Siempre he sido un firme defensor de la Ilustración y sus valores: libertad, igualdad y fraternidad. La Ilustración para mí es un proyecto inacabado. Al contrario de lo que piensan los posmodernos. Yo pienso que la razón es un eje principal para conocernos y progresar, no sólo tecnocientíficamente, sino ética y políticamente hablando. No caigo, […]
Siempre he sido un firme defensor de la Ilustración y sus valores: libertad, igualdad y fraternidad. La Ilustración para mí es un proyecto inacabado. Al contrario de lo que piensan los posmodernos. Yo pienso que la razón es un eje principal para conocernos y progresar, no sólo tecnocientíficamente, sino ética y políticamente hablando. No caigo, de ninguna manera, en el mito del progreso. El progreso es sólo provisional. Lo que conseguimos son tablas de náufragos que podemos perder en cualquier momento. Ni la historia es lineal, ni existe un progreso automático. Por eso el proyecto ilustrado es un proyecto inacabado. Porque la razón que se intentó realizar fue una razón totalizadora. Con el germen de la violencia dentro. Absolutamente deshumanizada y antropocéntrica: explotadora de la naturaleza y de la mujer. Y por ello considero que es necesaria una segunda Ilustración que integre a la naturaleza y a la mujer, eliminando el antropocentrismo y limitando la razón poniéndola en juego con los afectos. La razón totalizadora es patriarcal, y es este orden el que hay que revertir, por tanto violenta, competidora y jerárquica. Y que le viene como anillo al dedo al sistema capitalista que se ha generado a través de ella.
De modo que mi propuesta es una segunda Ilustración que plantea un cambio de paradigma, de forma de ver el mundo, de interactuar con la naturaleza y entre nosotros. Y este cambio de paradigma debe hacerse en tres niveles. El de la razón, el de la naturaleza y el de la mujer.
La razón debe ser limitada, no totalizadora. Nuestra capacidad de conocer el mundo por medio de la razón (la ciencia) es limitada y siempre provisional. La ciencia es la búsqueda de la verdad, no la verdad. De modo que el camino de la ciencia y del conocimiento es el camino de la provisionalidad. La razón totalizadora es engañosa, promete un futuro utópico que a la postre no es más que un infierno. Además, la razón, además de ser limitada va ligada a los afectos, sentimientos y emociones. No se puede entender una razón ética si no es una razón cordial, que nace de la capacidad de ponerse en el lugar del otro (empatía) y comprenderlo. Si la razón ético-política no es cordial, entonces cae en la instrumentalización de las personas y les quita su dignidad.
En segundo lugar, tenemos la cuestión de la naturaleza. La razón ilustrada nace como el máximo dominio del hombre sobre la naturaleza, la explotación. Es la máxima expresión del patriarcado neolítico. Pues esta razón deshumanizada y sin sentimientos nos ha llevado a la eliminación de la naturaleza, a la barbarie, que contradictoriamente, llamamos civilización. El antropocentrismo debe ser sustituido por el ecocentrismo. Somos elementos de la ecosfera, productos de la evolución y en pie de igualdad con cualquier especie. Si no cuidamos de ella, no cuidamos de nosotros. No somos dueños y señores, sino servidores de la madre naturaleza. Y nuestra razón debe comprender esto y encontrar los límites naturales de nuestra relación con la naturaleza antes de que seamos absorbidos por ella, porque nunca destruiremos a la naturaleza, ésta dará lugar a unas condiciones en las que la vida humana, como hasta ahora, sea imposible.
En tercer lugar queda el tema de la mujer, la feminidad, íntimamente relacionado con lo anterior. Por eso existe una filosofía ecofeminista. Vamos a ver, todo el desarrollo de la cultura occidental y el conjunto de mitos que la soportan, desde el neolítico para acá, incluyendo el mito de la razón ilustrada y del progreso de la humanidad, no es más que el triunfo de un sistema de producción y una ideología: el patriarcado. Y lo que el patriarcado ha desarrollado son los valores de la guerra, de la destrucción y de la represión de la afectividad que se expresaba primordialmente en la mujer y, específicamente, en la crianza. Y así fue durante milenios en el paleolítico. El patriarcado ha producido la diferencia entre hombres y mujeres y ha considerado a éstas, como a la naturaleza, como seres inferiores de los cuales se puede disponer a nuestro antojo. El orden familiar matriarcal en el que reinaban las relaciones afectivas. Basadas en nuestros sentimientos naturales de necesidad de compañía, caricias, ternura, amor materno, diálogo; porque por ello somos animales sociales, pues fue sustituido por el orden patriarcal. El de la fuerza, el poder, la violencia, la competencia. Y se les arrebató a las mujeres su papel central de reguladoras de la afectividad. Llegándose incluso a la contradicción de hoy en día de que la igualdad de hombre y mujer es sólo laboral y que, además, para que la mujer pueda mantener dicha igualdad ha de abandonar la crianza para no perder el trabajo y entrar en la sociedad competitiva patriarcal. Esto ha sido una perversión más de la razón ilustrada y de uno de sus productos: el capitalismo.
Para terminar, entonces, lo que planteo es una segunda Ilustración que integre estos tres puntos como soporte de un nuevo paradigma y como alternativa ético-política y económica-social, a la barbarie en la que estamos cayendo. Siguiendo a Manuel Sacristán, lo llamaría el paradigma del cuidado.
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