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Brasil, elecciones y política exterior

Una cuestión de matices aunque a tener en cuenta

Fuentes: APM

Gane quien gane, la estrategia exterior parece inmutable. Pero Lula no es Alckmin, sobre todo en lo que hace al Mercosur y frente a Estados Unidos

Las coincidencias en política exterior con el actual gobierno, manifestadas por el candidato de derecha Geraldo Alckmin, no deben provocar sorpresa pero tampoco inducir al error de considerar que todo es igual. Un eventual aunque imprevisto triunfo de la coalición conservadora significaría un paso atrás en el proceso de construcción del Mercado Común del Sur (Mercosur).

El martes pasado, Alckmin dijo en Río de Janeiro, ante un grupo de corresponsales extranjeros, que la incorporación de Venezuela al bloque fue un hecho positivo. Hasta ahí se constata un dato que es recurrente en la dirección de los asuntos exteriores de Brasil: la continuidad estratégica como política de Estado.

Sin embargo, el candidato opositor se encargó de puntualizar algunas diferencias que no son menores. Sostuvo que esa valoración de la llegada de Caracas al Mercosur no debe confundirse con «obsecuencia política» con el presidente Hugo Chávez, y que el bloque «tiene que procurar acuerdos comerciales con Estados Unidos».

Con la primera de sus aclaraciones, y más allá del efectismo de sus palabras, Alckmin reconoció la existencia de una verdadera disyuntiva en el proceso de integración regional: insistir en la matriz original del Mercosur, de reconocido corte neoliberal y «mercadista», o avanzar en la concepción del mismo como herramienta política autonómica, antihegemónica y con propuestas de desarrollo social. La toma de distancia respecto de las iniciativas planteadas por el líder venezolano indica que el proyecto de Alckmin es más neoliberalismo descarnado. El candidato derechista ratificó su posición cuando criticó la política seguida por el presidente Lula frente al gobierno de Evo Morales en Bolivia, después que en el país del Altiplano entrara en vigencia, el 1 de mayo pasado, el decreto de nacionalización de hidrocarburos. A Alckmin no le basta el apoyo de Lula a la pseudo estatal Petrobras en su estrategia conspirativa contra Evo Morales. Pide más y considera que el actual presidente privilegia sus intereses ideológicos por encima de los «nacionales».

El candidato de la derecha brasileña es un efusivo defensor del camino elegido por Petrobras – en connivencia con Repsol YPF y avalado por la actual conducción del Estado brasileño -, consistente en aportar asesoramiento y recursos financieros a las fuerzas separatistas de Santa Cruz de la Sierra y de otras regiones del rico Oriente boliviano. Entre otras cosas, Brasil y las corporaciones petroleras provocaron la renuncia de Andrés Soliz Rada al frente del ministerio de Hidrocarburos.

Respecto de la relaciones entre el Mercosur y Estados Unidos, las declaraciones de Alckmin son más que preocupantes. El postulante a quien todas las encuestas declaran perdedor en primera vuelta es un fuerte sostenedor la actual estrategia de Washington ante el bloque del Sur: disparar con artillería pesada bajo sus líneas de flotación, mediante el auspicio de acuerdos bilaterales de libre comercio con algunos de sus integrantes.

Sobre ese tablero, Estados Unidos está a punto de doblegar las resistencias del bloque ante la defección anunciada por el presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, quien parece decidido a convertir al gobierno del Frente Amplio en un alfil de la secretaria de Comercio Exterior de la administración estadounidense.

Funcionarios de Washington y de Montevideo tienen previsto, para la semana próxima, avanzar hacia la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC). Durante una reciente ronda de consultas con su homólogo de Brasil, Tabaré Vázquez recogió una respuesta por demás cristalina: el TLC con Estados Unidos sería inaceptable para el Mercosur.

Por otra parte, el 29 de agosto pasado, y después de confirmarse la apertura de una base de los servicios de inteligencia de Estados Unidos en Paraguay – justo en Pedro Juan Caballero, en la frontera con Brasil – Lula ordenó a sus diplomáticos dedicar energías especiales a un acuerdo con Buenos Aires y Asunción, para poner en funciones un Centro Regional de Inteligencia (CIR), organismo que desplegará sus actividades sobre la Triple Frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay.

Cerca del comando electoral de Alckmin sostienen que el CIR debería operar «en forma coordinada» con la Central estadounidense de Inteligencia (CIA), la policía antidrogas de Washington (DEA) y el FBI, organizaciones éstas que se encuentran al frente de la base inaugurada en Pedro Juan Caballero.

La apertura de ese centro de operaciones de Washington en el corazón del MERCOSUR significa que el gobierno paraguayo ha dado un nuevo paso en la misma dirección que viene marchando el presidente uruguayo Tabaré Vázquez: tomar distancia del bloque regional y acercar posiciones con Estados Unidos. En ese sentido, Asunción admitió en reiteradas oportunidades su decisión de tratar un TLC con Washington. Un eventual aunque improbable triunfo de la derecha conservadora en Brasil favorecería a las fuerzas económicas y sociales de ese país, que pretenden poner el acento en el concepto de «estados intermedios» como herramienta doctrinaria de política internacional. Como bien lo señaló la última edición argentina de la revista Le Monde Diplomatique, «los Estados intermedios podrían ser vistos como Estados pivotes». La misma publicación recuerda que «los Estados pivotes podrían convertirse en un útil apoyo a los intereses de Estados Unidos, para mejorar la estabilidad regional e internacional. Entre los «Estados pivotes» figurarían México, Brasil, Argelia, Egipto, Sudáfrica, Turquía, India, Pakistán e Indonesia».

La cuestión no es menor. Aun sin la llegada de llegada de las fuerzas más conservadoras al poder, el Brasil de Lula ya ha dado claras señales en el sentido de estar aplicando esta concepción doctrinaria, alentada por Estados Unidos.

En junio de 2003, los cancilleres de Brasil, India y Sudáfrica suscribieron la llamada «Declaración de Brasilia» y dieron nacimiento al bloque conocido como IBSA, con el propósito de liderar a los países en desarrollo en la búsqueda de un espacio propio dentro del concierto internacional.

Se comprometieron a desplegar políticas amparadas en la protección de los derechos humanos, económicos y sociales y a bregar por una reformulación democrática de los organismos internacionales.

Sin embargo, el criterio estratégico de IBSA se apoya sobre el concepto de «Estados intermedios», los que a su vez toman distancia o pretende conducir a los denominados «medianos poderes», categoría menor que incluye a otros países del Sur con determinados volúmenes de Producto Bruto Interior (PBI) pero a priori «carentes de capacidades políticas decisivas».

Este tipo de bloques cuentan con la luz verde de Estados Unidos, del Banco Mundial (BM), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de las corporaciones con inversiones estratégicas en «el mundo periférico», en la medida que, para esas fuerzas del bloque de poder, la consolidación de los supuestos «Estados pivotes» puede resultar funcional a la hora de contrarrestar proyectos de más claro perfil contrahegemónico y de cambios sociales.

En el seno del Mercosur ya se expresan esas tendencias- de ahí las voces críticas que se alzan contra las propuestas de Venezuela y las decididas conspiraciones contra el gobierno de Bolivia – pero si Alckmin se impone en las urnas, las mismas irán en aumento y, por supuesto, el ganador será Estados Unidos.