La condena a muerte del ex dictador de Iraq Saddam Hussein (1979-2003) amenaza con profundizar aun más las divisiones étnicas, religiosas y políticas que caracterizan a este ya desgarrado país. Los festejos de kurdos en el norte y de chiitas en el sur de Iraq y las protestas en ciudades de mayoría sunita en el […]
La condena a muerte del ex dictador de Iraq Saddam Hussein (1979-2003) amenaza con profundizar aun más las divisiones étnicas, religiosas y políticas que caracterizan a este ya desgarrado país.
Los festejos de kurdos en el norte y de chiitas en el sur de Iraq y las protestas en ciudades de mayoría sunita en el centro del país son signos preocupantes.
La violencia sectaria entre sunitas y chiitas está destrozando la nación, y muchos temen que la ejecución de Saddam Hussein abra una guerra civil en este país.
El Alto Tribunal iraquí declaró el domingo culpable al Saddam Hussein por haber ordenado la matanza de 148 chiitas en 1982.
El veredicto amenaza la estabilidad del país porque los no sunitas consideran que Saddam Hussein, musulmán que profesa esa rama del Islam, implementó políticas para favorecer a su comunidad en detrimento de otras.
Muchos bagdadíes consideran que se apuró el dictamen para beneficiar al gobernante Partido Republicano de Estados Unidos en las elecciones parlamentarias este martes.
La encuestas prevén que el partido del presidente George W. Bush no tendrá una buena votación, en especial por la amplia percepción de la ciudadanía de que la política llevada adelante por su gobierno en Iraq fue un fracaso.
Las divisiones sectarias, profundizadas por la ocupación militar encabezada por Estados Unidos, crecieron a tal punto que muchos afirman que ya existe en Iraq una guerra civil.
Sesenta y dos por ciento los 26 millones de iraquíes son chiitas, la población hegemónica en el sur, mientras en el centro predominan los sunitas (35 por ciento), el grupo islámico mayoritario en el mundo árabe y también en el régimen de Saddam Hussein, depuesto por la invasión que Estados Unidos dirigió en 2003.
En cuanto a la composición étnica de la población iraquí, los árabes constituyen las tres cuartas partes, mientras los kurdos, la mayoría de los cuales profesan el Islam sunita, suman 20 por ciento.
La comunidad kurda es mayoritaria en el norte, pese a la campaña de limpieza étnica implementada en el área por el gobierno de Saddam Hussein, y goza de una amplia autonomía desde que obtuvo la protección de la fuerza aérea británica tras la guerra del Golfo (1991).
En varias localidades chiitas como Ciudad Sadr, el populoso distrito de Bagdad, y Najaf, Kerbala y Basra, mucha gente salió a celebrar en las calles. La mayoría de quienes profesan esta rama del Islam padecieron la dura represión del gobierno de Saddam Hussein.
La condena a Saddam Hussein fue también objeto de celebraciones en Kurdistán. Los kurdos, al igual que los chiitas, fueron duramente reprimidos por el ex dictador.
En la víspera del dictamen, el primer ministro de Iraq, Nouri al-Maliki, de la comunidad chiita, pidió a la población no «festejar demasiado» el veredicto.
Otros líderes de esa corriente religiosa trataron de aplacar el festejo e incluso se opusieron a la pena de muerte arguyendo que la ejecución de Saddam Hussein lo transformaría en mártir.
El panorama de una sociedad dividida se completó con las protestas y la rabia expresadas por los residentes de las áreas de mayoría sunita, en especial Bagdad y en la occidental provincia Al-Anabar.
Los sunitas, que ahora soportan la represión de un gobierno de mayoría chiita, y bajo influencia de Estados Unidos, adoptaron al ex dictador como líder propio.
En el barrio bagdadí de mayoría sunita Al-Adhamiya la policía combatió a miembros de la resistencia con ametralladoras y en Tikrit, ciudad natal de Saddam Hussein, muchos residentes desafiaron el toque de queda para salir con su fotografía por las calles.
La situación empeoró aun más cuando el ejército iraquí arremetió contra personas que se manifestaban en favor del ex dictador en muchas localidades. Los canales de televisión sunitas Zawra y Salahedin, que mostraban los hechos, vieron de inmediato cortada su transmisión y fueron allanados por las fuerzas de seguridad.
La censura enfureció más a los sunitas. La medida se asemeja a la clausura, ordenada por Estados Unidos, del diario Al-Hawza, dirigida por el clérigo chiita Muqtada al-Sadr, el líder que hace dos años desató el primer alzamiento contra las fuerzas de la ocupación.
En un país donde los escuadrones de la muerte matan en promedio a más de 100 personas por día, sólo en la capital, otro acontecimiento polémico es lo último que Iraq necesita en este momento.
Otro posible punto álgido se ubica en la septentrional ciudad de Kirkuk, rica en petróleo, con una población mixta de kurdos y árabes, los que fueron localizados allí durante el régimen de Saddam Hussein.
Los líderes kurdos quieren que Kirkuk se integre en la región autónoma de Kurdistán.
En el sur, dominado por los chiitas, más de 100.000 iraquíes abandonan sus hogares cada semana mientras los líderes fomentan el federalismo, bajo el cual cada grupo étnico mantendría un control sustancial sobre su región.
Si Saddam Hussein llega a ser ejecutado puede empeorarse un patrón según el cual cada «éxito» del gobierno de este país ocupado provoca un aumento de los ataques a miembros de la coalición invasora y a las fuerzas de seguridad iraquíes.
El ex dictador fue capturado por Estados Unidos en diciembre de 2003, tras ser delatado por combatientes kurdos. Después de ese episodio aumentaron drásticamente los ataques contra las fuerzas de seguridad.
Un patrón similar se vivió tras el asesinato del presunto líder de Al-Qaeda Abu Musab al-Zarqawi por las fuerzas ocupantes.
La ejecución no ha sido confirmada aún pues ahora el veredicto debe ser debatido por un panel de nueve jueces que tiene un tiempo indefinido para revisar el caso.
Pero si llega a confirmarse la sentencia, Saddam Hussein será conducido a la horca en un plazo de 30 días.