En un texto reciente –y capaz ante la preocupación de muchos chavistas por una suerte de cerrazón institucional a perspectivas diversas– usted aboga por la amplitud en el debate a lo interno de las filas revolucionarias y del pueblo. Nos gustaría comenzar por allí, por su reflexión en lo que toca el debate en un proceso cuya génesis está en la democracia participativa y protagónica.
Yo he venido insistiendo sobre la cuestión de la democracia porque creo que es la génesis de la Revolución Bolivariana y es –o debe ser– la esencia de una revolución socialista. Una revolución socialista es esencialmente democrática o no lo es. Solo la auténtica participación popular logra la innovación, la transformación, la rectificación a tiempo, y el surgimiento de lo nuevo. Para ello es necesaria la elección y relegitimación permanente del liderazgo, pero también el debate de ideas, abierto, libre, sin condicionamiento, la participación en la toma de decisiones, la crítica y la autocrítica, la rectificación de errores y de rumbos desviados, la cogestión y la propiedad social –que es la democracia económica. Todos estos elementos tienen que ser ejercidos a plenitud por el pueblo para construir una sociedad auténticamente humana.
La Revolución Bolivariana surgió como un clamor, como una demanda de democracia, y no puede terminar siendo una secuestradora de los inmensos poderes creadores del pueblo. Por eso la insistencia en la democracia participativa y protagónica.
La Revolución Bolivariana o es democrática o no será.
A lo interno de la izquierda hay un debate latente sobre la cuestión de la propiedad. Si bien es cierto que Chávez planteó la “coexistencia” de todas las formas de propiedad, también es cierto que el Comandante privilegió la propiedad no privativa (la estatal, la comunal, la social). En el contexto de las sanciones y por la vía de los hechos, se viene privilegiando la propiedad privada. ¿Cuál es su opinión sobre este tema?
Ciertamente se viene imponiendo esta tendencia, que por cierto no es nueva en el seno de la Revolución Bolivariana pero que no era hegemónica dado que el rumbo que el Comandante Chávez imprimió en la Revolución fue la construcción del socialismo. Por eso favoreció la propiedad pública y la propiedad social, sin desconocer nunca la propiedad privada.
Sin duda alguna que en un país bloqueado como el nuestro, con recursos congelados por un lado y mermados por otro por la caída de la producción petrolera por diversas razones, va a requerir del capital privado nacional e internacional. Sin embargo, esta necesidad no puede ser satisfecha a costa de las inmensas mayorías de trabajadores y trabajadoras y del ejercicio pleno de la soberanía económica del país. Por eso creemos que a pesar de esa necesidad (o además de esa necesidad), lo fundamental para un Estado que pretende ser revolucionario debe ser fortalecer su potencial nacional, la propiedad pública, y la regulación de la administración soberana del petróleo, de las minas, de la petroquímica, del acero, de las telecomunicaciones, y de una parte importante de las finanzas, para así desatar y estimular la producción de la propiedad familiar, social y comunal, e inundar los mercados locales de bienes esenciales para la vida de la población en medio de estas circunstancias tan difíciles. Es decir alimentación, productos de higiene, textiles, zapatos, y útiles fundamentales para la vida cotidiana.
Por eso creo que apostar o poner todos los huevos en un solo sector de la economía, en el sector privado, que además es un sector privado muy internacional, muy contrarrevolucionario, muy acostumbrado a usufructuar la renta del Estado venezolano, pudiera ser una tragedia en lo estratégico.
Usted ha escrito sobre la necesidad de que el Estado asuma un papel regulador como “vacuna contra el neoliberalismo”, y que una de sus prioridades debe ser la atención a las necesidades del pueblo trabajador, que es el que sufre con más intensidad las consecuencias de las sanciones criminales. Nos gustaría escuchar más sobre este tema.
Cuando yo me refiero al papel del Estado, me estoy refiriendo a un principio establecido en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela: el Estado debe regular la dinámica económica de la nación sin trancar el juego económico, sin desconocer al mercado, pero sin abandonar el papel que tiene –como te decía mandatado por la Constitución de 1999– de ser un punto de equilibrio entre el capital y la inmensa mayoría del pueblo, que es el pueblo trabajador. Para ello se requiere de políticas de equilibrio en materia de precios, de política cambiaria y monetaria, en políticas que garanticen un salario digno para los trabajadores y trabajadoras (que les permita una vida digna a ellos, a ellas y a sus familias), y en la garantía de los derechos laborales (horas de trabajo, seguridad e higiene industrial, seguridad social, prestaciones). El Estado no puede abandonar su papel constitucional de ser un punto de equilibrio y de regulación entre el capital y el trabajo. Y el capital debe entender (y el Estado debe hacérselo entender) que no puede imponer una flexibilización de facto bajo el chantaje de que ellos son los que hoy tienen la capacidad de inyectar capital a la economía. Eso es inadmisible en una sociedad democrática moderna, y mucho menos en el marco de un proyecto revolucionario.
