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Testigo directo en Venezuela

Una perspectiva temporal de catorce años

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Estuve en Venezuela del 26 de abril al 5 de mayo de este mismo año. Era la quinta vez que visitaba el país en un periodo de catorce años, así que tuve la posibilidad de situar en contexto lo que observé durante este viaje.

Mi primera visita fue en 2005. Entonces vi mucha gente pidiendo limosna, durmiendo en los soportales, vendedores ambulantes que ocupaban no solo las aceras, sino calles enteras en algunos lugares.

Pero también fui testigo del reparto de libros casa por casa, dentro de una campaña para enseñar a leer a todo el mundo. Visité clínicas en los barrios pobres en las que trabajaba personal médico cubano. Vi emisoras de radio independientes gestionadas por las propias comunidades, que trasmitían noticias locales y proporcionaban una plataforma para comentar los acontecimientos cotidianos. Las tiendas tenían alimentos básicos a un precio asequible, subvencionado. La «misiones», financiadas directamente por los ingresos del petróleo para esquivar los distintos ministerios, se encargaban de abordar los problemas sociales que las burocracias instaladas por los gobiernos anteriores a Chávez no conseguían resolver.

En 2005, las personas me contaban con entusiasmo historias de los últimos años. El 11 de abril de 2002, el golpe de Estado encabezado por algunos generales y grandes empresarios secuestró al presidente Chávez durante dos días. Las manifestaciones descomunales del pueblo le restauraron al poder. Poco después de aquello, los propietarios de las grandes empresas y los altos directivos de la empresa nacional de petróleo organizaron un paro patronal cerrando sus propias compañías y almacenes e intimidando a los pequeños empresarios para que se les unieran. Cortaron la producción petrolera. Sus tácticas no les sirvieron, porque la gente improvisó y al final el «paro petrolero» no funcionó. Todo esto provocó grandes daños a la economía en 2003 y 2004 y fue una de las causas de la pobreza en 2004.

Regresé a Venezuela en 2008, 2014 y 2015. Al final de aquel periodo de diez años el país había sufrido una transformación. No había mendigos. Nadie dormía en las calles y se construía por todas partes: estaba en marcha un gigantesco programa de vivienda con el que se edificaron literalmente millones de hogares en áreas urbanas y rurales. Cuando me movía por el país observaba innumerables signos de las iniciativas positivas que estaban enriqueciendo y mejorando las vidas de la gente en las zonas menos prósperas. Los niños recibieron ordenadores portátiles en las escuelas de forma gratuita. Jardines comunitarios, instalaciones deportivas, clínicas de barrio, controles para mantener los alimentos a precios asequibles, mejoras en todo tipo de infraestructuras.

Los sabotajes, las conspiraciones golpistas y los disturbios callejeros ejecutados por las clases altas han sido endémicos durante los 20 años de chavismo. En Caracas, estos actos hicieron muy difícil la vida cotidiana para la gente trabajadora en 2014, cuando los medios corporativos dieron una gran cobertura a los disturbios, describiéndolos falsamente como protestas pacíficas. La manipulación financiera trajo hiperinflación. Y actualmente, después de años trabajando en la sombra para ayudar a la oposición a debilitar al país, Estados Unidos ha comenzado una serie de ataques descarados: incautando los activos financieros venezolanos, amenazando con una intervención militar e intentando instalar a Guaidó en la presidencia.

A lo largo del último año, las noticias sobre Venezuela en los medios corporativos se han regodeado en presentar la «crisis humanitaria» que asolaba al país. Lo que contaban no se correspondía a lo que yo sabía del país y me preguntaba qué estaría realmente pasando. Para averiguarlo, opté por viajar con un grupo de estadounidenses que querían presenciar la realidad sobre el terreno, y el modo en que la mayoría, las «clases populares», estaban respondiendo a la presión de las sanciones económicas y las amenazas de guerra.

Mi primera impresión fue el panorama en las calles. Me preguntaba si me encontraría allí con las mismas condiciones que había visto durante mi primer viaje: mendicidad, indigencia, venta ambulante, etc. Lo que vi me sorprendió. Todo parecía muy normal. La gente iba a trabajar y se relajaba los fines de semana, lo mismo que hacían en mis visitas más recientes. Los medios de comunicación, en Estados Unidos y el resto del mundo, pintaban una imagen de sufrimiento desesperado, adversidad y caos, pero no vi signos de nada de eso en las calles. No había mendigos, indigentes ni un ejército de vendedores informales. Había comida en los restaurantes y almacenes, los negocios continuaban su marcha y la gente seguía con sus trabajos.

