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Una historia que se repite

Fuentes: Rebelión

«Quieren destruirme a cualquier costo. Me volví peligroso para los poderosos del día y las castas privilegiadas» El gobierno había anunciado su intención de aumentar el salario mínimo. El presidente era Getúlio Vargas y el ministro, João Goulart. Los cuarteles se inquietaron. En el «Memorial de los coroneles» advertían contra el comunismo astuto, siempre listo […]

«Quieren destruirme a cualquier costo. Me volví peligroso para los poderosos del día y las castas privilegiadas»

El gobierno había anunciado su intención de aumentar el salario mínimo. El presidente era Getúlio Vargas y el ministro, João Goulart. Los cuarteles se inquietaron. En el «Memorial de los coroneles» advertían contra el comunismo astuto, siempre listo para la subversión. Estamos en 1953. En nombre de la democracia, firmaban los que, diez años después, ya generales, comandarían el golpe de 1964.

El clima político estaba cada día más enrarecido. Nadie lo sabía, pero a Vargas le quedaban pocos meses de vida. Carlos Lacerda (alguna forma del Bolsonaro de entonces), periodista, comandaba la campaña de prensa en su contra. Denunciaba un proyecto del presidente argentino, Juan Domingo Perón, de formar una coalición con Brasil y Chile que, según Lacerda, pretendía someter Brasil al dominio del peronismo.

El caso ocupó las páginas y los editoriales de los medios, contrarios a Vargas, mientras el presidente enviaba al congreso dos iniciativas de ley: una reconociendo derechos laborales a los trabajadores del campo y protegiendo el trabajo de la mujer y, el otro, creando la Electrobrás. Que ahora sueñan con privatizar.

«O acabamos con el gobierno del Sr. Getúlio Vargas o él acabará con lo que hay de honrado y digno en este país», decía un diputado en el congreso, que pedía el impeachment de Vargas. Había militares conspirando. Sabían que el impeachment no tenía posibilidades de aprobación, pero veían en eso una ventaja: una vez fracasado, quedaría como evidencia que la única manera de sacarlo del poder era mediante un golpe de Estado, que ya estaba en marcha. Si lo lograban sacar de otro modo ¡mejor!, no haría falta el golpe.

El 1 de mayo de 1954 Getúlio anuncia el aumento de 100% del salario mínimo. Le dijo a los trabajadores, en discurso por radio, que para vencer las resistencias, tenían que organizarse. «Aquel discurso histórico selló el destino de Getúlio Vargas», diría el escritor Lira Neto, de cuya biografía de Vargas recogemos la mayor parte de datos de esta nota. 48 horas después la oposición entra con el pedido de impeachment en el congreso, atendiendo la denuncia de Wilson Leite Passos, entonces un estudiante que luego integraría la cámara municipal de Rio de Janeiro, representante de la derecha más conservadora, que encabezaba Lacerda. Como munícipe, Passos presentó un proyecto de Ley de Eugenesia que pretendía otorgar beneficios fiscales a familias con hijos sanos, en detrimento de las que tuvieran hijos con deficiencias físicas o mentales. También acusaba a Getúlio de traición a la patria, y de crímenes de responsabilidad por mala ejecución del presupuesto.

Mientras se discutía el impeachment, Lacerda «aumentaba la estridencia de los ataques» a Vargas, acusándolo de «protector de ladrones», «golpista», «inepto», «corruptor» y «protector de la impunidad de los corruptos».

Mientras tanto, los militares, en especial la Fuerza Aérea, seguía conspirando.

El 16 de junio la cámara vota el impechment y lo rechaza por 136 votos a 35.

Pero el clima de desasosiego ya se había implantado, principalmente en Rio de Janeiro, entonces capital federal y sede del gobierno. Vargas, que había dejado de aparecer en actos públicos, decide asistir al prestigioso Gran Premio de Brasil en el Hipódromo da Gávea, un evento de la élite de la ciudad. Mala idea: fue recibido con manifestaciones de rechazo que lo sorprendieron.

Clima de golpe 
El clima para el golpe se venía creando desde mucho antes. Lacerda había creado el término «mar de lama» para calificar un gobierno que, en su opinión, nadaba en el fango.

No es que no hubiese problemas, corrupción. Había. Se investigaba el financiamiento del gobierno para que un aliado abriera un periódico, pero fueron las actividades de un órgano promotor del comercio internacional del Banco do Brasil, la Cexin, el objetivo principal de las denuncias. Cobraba propinas para autorizar las importaciones, en un período de escasez de divisas y de desequilibrio comercial.

Se crea un discurso a favor de la moralidad pública y surge, en São Paulo, el Movimiento Cívico de Recuperación Nacional, con el apoyo de Lacerda y Janio Quadros, luego elegido presidente de la República. Se crea el Club de la Linterna, con el slogan «Por la democracia, contra la corrupción».

