La Unión Europea conformó en el vector comercial y de política arancelaria una de sus pocas competencias “federales” en sentido amplio [1]. Aquellas en las que los Estados han cedido la mayor parte de sus atribuciones a la Comisión Europea. Algo que no sucede, para nuestro pesar, en asuntos tan importantes como los defensivos o los relativos a los ingresos públicos y el endeudamiento, asuntos en los que mantenemos una unión más bien de tipo confederal en la que cada Estado define la mayor parte de sus políticas.
Tiene por eso especial importancia preservar esa unidad federal ante la acometida arancelaria unilateral del trumpismo norteamericano que no oculta su animadversión por cualquier unión europea o subordinada. Para ello, y decirlo pronto y de entrada, debemos conseguir que países como Hungría, Italia, Países Bajos o Irlanda -por distintas razones- no impidan la toma de decisiones ajustadas a la situación comercial creada por Estados Unidos, imponiendo vetos o ausencias de unanimidad paralizadoras.