Aunque la vida daba la impresión de normalidad, pronto descubrí dos grandes problemas bajo la superficie: la inflación y el bloqueo.

El gobierno está intentando lidiar con un aspecto de la inflación suministrando alimentos mediante un sistema conocido como CLAP, acrónimo de Comités Locales de Abastecimiento y Producción. Cada dos semanas se suministra directamente a las familias un paquete de alimentos básicos como arroz, judías, aceite, azúcar, etc., que distribuyen los comités de barrio. En ese paquete hay suficiente comida para garantizar la supervivencia de las personas, pero poco más. Si los suministros se acaban, hay comida en las tiendas, pero los salarios de mucha gente no se han actualizado al ritmo de la inflación. Existen otras formas mediante las cuales algunos pueden acceder a la comida (como los comedores escolares), pero muchos sufren porque no pueden permitirse comprar lo que necesitan, tanto comida como otros productos.

El segundo problema es el bloqueo sobre los productos de importación. Venezuela cuenta con la capacidad industrial para producir una cantidad sustancial de lo que el país consume. La carretera que parte al oeste de Caracas, por ejemplo, atraviesa enormes fábricas, grandes barrios de gente trabajadora, autopistas llenas de grandes camiones que transportan productos a los almacenes. Pero ningún país de 30 millones de habitantes puede producir todo lo que necesita. Los países deben echar mano a la importación de distintos bienes, desde medicamentos para enfermedades específicas como el VIH hasta piezas de repuesto para la mayor parte del parque automovilístico del país. El bloqueo crea mucho sufrimiento.

Por otro lado, las clases populares se encuentran en una posición mucho mejor para resistir la guerra económica de la que tenían en años anteriores. Cuentan con educación y sanidad gratuitas, y tienen cubiertas muchas otras necesidades básicas. Entre estas, una de las principales es la vivienda. En los últimos 8 años, el gobierno ha construido 2,6 millones de viviendas, en la ciudad y en el campo. Suficientes para proporcionar un nuevo hogar a una tercera parte de la población. El objetivo es construir 5 millones.

En los viajes de mis anteriores visitas, encontré grandes bloques de pisos, muchos de ellos en construcción. Una urbanización tras otra, llevaba tiempo atraversarlas a la velocidad de conducción en carretera. Pensaba en los grandes complejos de apartamentos para personas pobres en Estados Unidos que resultan tan deficientes y me preguntaba si estos serían diferentes. En esta última visita tuve por fin la oportunidad de ver una de estas promociones inmobiliarias desde el interior, y me pregunta quedó respondida.

Resultó que estando nuestro grupo en Caracas se celebró una gran conferencia sobre la vivienda. Se habían reunido delegados de muchos países que habían acudido a Venezuela a aprender de los grandes logros de Venezuela en este campo. Nos invitaron a asistir y allí acudimos en un autobús lleno de otros «internacionalistas» hasta el estado de Vargas, en la costa del Caribe.

Allí visitamos una comunidad de bloques de apartamentos donde residían 32.000 personas, muchas de las cuales habían perdido sus casas en los catastróficos deslizamientos de tierras que tuvieron lugar en 1999, cuando comunidades enteras de la zona fueron barridas hasta el mar. Los edificios están diseñados para incluir mucho más que viviendas: guarderías, cocinas y comedores comunitarios, espacios de encuentro y educativos, pistas polideportivas, una emisora de radio comunitaria… una larga lista. La comunidad administra sus asuntos mediante consejos comunitarios.

Estos espacios facilitan que se reúnan personas de todas las edades. Tuvimos una muestra de ello cuando nos invitaron a un concierto de bienvenida a cargo de unos jóvenes que habían aprendido a tocar sus instrumentos con el sistema. La estrella del espectáculo era una chica de 8 o 9 años que interpretó tres largas canciones con una voz fuerte y segura. Parecía un buen lugar para criar a los hijos.

Este tipo de viviendas pronto pasaría a la historia si la oposición se hiciera con el poder. Poco después de que ganaran la mayoría en la Asamblea Nacional, intentaron privatizar los millones de viviendas construidas por el gobierno, para que los propietarios pudieran comprarlas para su alquiler y especular con ellas. El Tribunal Supremo pudo bloquear esa iniciativa, pero si la oposición alcanzara el poder la llevaría adelante.