Estamos ante una situación de “desafiliación” y/o “despolitización” del pueblo. Esto es particularmente preocupante en un proyecto en el que el pueblo se asumió sujeto de su propia historia. ¿Qué ha pasado y cómo revertir esta situación?
Ciertamente las grandes mayorías de la población se han retirado de la política: se han retirado de la participación electoral, pero también se han retirado de la participación comunal y territorial. Esto tiene que ver con varios elementos, distintas variables. La primera de ellas son las condiciones materiales en las cuales el pueblo está viviendo, lo que le obliga en primer lugar a la sobrevivencia, a la subsistencia, al rebusque para buscar algún ingreso. Ésto le resta tiempo para la política.
En segundo lugar, el pueblo siente que la política no es eficiente para resolver sus problemas, y en tanto la política y los dirigentes políticos no sean capaces de encontrar caminos que permitan una resolución política del conflicto, o al menos una regulación política del conflicto, y en consecuencia puedan dedicar esfuerzos a la gestión pública, a la economía, a lo social, a lo territorial, el pueblo se va desinteresando de la política porque siente que a los dirigentes no les importa la gente.
En tercer lugar están los métodos y los estilos políticos. Cuando las dirigencias políticas se elitizan –y esto lamentablemente ha ocurrido con parte de la dirigencia del proyecto bolivariano y por supuesto con la dirigencia de la derecha, que es esencialmente elitista– la gente siente a la política distante, y mucho más cuando los métodos políticos que se emplean de uno u otro lado están sesgados y ahora muy determinados por el autoritarismo, la exclusión, la prepotencia, el abrogarse las competencias del poder popular, todo eso también va generando un elemento de retiro del ejercicio de lo público.
Esto no quiere decir que el venezolano esté despolitizado. Por el contrario, la desafiliación política, la abstención, son, desde mi punto de vista, respuestas políticas de la mayoría de la población frente a unas condiciones muy duras para la vida cotidiana de la gente, y frente a estilos y métodos políticos poco democráticos, cada vez más autoritarios. Estoy hablando de toda la dirección política, obviamente con excepciones que siempre las hay, y creo que allí radica el problema de desafiliación de la política que estamos viviendo.
Respecto al qué hacer, primero, la dirigencia política del país, tanto del gobierno, como la de los revolucionarios y revolucionarias, como la oposición, tienen que enviar un mensaje claro de que son capaces de llegar a acuerdos políticos que antepongan el interés por solucionar los problemas más urgentes de la gente: salarios, salud, educación, servicios públicos.
En segundo lugar, tiene que haber una recuperación de los espacios de amplia participación democrática, de amplias libertades sin condicionamiento de ningún tipo, sin ser señalados como traidores por parte del gobierno, sin condicionamientos extranjeros para tomar tal o cual camino. Es decir, el pueblo debe recuperar el ejercicio de su libre participación, de su libre escogencia, de su libre decisión.
Y, finalmente, la gente debe tener la conciencia de que si no se interesa por la política, que si no vota, que si no participa, que si no organiza, que si no construye, nada va a cambiar, y es allí donde está mi mayor apuesta: en la conciencia de la gente, en lo que Chávez sembró, en la voluntad de imaginarse un país distinto, un país en el que podamos vivir todos con igualdad, justicia y dignidad. Como cantaba Alí Primera, “La inocencia no mata al pueblo, pero tampoco lo salva. Lo salvará su conciencia”. Esa conciencia tiene que expresarse en participación política activa en todos los ámbitos para transformar el actual estado de las cosas.
Finalmente, si bien es cierto que las grandes mayorías están despolitizadas o desafiliadas, que no se sienten convocadas por las opciones políticas ofertadas, también es cierto que la mística de Chávez está viva en espacios como la Comuna El Panal, la Comuna El Maizal o la Comuna Che Guevara (por nombrar tres incubadoras del poder popular), y en espacios de unidad como la Unión Comunera. ¿Son estos meros reductos del chavismo popular, o son más bien semillas de lo nuevo?
Estas experiencias más que semillas son ya la germinación de lo nuevo, la demostración de que lo sembrado por Chávez puede generar frutos, y que efectivamente Chávez no aró ni en el mar. Lo que él sembró tiene futuro, tiene porvenir. En la sociedad venezolana hay todavía millones de semillas que aún no han germinado, pero tengan ustedes la seguridad de que van a germinar, y el papel de los revolucionarios y revolucionarias es abrir los surcos para que terminen de germinar esas semillas, para ver un nuevo florecer y una nueva cosecha en un nuevo tiempo que está por venir más temprano que tarde.
El pueblo de Venezuela lo hará de nuevo, no tengo la menor duda: el pueblo va a volver a tomar el camino de la construcción de una sociedad alternativa, de una sociedad auténticamente democrática, de una sociedad auténticamente humana, de una sociedad socialista.
Lo que Chávez sembró está por nacer. Lo veremos.
Elías José Jaua Milano es un político, profesor y sociólogo venezolano que ha desempeñado varios cargos durante las presidencias de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.