Es entonces cuando Vargas decide sacar vacaciones y viajar hacia su hacienda, en el sur de Brasil. Se le acusa de haber ido a encontrarse con Perón, que trataba de armar una coalición, integrada también por el chileno general Carlos Ibáñez, para enfrentar la polarización entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que alimentó la Guerra Fría. Vargas siempre rechazó reunirse con Perón y tal reunión no se dio. Pero cuando volvió a Río, una semana después, la oposición daba como confirmada la versión de una alianza militar y política con el peronismo.

Eso era en septiembre de 1953. En octubre, en medio de aguda crisis política, Vargas firma la ley que creó la empresa petrolera brasileña, Petrobrás. La misma que ahora también quieren privatizar.

Desde que volviera al poder, en 1951, el gobierno promovía la construcción de la segunda siderúrgica de Volta Redonda, la ampliación de la empresa minera Vale do Rio Doce (privatizada en mayo de 1977 por Fernando Henrique Cardoso) y la creación del Banco Nacional de Desarrollo (BNDE), una institución que adquirió enorme relevancia durante la administración de Lula, pero que también se vio envuelta en denuncias de corrupción.

La oposición criticó el monopolio nacional del petróleo. La prensa opositora lo califica de «aventura de nacionalismo rastrero», que «cierra las puertas al capital extranjero». «La culpa es del gobierno, que no tuvo el coraje de resistir la presión comunista», dirían. Un nacionalismo -afirman- que en no más de un año llevará al fracaso la exploración de petróleo en Brasil.

En el plano económico, el país atravesaba un periodo de déficit fiscal -los gastos públicos seguían elevados- y la inflación, de 21%, era casi el doble de la registrada el año anterior. El escenario para el desenlace estaba montado.

El 5 de agosto de 1954 sus asesores lo despiertan de madrugada. En un atentado contra Carlos Lacerda había muerto a tiros el mayor Rubens Vaz, de la Fuerza Aérea, que le daba protección.

Vargas ya no saldría con vida de esa crisis. Poco a poco creció la presión militar. Las investigaciones llevaron hasta el jefe de su equipo de seguridad, Gregorio Furtunato, un hombre de raza negra al que identificaban con los abusos de las fuerzas policiales. Finalmente, se comprobó que estaba involucrado. Y también en casos de corrupción.

Pero Lacerda escribe: -Perante Dios, acuso a un solo hombre como responsable de este crimen. Es el protector de ladrones, cuya impunidad les da audacia para actos como los de esta noche. Este hombre es Getúlio Vargas. Una gota de agua en la ola creada por la prensa en torno al caso.

Intentaron vincular al hijo de Getulio, Lutero, en el atentado. Sin éxito. Pero el gobierno había perdido el control de la situación. Tres mil oficiales de las tres armas, reunidos en el Club Militar (el mismo que preside ahora el vicepresidente electo, el general Hamilton Mourão) pedían castigo para los responsables del crimen, autores y mandantes. Los militares y la oposición exigían la renuncia de Vargas.

Una semana después, el 13 de agosto, uno de los ayudantes de órdenes de Vargas encuentra sobre su mesa una nota. «Dejo a la saña de mis enemigos el legado de mi muerte». Es en ese texto donde se puede leer la frase: -Me quieren destruir a cualquier precio. Me volví peligroso para los poderosos del día y las castas privilegiadas».

Pero agregaba: -La respuesta del pueblo vendrá más tarde…

Lección aprendida

Los militares de hoy afirman haber recibido presiones para acabar con el gobierno de Dilma.

Lo cita la Revista de la Sociedad Militar, que lo identifica solo como un oficial activo y con sus iniciales: A.M. «La gente pedía intervención militar en 2015… 2016. Lo entendemos… Querían que los militares sacasen a Dilma y a su pandilla, que los generales asumiesen y llamaran, en corto plazo, nuevas elecciones para que el pueblo pudiera elegir las personas idóneas. Bien, Dilma fue sacada y este año tenemos nuevas elecciones. Lo que falta es solo elegir las personas idóneas… todos nos debemos enfocar en esto, con mucho empeño. No habrá intervención militar. El pueblo es quien debe elegir quien va a gobernar… todos debemos participar activamente, influenciando a amigos y conocidos…¨» La persona idónea era, naturalmente, Bolsonaro.

Es lo que ha pasado. Una intervención militar, diría el general Girão Monteiro, «interrumpe el proceso electoral. La interrupción del proceso electoral va a provocar que, en el período en que no haya elecciones, la izquierda vaya a la puerta de las fábricas, a las escuelas, a los campus universitarios a hablar mal del gobierno militar. Hablar mal de los militares que están en el poder, de aquellos que lo asumieron. Es todo lo que ella quiere. La izquierda está muerta, no va a ganar nada en las próximas elecciones».

«Sí, los militares pasaron la prueba definitiva al no intervenir y permitir que sea la sociedad la protagonista de este momento mágico por el cual pasamos», agregan.

«Es prácticamente una opinión unánime entre los militares que la simpatía por el comunismo y la aplicación de esa filosofía en casi todas las instituciones está entre las causas principales de la situación caótica que vivimos», concluyen los militares en la revista mencionada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.