Habíamos viajado a Venezuela para aprender cómo las clases populares estaban respondiendo ante los ataques económicos y las amenazas militares de Estados Unidos. Una respuesta muy visible es que se están uniendo a la milicia; quedamos impresionados del nivel de aceptación de la defensa popular. Nuestra visita coincidió con dos manifestaciones y dos domingos: cuatro días en los que los miembros de la milicia no necesitan usar la ropa cotidiana de trabajo y optan por ponerse sus distintivos uniformes caqui, tanto en las manifestaciones como en sus paseos por plazas y tiendas. Personas adultas de, literalmente, todas las edades y ambos sexos. Da la impresión de que hay tantas mujeres como hombres. Aún más notable es el número de personas de avanzada edad, muchas en la setentena.

Estas milicias se entrenan regularmente. Guardan sus armas en lugares seguros en comunidades de todo el país, cerca de donde puedan necesitarse. Recientemente se anunció que las milicias serán responsables de los paquetes de alimentos distribuidos a las comunidades. Se trata de una media sensata dado el historial de ataques violentos contra clínicas y otros servicios para las clases populares. Hoy en día la milicia está compuesta por un millón y medio de miembros y el objetivo es llegar a los dos millones.

Otra respuesta de las clases populares es el gran esfuerzo por producir alimentos, tanto mediante huertos urbanos como en el campo. Visitamos uno de estos lugares en Catia, un área de colinas en el extremo occidental de Caracas, en donde cuatro comunas que agrupan a unas 150.000 personas han creado una granja urbana que lleva por nombre Fabricio Ojeda, un revolucionario que murió luchando contra la oligarquía el siglo pasado.

Su cultivo más importante son los tomates ecológicos: 16 toneladas de producción. Se cultivan en estructuras que, a lo lejos, recuerdan a los invernaderos, pero que en realidad están cubiertas por una malla que protege a los tomates del fuerte sol tropical. Se cultivan también muchas otras verduras y se crían además cerdos y pollos. Estas iniciativas se reproducen por doquier. Lo que nos llevó hasta esa granja fue el inicio de un programa innovador para producir un nuevo tipo de carne, barata y de gran calidad, para la comunidad.

Elvin Merlo es un empleado del ayuntamiento que presentó la propuesta del proyecto: cría de conejos para producción de carne. Se le concedió un pequeño presupuesto para empezar y un año recibiendo su salario habitual para conseguir que funcionara. Él mismo nos muestra con entusiasmo las jaulas con conejos de todas las edades y un montón de gazapos. Les alimenta con una hierba local y una planta de la familia del amaranto parecida a las que en Vermont conocemos como «bledo». También les da una mezcla de maíz molido, cáscara de huevo y un pellizco de cemento para el calcio. Espera conseguir un rebaño suficientemente grande como para empezar a sacrificar animales dentro de un año. Cuando llegue el momento, solicitará que le suministren un refrigerador y el equipamiento necesario para proporcionar carne a la comunidad a un precio justo y razonable.

Elvin tiene claro cuál es su motivación: es una respuesta directa al bloqueo de comida y otras necesidades básicas impuesto por Estados Unidos. Es un acto de resistencia pacífica contra la guerra económica. Cuando hablábamos afirmó: «Queremos la paz, pero estamos dispuestos a morir para defender a nuestro país y a nuestro pueblo».

Una tercera forma de resistencia que vimos en pleno desarrollo es más sutil pero, tal vez, más crucial: la creación de la democracia comunal, una forma participativa de autogobierno opuesta a la forma representativa a la que estamos acostumbrados. Se trata de un proceso raras veces mencionado, por no decir nunca, por los medios corporativos. En ocasiones, ni siquiera las personas de izquierda que conocen su existencia aprecian su importancia.

En la segunda mitad del siglo XX, la agricultura desapareció a causa del dinero del petróleo, y las personas empobrecidas se asentaron en viviendas improvisadas a las faldas de las colinas que rodean las ciudades. El gobierno proporcionaba el mínimo indispensable de servicios. Las personas tuvieron que organizarse para conseguir cualquier cosa, ya fuera cortando una carretera para conseguir la electricidad u organizando una fuerza de autodefensa que ejerciera las funciones que se supone debía cumplir la policía. La tradición se asentó mucho antes de que Chávez llegara a presidente, pero cuando esto ocurrió, el «poder popular» se disparó con el apoyo del gobierno.

