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Una película de terror sobre Iraq

Fuentes: IPS

¿Iraq es un pantano? «No, ése no es mi negocio», dijo en la Casa Blanca, en 2003, el entonces secretario (ministro) de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld. «Un pantano es… Yo no hago pantanos.»

 

La escena, extraída de una conferencia de prensa, aparece en dos ocasiones en la película dirigida por Charles Ferguson y estrenada este mes, «No End in Sight» («Sin final a la vista»), como si la cruel ironía de esas palabras fuera más fácil de tragar la segunda vez.

Se trata de un registro lúcido y devastador de los errores del gobierno de George W. Bush en la Guerra de Iraq, que no consiste sólo de una metralla de declaraciones de funcionarios para desacreditar su supuesta inteligencia.

Este documental realizado por un director debutante, pero doctor en Ciencias Políticas y ex investigador del centro de estudios Brookings Institution, tampoco abunda en manifiestos polémicos de activistas por la paz.

Ferguson, cuyo filme ganó del Premio Especial del Jurado del Festival Sundance y ya mencionado como posible nominado al Oscar al mejor documental, no presenta en esta producción muchas novedades, ni analiza las razones de Bush para lanzarse a la guerra.

«No End in Sight» se concentra en los primeros meses tras la caída del régimen de Saddam Hussein en Iraq, en 2003, un breve periodo de esperanza contenida en esa nación del golfo Pérsico (o Arábigo).

Lo que vuelve a la película tan reveladora (y dolorosa) es la disección meticulosa de la incompetencia del gobierno de Bush, muy dispuesta a ir a la guerra sin un plan para la etapa siguiente.

Esta colección de imágenes noticiosas, historia narrada y entrevistas detalla la insensatez y la soberbia que constituyen el modus operandi de la Casa Blanca.

Ferguson es convincente en demostrar que Bush tomó una serie de decisiones políticas que determinarían un desastre: la caída de Iraq en el caos civil bajo la escolta disfuncional de una fuerza ocupante.

En los dos primeros meses de ocupación, su máxima autoridad civil, el embajador L. Paul Bremer III, cometió varios errores irreversibles, entre ellos impedir la constitución de un gobierno iraquí inmediatamente después de la caída de Bagdad.

El filme también da cuenta de la catástrofe de la «desbaatificación» (por el partido laico Baath, liderado por Saddam Hussein), política por la cual quedaron sin empleo la mayoría de los burócratas y tecnócratas que sabían cómo manejar el aparato del Estado.

Otra decisión de Bremer cuestionada en la película fue la disolución de las fuerzas armadas iraquíes, lo que dejó fuera de los cuarteles y en las calles a un millón de hombres armados.

El gobierno estadounidense suele atribuir el fracaso a la insurgencia iraquí. Pero Ferguson considera que la guerra se perdió en el primer mes, cuando las fuerzas invasoras, a instancias del gobierno en Washington, evitaron proteger a la población de Bagdad de los saqueos que acompañaron la huida de Saddam Hussein.

El filme reparte las responsabilidades entre un grupo de funcionarios al que denomina «la banda de los cuatro»: Rumsfeld, Bremer, el vicepresidente Dick Cheney y el entonces subsecretario (viceministro) de Defensa, Paul Wolfowitz.

Ninguno de ellos aceptó el convite de Ferguson a dar su versión para el filme.

Bush es descripto en la película como un líder solitario que no se molesta ni siquiera en leer los resúmenes ejecutivos de los informes de inteligencia que contradicen los imperativos ideológicos de sus asesores.

El presidente está notoriamente ausente del proceso de toma de decisiones, y, por lo tanto, se vuelve una víctima voluntaria del amiguismo que él mismo institucionalizó.

En muchos casos, las críticas proceden de diplomáticos y altos oficiales militares retirados, así como de hombres y mujeres designados para supervisar la reconstrucción de Iraq, cuya tarea en ese país se vio frenada por la distante burocracia en Washington.

Entre ellos, figuran en el filme la embajadora Barbara Bodine, que estuvo a cargo de la ayuda a la población de Bagdad, y el general retirado Jay Garner, quien supervisó la Oficina para la Reconstrucción y la Asistencia Humanitaria.

También prestan sus declaraciones una serie de funcionarios designados por Bush, como el ex subsecretario de Estado (vicecanciller) Richard Armitage, y quien fuera jefe del equipo del ex secretario de Estado (canciller) Colin Powell, coronel Lawrence Wilkerson.

Al llegar a Bagdad, la embajadora Bodine descubrió que su oficina carecía de escritorios y de máquinas de escribir, y que sólo cinco de sus subalternos hablaban árabe. «No había planes», admitió.

Garner, quien se mantuvo en Iraq menos de dos meses hasta que fue cesado por Bremer, lamentó no haber podido participar en la planificación de su tarea antes de la invasión.

La Oficina para la Reconstrucción y la Asistencia Humanitaria, que estaba bajo control directo de Rumsfeld, se creó menos de tres meses antes de la llegada de las fuerzas ocupantes a Iraq.

Tras la invasión, museos y ministerios quedaron sin custodia, y la sensación de desorden derivó en un intenso saqueo. Entonces fue que los futuros insurgentes se alzaron con gran cantidad de armas y municiones.

Los cuestionamientos más severos proceden del coronel Paul Hughes, integrante del equipo de preparativos para la reconstrucción formado inmediatamente después de la invasión.

Hughes estuvo a cargo de reorganizar el ejército iraquí hasta que Bremer se hiciera cargo de la administración civil de la ocupación. Pero sus esfuerzos por lograr la confianza de los militares iraquíes, en medio del caos y los saqueos en Bagdad, chocaron con la incompetencia de funcionarios designados por la Casa Blanca.

Ferguson alternó en la mesa de edición sendas entrevistas con Hughes y con el principal asesor en materia de seguridad y defensa de Bremer, Walter Slocombe. Allí surgen interesantes contradicciones.

«No desarticularmos el ejército. El ejército se desarticuló solo. No había ejército que desarticular», dijo Slocombe.

«Si los militares hubieran sido mantenidos juntos y tratados con respeto, hubiéramos arrancado la insurgencia antes de que brotara», confrontó Hughes.

De hecho, recordó, los primeros atentados con bomba ocurrieron pocos días después de la disolución oficial del ejército por parte de Bremer.

«Su decisión fue una sorpresa para la mayoría de nosotros», afirmó Armitage en el documental. «Sólo creamos un problema.»