Algunos lanzaron las campanas al viento, varios fueron cautelosos y otros se declararon pesimistas. Esas fueron las reacciones de los economistas a principios de este año en relación con la crisis económica. Tanto en el ámbito internacional como en el local, los signos de la recuperación se presentan confusos; y la producción, la inversión privada […]
Algunos lanzaron las campanas al viento, varios fueron cautelosos y otros se declararon pesimistas. Esas fueron las reacciones de los economistas a principios de este año en relación con la crisis económica.
Tanto en el ámbito internacional como en el local, los signos de la recuperación se presentan confusos; y la producción, la inversión privada y la creación de empleos no responden con el vigor requerido para superar el poco dinamismo del consumo y la timidez de los inversionistas.
En los Estados Unidos los llamados «brotes verdes» generaron espejismos en sectores que pedían la suspensión de las políticas fiscales y monetarias anticíclicas tendientes a estimular la demanda. Afortunadamente esas interpelaciones de los más conservadores no fueron atendidas por la Administración Obama que ha mantenido tasas de interés cercanas a cero y no ha dado prioridad a la reducción del déficit público, superior al 9% del PIB (U$1,3 trillones).
Una contracción fiscal drástica hubiese significado un severo golpe para el aparato productivo estadounidense, que requiere de las compras estatales para mantener un cierto ritmo de actividad a causa de la escasa respuesta de personas y empresas, aun reticentes a incrementar los gastos de consumo e inversión.
Resulta muy aleccionador el manifiesto «Que Estados Unidos vuelva a trabajar» (Get America back to work) suscrito recientemente por destacados economistas como Robert Reich, Joseph Stiglitz, Alan Blinder y Laura Tyson, entre otros, en el que se señala:
«La urgencia del gobierno debe ser compensar el poder adquisitivo perdido por los desempleados y sus familias y arbitrar medidas fiscales y programas de gasto para impulsar la demanda. Hacer de la reducción del déficit un objetivo prioritario, sin tener en cuenta la deficiencia crónica de la demanda, es el mismo error de la década de 1930, que prolongaría la recesión, afectaría la cohesión social, y continuaría infligiendo penurias innecesarias a millones de estadounidenses.»
En Costa Rica se escuchan las voces de siempre, que sin tomar en cuenta la realidad apuntan al déficit fiscal como el enemigo permanente, el causante de todos los males macroeconómicos, el que nos hundirá en la hiperinflación y elevará las tasas de interés a niveles astronómicos como resultado del «estrujamiento» financiero.
A esos «austerianos», como los llama Krugman, no les importa la reactivación, sino evitar que el Estado mantenga su protagonismo y siga estimulando la producción y el empleo. Pero están equivocados. Las cifras lo demuestran. Nuestra inflación rondará el 6%, no tan baja como el año pasado de profunda recesión, pero muy inferior al promedio de la última década; esto a pesar de que el déficit fiscal será de alrededor del 5% del PIB. ¿Relación directa entre inflación y déficit? Los datos lo desmienten.
En cuanto a las tasas de interés, lo cierto es que los títulos que prevalecen en el mercado costarricense son los de la deuda pública y muchos inversionistas, incluidos los fondos de pensiones, se quejan de la «falta de papeles», por lo que no es de esperar que el financiamiento del déficit incremente el costo del dinero.
Frente a un contexto que aun evidencia rasgos recesivos, como lo comprueba el IMAE, que aumentó coyunturalmente entre octubre de 2009 y marzo de este año, pero ha venido decayendo en los últimos meses, sería contraproducente eliminar los estímulos de las finanzas públicas al crecimiento productivo y a la generación de puestos de trabajo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.