En una decisión tan inesperada como insólita -si es que algo todavía puede ser clasificado de insólito en el Brasil de hoy- el Supremo Tribunal Federal decidió, por seis votos a tres, que Renan Calheiros, reo en aquella corte por corrupción, podrá seguir presidiendo el Senado y el Congreso hasta el final de su mandato, […]
El resultado nació de intensas y febriles negociaciones que involucraron a los presidentes de los tres poderes, Legislativo, Judicial y Ejecutivo. El mismo Calheiros propuso, debidamente respaldado por el presidente Michel Temer, a la ministra Carmen Lucia, que preside el Supremo Tribunal Federal, una salida que no cuenta con ningún antecedente y va en contra de cualquier lógica jurídica.
Ha sido una decisión claramente política, que bajo muchos aspectos desmoraliza la instancia máxima de la Justicia en el país, dicen los juristas. A su vez, la clase política en general y muy en particular el gobierno nacido del golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff celebraron el resultado. La polémica agenda de medidas altamente polémicas e impopulares que necesitan la aprobación en el Senado estaría en riesgo si Calheiros fuese alejado y la presidencia fuese ocupada por el también senador Jorge Viana, del PT.
Como Temer cuenta con amplia mayoría en el Congreso, el polémico proyecto que impone un tope a gastos públicos deberá ser aprobado sin mayores problemas. El riesgo de que Viana decidiese postergar su votación, a su vez, podría crear un tumulto de graves proporciones no sólo en el Senado, sino principalmente entre empresarios y el llamado mercado financiero, es decir, el capital. Rumores alarmantes, ampliamente difundidos por el gobierno y sus aliados (ninguno con posibilidad de confirmación), indicaban que se amenazaba con una estampida de inversionistas no sólo extranjeros, sino brasileños, rumbo a playas más seguras, léase el exterior.
Varios de los ministros que votaron por la estrafalaria solución no intentaron el más mínimo disfraz: admitieron, con todas las letras, que frente a la gravísima crisis económica por la que atraviesa el país, sería de esencial importancia «asegurar el clima de normalidad en el Congreso». De esa manera, optaron por seguir rigurosamente la pauta política de un gobierno fragilizado y que no logra aplacar la fuerte inestabilidad reinante, en lugar de seguir la Constitución y decisiones previamente aprobadas por el mismo Supremo Tribunal Federal.
En este primer momento Michel Temer pudo respirar aliviado, aunque sus alivios sean cada vez más fugaces. Calheiros es un aliado incómodo, poco confiable, pero su actuación es fundamental.
Ya el preservado presidente del Senado y del Congreso ha dado una formidable demostración de fuerza y poder. Luego de haber rechazado recibir una intimación formal de la Justicia, un desafío supuestamente inaceptable en un país civilizado, decidió enfrontar otra vez a la Corte Suprema, y logró vencer.
Su argumento básico, acatado plenamente por los supuestos guardianes de la Constitución, fue claro: alejarlo de la presidencia del Senado provocaría un revoltijo en una economía que ya está en harapos, comprometería la aprobación del tope de gastos públicos y liquidaría de una vez la poca gobernabilidad de un gobierno anémico, el de Michel Temer.
Una vez más quedó claro que, en Brasil, todos son -como reza la Constitución- iguales frente a la ley. Pero, haciendo eco de un viejo dicho popular, lo que ocurre es que unos son más iguales que los demás. O, para mayor precisión, existe la ley, que es para todos… y existen los poderosos.
Ayer, Renan Calheiros dejó claro todo el peso de su poder. Y el Supremo Tribunal Federal, que observó con bovina pasividad cómo se destituyó, sin crimen alguno, una presidenta electa por 54 millones 500 mil brasileños, dejó clara una vez más su inoperancia.
No solamente la Corte Suprema fue afrontada y humillada: lo fue la propia Justicia.