En 2014, mi esposa y mi hijo me acompañaron en un viaje a Barquisimeto, la cuarta mayor ciudad de Venezuela. Nos reunimos con más de una docena de personas de los barrios, cada una de un «consejo comunal», un grupo geográficamente definido de unos cientos de viviendas empoderado para tomar decisiones sobre infraestructuras y otras necesidades, así como para (lo que es más importante) desarrollar métodos productivos que sirvan para cubrir dichas necesidades de modo comunitario. Entonces se estaba llevando a cabo el proceso de consolidación de dichos consejos comunales en unidades mayores, y estaba en marcha el proceso de compartir experiencias, como la del consejo que solicitaba dinero público para construir aceras y consiguió instalar el doble de las previstas invirtiendo el dinero en materiales y haciendo ellos mismos el trabajo.

Ese mismo año visitamos en Caracas una huerta de tomates de última tecnología en el tejado de un edificio de Caracas, que utilizaba métodos ecológicos para mantener a raya a las plagas. Era otro ejemplo de producción comunitaria. Se organizaban actividades que empleaban a personas para coser, reparar, cuidar de los niños, cocinar, etc., apoyadas por el consejo comunal. En esta ocasión, cinco años más tarde, nuestro grupo pudo apreciar los avances del proceso de construcción de una sociedad comunal.

Catia es un distrito al oeste de Caracas: calles empinadas y estrechas, casas autoconstruidas por quienes se asentaron en las colinas que tiempo atrás eran los límites de la ciudad. Nuestro conductor se detuvo en una comisaría de policía, un lugar seguro para aparcar la furgoneta e informarles de los motivos de nuestra visita. Dos mujeres policías con su uniforme de camuflaje gris y azul se pusieron a la cabeza de nuestro grupo de gringos mientras nos apresurábamos, ya con retraso, para llegar al centro comunitario sito en un viejo edificio a través de calles estrechas.

Afortunadamente, llegamos a la hora oportuna. Habían tenido talleres desde las 4 de la tarde y y se encontraban en la devolución al grupo completo. A las 7 y media había dado comienzo el resumen y, tras una breve presentación de nuestro grupo, volvieron al trabajo.

Era una reunión de los voceros o portavoces de tres comunas, que agrupan a un total de 100.000 habitantes. Estaban redactando la constitución de una nueva ciudad comunal formada por sus tres comunas.

La reunión fue relajada e informal; dos mujeres situadas frente al grupo escribían los puntos de acuerdo sobre grandes pliegos de papel sujetos a la pared. Cuando llegamos, una de ellas estaba comprobando la Ley de las Comunas para asegurarse de que no se olvidaban de nada. Sobre la marcha, distintas personas mencionaban proyectos que podrían acometer ahora que eran lo suficientemente grandes. Por ejemplo, la zona contaba con 30 pozos que habían sido construidos por individuos o empresas. Era necesario hacer una evaluación adecuada y conectarlos entre sí formando un sistema. Un sondeo sobre actividades productivas (alimentos, textil y otros productos) puestas en marcha les daría información útil para planificar y coordinar.

Alguien mencionó la importancia de crear un banco de semillas, puesto que el bloqueo impedía al país echar mano de los suministradores habituales. Estuve encantado de regalarles un sobre con semillas de una calabaza especialmente deliciosa. La persona a la que se las di me preguntó si no eran transgénicas y yo le aseguré que eran de Vermont, totalmente naturales. (Hace algunos años hubo un grande bate en Venezuela sobre el uso de semillas modificadas genéticamente y los productos químicos necesarios para su uso. El bloqueo ha acabado con el debate).

Hacia el final de 2012, poco antes de la muerte de Chávez, el presidente pronunció un discurso en el que urgía un cambio radical en el curso de la revolución, una aceleración del movimiento de las comunas. «Comuna o nada», esa fue su valoración del futuro.

Pero el PSUV (Partido Socialista Unificado de Venezuela) y el gobierno son estructuras que tienen sus propios intereses y su propia lógica. El traspaso del poder a una estructura administrativa nueva y completamente diferente no ha sido unánimemente recibido en los círculos oficiales. El resultado produce frustración y conflicto entre las comunas y el Estado o los funcionarios del partido. Escuché a algunos líderes comunitarios en 2015, en Caracas, mencionar que los pobres resultados del PSUV en las elecciones para la Asamblea Nacional que acababan de celebrarse eran síntoma de esta contradicción. Nadie sacó a colación esos temas esta vez, pero artículos publicados en venezuelanalysis.com y otras fuentes ponen en evidencia que dichas tensiones continúan existiendo, especialmente en las zonas agrícolas relativamente remotas.

