejor dicho, nunca lo ha sido de un modo tan acusado, o nunca ha parecido tan acusadamente provisional a las personas que lo vivían.

En la Historia, proseguía Sacristán, existían unas cuantas situaciones que presentaban semejante «aspecto de inestabilidad, de provisionalidad, de espera de un cambio». Esos momentos de inestablidad se llamaban «crisis históricas».

Por eso es una moda justificada decir que nuestro tiempo es tiempo de crisis, y no es necesario que nos ruboricemos al pronunciar esa palabra tan frecuente hoy en los labios de los conserjes de los periódicos, porque precisamente lo que nos va a ofrecer la Filosofía es una contemplación seria, todo lo antiperiodística posible, del hecho que designa el término «crisis».

En la elucidación de esta noción, y en extraer consecuencias de ello, centró Sacristán su intervencón a partir de este instante.

Notas: 1) Entre estos comentarios críticos, puede verse el de Gregoria Morán. Véanse sus declaraciones para los documentales «Integral Sacristán» dirigidos por Xavier Juncosa (El Viejo Topo, Barcelona, 2006). 2) Esteban Pinilla de las Heras,En menos de la libertad. Dimensiones políticas del grupo Laye en Barcelona y en España, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 260.

3) En diciembre de 1954, en Radio España de Barcelona (EAJ 15), dentro del programa radiofónico «Universidad de aire», se dio información detallada sobre el curso. La emisión finalizaba con las siguientes palabras:

(…) Nos gustaría desde esta antena disponer de espacio temporal para trasmitir íntegras las palabras de Julián Marías, no es así. No obstante, señalamos el interés y la trascendencia de este curso. Seguido de la promesa de la Universidad del Aire de seguir el desenvolvimiento del mismo, el próximo martes hablará Gabriel Ferrater a propósito del porvenir de la pintura. En nuestra emisión venidera el mismo Gabriel Ferrater pronunciará desde nuestra antena un resumen de las ideas que integran su pensamiento (Ibidem, p.259).

Según Pinilla de las Heras, la censura sólo permitió la intervención radiofónica de Marías y Ferrater.

4) Pinilla de las Heras narra del modo siguiente las razones por las que los miembros del grupo Laye, recién llegados al Instituto, pudieron tener la libertad suficiente para organizar las jornadas. Según el sociólogo soriano, los dotados y generosos atributos personales de Juan Sedó fueron condiciones de posibilidad del curso.

En el verano de 1954, en un jardín de que disponían los pisos (un entresuelo ampliado) en que se hallaba por entonces el Instituto de Estudios Hispánicos, en la calle Valencia, 231, en Barcelona, nos reuníamos a menudo los participantes en seminarios. Era presidente del Instituto un industrial textil y gran mecenas barcelonés, don Juan Sedó Peris-Mencheta. Se trataba de un genuino gentleman, un hombre liberal, de pequeña estatura, salud más bien débil, voz muy mesurada, de un trato exquisito, una diplomacia permanente. Tenía un hobby por el cual era conocido internacionalmente, desde Barcelona al Japón, y desde California hasta Armenia: los beneficios de su industria textil los invertía en una gigantesca biblioteca cervantina que había ido formando, desde muy joven, en un gran piso que poseía en la Ronda de San Pedro. En esa biblioteca tenía no solamente ediciones muy antiguas del Quijote y de otras obras de Cervantes, en el original castellano; merced a contactos frecuentes con libreros de todo el mundo (incluida la Unión Soviética, Bulgaria, India, etc.) había ido reuniendo traducciones de Cervantes en otras lenguas. La sola visión de aquella biblioteca (donada a su muerte a la Biblioteca de Catalunya, en la calle del Carmen) producía un cierto sentimiento de vértigo. Este se transformaba en placer y gozo al poder hojear algunos textos, maravillas de impresión, de arte, de creatividad humana. No había biblioteca cervantina comparable en el mundo. (Ibidem, p. 121).

5) Según Pinilla de las Heras, los compases iniciales de la conferencia son una reelaboración de la voz «Crisis» que Sacristán había escrito para la Enciclopedia política Argos. El resto es enteramente original y, en opinión de Pinilla (Ibidem p. 123)

[…] constituye un buen testimonio de la fase intelectual por la que pasaba entonces el Sacristán pre-marxista. Conviene llamar la atención sobre la elegancia de la escritura, el rigor del estilo y la aparente facilidad del discurso, al alcance de cualquier estudiante. Son virtudes que luego se han perdido en el país.

6) Sobre el concepto sacristaniano de la filosofía y del filosofar puede verse el esquema de la conferencia -«Más sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores»- impartida el 3 de febrero de 1970, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza (Reserva de la BC de la UB, fondo Sacristán)

7) «Vieja y Hermosa palabra». Los términos son casi idénticos a los que Sacristán usaría 24 años después en su intervención en una mesa redonda «Sobre el estalinismo» en la que participó junto a Manuel Vázquez Montalbán 8) Por esas mismas fechas, Sacristán había escrito la voz «libertad» para la Enciclopedia Política Argos. Puede verse ahora en Manuel Sacristán, Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, Trotta, Barcelona, 2007 (edición y presentación de Albert Domingo Curto). [9] Catástrofe o salvación, barbarie o socialismo. No es imposible que Sacristán tuviera en mente la disyuntiva luxemburguista.

[10] En conferencias e intevenciones de su etapa marxista, Sacristán distinguirá entre publicidad, ese vértice insano del capitalismo, y propagada, la diffusion de ideas, razonamientos y programas.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.