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China

Una economía renqueante y la desigualdad obligan al Gobierno a cambiar de prioridades

Fuentes: Viento Sur

En 2019, los dirigentes de la segunda economía nacional más grande del mundo se enfrentan a las decisiones políticas más difíciles en muchos años.

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Para que le salgan las cuentas, Xu Yuan, de 33 años, tiene que compartir una cama con su mejor amiga en Shanghái, donde trabaja en márketing. Una cortina delimita su mitad de la cama. Todos los días sale del trabajo lo más tarde posible y solo va a casa a dormir. «Ninguna de nosotras es feliz, pero hemos de ser tolerantes», dice. Liu Xun, de 26 años, editor de vídeos en Pekín, no va al cine, ni se compra ropa nueva, ni queda con amigas. «A decir verdad, pienso que tener novia es demasiado caro», dice. Hillary Pan, que trabaja en medios de comunicación, dice que ya no come en restaurantes y casi cada día se compra la comida en la tienda 7-Eleven.

La economía china flojea y son personas como Xu, Liu y Pan quienes notan el efecto. Figuran entre los muchos chinos corrientes que han tenido que recortar gastos ahora que la segunda economía nacional más grande del mundo experimenta su peor retroceso desde la crisis financiera mundial de 2008. «La gente ha comenzados a reducir el gasto de dinero porque no prevé que la economía marche bien», dice Ye Tan, un economista independiente que reside en Shanghái. «Las empresas y las personas recelan de la economía.»

A comienzos de 2019, China se enfrenta no solo a una economía renqueante, sino también a una prolongada guerra comercial con EE UU, una deuda que supone una amenaza para la economía mundial y el sistema financiero chino y una población que reclama una mejor protección del medio ambiente, del trabajo y la salud. Este año, los dirigentes chinos afrontan algunas de las decisiones políticas más difíciles que han tenido que adoptar en años. Los analistas dicen que tendrán que optar entre el impulso del crecimiento mediante las palancas tradicionales del gasto en infraestructuras financiado con deuda, o dolorosas reformas que rebajen el riesgo financiero, pero incrementen la posibilidad del desempleo y, en última instancia, de inestabilidad social.

Oficialmente, la economía china va viento en popa. Se prevé que el crecimiento económico se reduzca al 6,3 % el año que viene, después de alcanzar el 6,6 % en 2018. La economía se expandió un 6,5 % en el tercer trimestre, el de crecimiento más lento desde 2009. Sin embargo, indicadores económicos como las ventas de automóviles o la actividad del sector de fabricación tocan a rebato. En noviembre, el crecimiento del sector de fabricación chino se estancó por primera vez en más de dos años. Las ventas anuales de automóviles en el mercado de coches más grande del mundo van camino de contraerse por primera vez desde 1990.

Las acciones de empresas chinas, que miden más la confianza que la economía real, han vivido uno de los peores años, perdiendo dos billones de dólares. Hay fábricas que han enviado a casa a trabajadores meses antes de las vacaciones de año nuevo, que en China se celebra en febrero. El mercado inmobiliario, uno de los pocos ámbitos en que la gente de la calle puede invertir, también ha sufrido, haciendo que los promotores rebajen drásticamente los precios. La desaceleración económica es particularmente sensible en China, donde se suele pensar que la estabilidad social depende de la capacidad del gobierno para asegurar el crecimiento continuo. En septiembre, funcionarios del departamento de propaganda ordenaron a periodistas chinos que se abstuvieran de informar de cualquier señal de desaceleración de la economía, de la guerra comercial con EE UU o de cualquier aspecto que refleje las «dificultades de la gente».

Pero esas dificultades son difíciles de silenciar. Puesto que los promotores inmobiliarios han rebajado los precios para estimular las ventas, los propietarios de viviendas han organizado protestas en toda China. También proliferan las manifestaciones de trabajadores. El China Labour Bulletin (CLB), que informa del activismo obrero en el país, ha constatado que las huelgas y manifestaciones se han extendido más allá del sector de fabricación, llegando al sector servicios y el comercio minorista entre 2013 y 2017, durante el primer mandato del presidente Xi Jinping. La redacción contó 1.640 huelgas o manifestaciones de fábrica en 2018, unas 400 más que el año anterior, una cifra que considera que no es representativa de todas las huelgas que hubo en el país. «Si examinas la naturaleza de estas protestas, la gran mayoría pueden asociarse de alguna manera con la desaceleración de la economía. Las movilizaciones tienen su causa en la incapacidad de las empresas para pagar los salarios puntualmente, en el cierre en fábricas y en la quiebra de negocios en el sector servicios», afirma Geoffrey Crothall, de CLB.

China ha puesto en marcha medidas encaminadas a relanzar la economía mediante la rebaja de impuestos al consumo para estimular el gasto de los hogares, el pago de subsidios a jóvenes en paro y la devolución de las cotizaciones al seguro de desempleo a las empresas que no despidan a trabajadores. Sin embargo, puede que esto no baste para afrontar otro problema que pone palos en la rueda de la economía: el reparto desigual de la riqueza. En los últimos 30 años de crecimiento económico de China, la riqueza ha ido a parar a manos de las autoridades y las élites locales, que acaparan el dinero y no lo invierten, señala el economista Michael Pettis, profesor de finanzas en la escuela Guanghua de administración de empresas de la Universidad de Pekín. «Si quieres resolver los problemas de China, es fácil. Solo tienes que transferir la riqueza de las élites a la población», ha declarado. «Esta siempre ha sido la parte difícil, gestionar la transferencia de riqueza.»

De alguna manera, China ha recuperado su antiguo guion de abrir el grifo. Hace meses el gobierno ordenó a la banca pública que prestara dinero a las pequeñas y medianas empresas, que antes tenían que luchar por conseguir un crédito. En el tercer trimestre, los planificadores aprobaron 45 nuevos proyectos de infraestructura por valor de 437.400 millones de yuanes (63.000 millones de dólares), cuando en el trimestre anterior solo habían ascendido a 90.500 millones de yuanes. Los analistas que se muestran optimistas de que China llevará a cabo las reformas prometidas y mantendrá su campaña por la reducción de la deuda impagada, dicen que estas medidas demuestran la contención y las nuevas prioridades de China.

«Creo que el objetivo de crecimiento del PIB, que ha sido una fijación durante 20 o 30 años, ya no es tanto una fijación para todos los niveles de gobierno. Pienso que están mucho más dispuestos a tolerar tasas de crecimiento más moderadas», dice Damien Ma, cofundador del laboratorio de ideas MacroPolo del Instituto Paulson de Chicago. Y añade: «El contrato social ha evolucionado bajo Xi Jinping. La cosa ya no va de crecimiento… sino de sanidad, educación, aire limpio, agua limpia, cuestiones de calidad de vida.» Refiriéndose a una medición del contenido de partículas en la atmósfera, que es un indicador de la contaminación, dice: «En los próximos cinco a diez años, el objetivo de PM 2,5 será más importante que el objetivo del PIB» 

Artículo original en inglés: https://www.theguardian.com/world/2018/dec/30/china-slowing-economy-and-inequality-force-new-priorities-for-rulers?CMP=Share_iOSApp_Other

Traducción: viento sur

Fuente: https://vientosur.info/spip.php?article14485