Los integrantes de la Comuna de Explosión del Poder Popular de Catia, junto a otros de todo el país están tomando el axioma de Chávez, «Comuna o nada» muy seriamente. Están reorganizando su sistema de gobierno en medio de un bloqueo, al tiempo que les amenaza una invasión o una campaña de violencia terrorista similar a la guerra de la Contra en Nicaragua. Lejos de ser una distracción, se trata de una parte integral de su estrategia de resistencia, un modo de estimular el ingenio y el entusiasmo de las personas. El aparato del Estado venezolano y el Partido Socialista tienen sus roles, pero el pueblo venezolano está preparado para participar en su autogobierno y capacitado para hacerlo. Chávez defendía que la única manera de que triunfara la revolución era llevándola más lejos, y eso es lo que vimos en Catia.

El papel del presidente Maduro ha ido evolucionando según avanzaba la crisis. Con frecuencia ha recibido críticas por parte de la izquierda venezolana por su acercamiento prudente y conciliador hacia la oposición. Chávez, por el contrario, tomaba decisiones más atrevidas que le permitían mantener la iniciativa. Además, dada su posición de liderazgo, las deficiencias del gobierno de Maduro y de su partido afectan inevitablemente a su reputación. Pero el actual ataque al país por parte de Trump y sus aliados ha apartado a un lado estas preocupaciones. La permanencia de Maduro en el poder se ha convertido en un símbolo de la soberanía nacional.

En el debate que presenciamos en Catia me di cuenta de que el nombre de Maduro salía a relucir más de una vez de un modo positivo, relacionándolo implícitamente con su proyecto de ciudad comunal. Siendo esas personas portavoces de los 100.000 miembros de su comuna, su actitud parecería ser un reflejo de sus comunidades.

Nuestro grupo dedicó buena parte de su tiempo a relacionarse con la gente en lugares públicos: dos domingos en la Plaza Bolívar (con juegos y entretenimientos infantiles), una gran fiesta de baile al aire libre, etc. Era evidente nuestra condición de gringos, así que al poco tiempo estábamos enfrascados en animadas conversaciones. La gente se alegraba de vernos y enseguida se daban cuenta de que nos oponíamos a lo que nuestro gobierno está haciendo. Entonces era el momento para la foto. Brazos sobre los hombros, los altos detrás, puños levantados y «¡Viva Chávez! ¡Viva Maduro! Cuando disparaba la cámara. Los dos nombres juntos, siempre.

No me encontré con nadie que expresara ninguna reserva sobre que Maduro sea el presidente legítimo. Según mis observaciones, podría afirmar que las sanciones de EE.UU. han reforzado su apoyo entre la gente corriente que constituye su base política.

Pero hay otros que difieren. Nuestro grupo conoció los disturbios ocurridos el 30 de abril, cuando Juan Guaidó puso en marcha su intentona golpista, a través de la televisión: varias docenas de hombres tirando piedras al edificio del aeropuerto mientras sus partidarios de clase alta les observaban desde una distancia segura sobre un paso elevado. También una entrevista a un joven soldado indignado por haber sido engañado y hecho aparecer como seguidor de Guaidó en los medios.

Nada de esto tuvo efecto alguno en las calles cercanas a nuestro hotel (a varios kilómetros del escenario televisivo), excepto que antes del desayuno escuchamos el sonido de cacerolas y luego varias explosiones que pudieron ser disparos o petardos. Evidentemente, ningún habitante del barrio respondía al llamamiento de Guaidó a manifestarse en diversos lugares de la ciudad, suponiendo que ese fuera el origen del ruido. La conmoción había desaparecido cuando, al poco rato, me dirigí a pie hasta Sabana Grande, la gran calle peatonal donde se reúne la gente. Lo único que vi allí fue a personas con prisa para llegar a tiempo a su destino a primeras horas de la mañana.

Las clases populares venezolanas son las auténticas protagonistas de esta historia. Están inventando la estructura de la sociedad en la que desean vivir. Poseen una tradición viva de ingeniosidad política junto con una apertura a la auténtica revolución. La actual guerra económica asimétrica contra ellos ha provocado que estén aún más unidos en su determinación por defender lo conseguido en el desarrollo de su país. Sus logros les ayudarán a sobrevivir.

Pero se echa en falta un importante factor: la comprensión internacional de la naturaleza de su lucha. Las clases populares venezolanas se encuentran, en este momento de la historia mundial, en la vanguardia del cambio revolucionario. Merecen nuestro apoyo total.

Fuente: https://www.counterpunch.org/2019/05/17/eyewitness-in-venezuela-a-14-year-perspective/

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