Recomiendo:
0

Uranio: la ruta del dinero

Fuentes: Rebelión

La mina de uranio Rossing, en Namibia, la más grande del mundo, fue abierta por Sudáfrica a mediados de la década de los setenta del siglo pasado. Uno de sus accionistas fue el Sha de Irán. La instalación progresó, no sólo porque los racistas necesitaban uranio para su programa nuclear, sino por las ventas a […]

La mina de uranio Rossing, en Namibia, la más grande del mundo, fue abierta por Sudáfrica a mediados de la década de los setenta del siglo pasado. Uno de sus accionistas fue el Sha de Irán. La instalación progresó, no sólo porque los racistas necesitaban uranio para su programa nuclear, sino por las ventas a Gran Bretaña y otros países, incluido Estados Unidos.

Esa mina es una sociedad por acciones, perteneciente a la compañía Namibia Rossing Uranium Limited, dependiente de la firma anglo-australiana Río Tinto. Técnicamente Irán es socio de Inglaterra en la explotación de la mina y proveedor de ?Yellowkake? para los programas nucleares de Estados Unidos.

El comercio del uranio es una atractiva exclusividad practicada por unos veinte países que lo venden a 32 clientes y la cual en conjunto puede movilizar alrededor de 20 mil millones de dólares.

La parte estrecha del embudo es para los mineros y la ancha para los siete países con capacidad para enriquecer el mineral y convertirlo en combustible destinado a alimentar los cerca de 450 reactores en funcionamiento y crear bombas atómicas.

Hace dos años la demanda de uranio alcanzó 66 mil 658 toneladas, de las cuales la producción minera llegó a satisfacer el 50 por ciento. El déficit fue cubierto con las reservas almacenadas y por la desactivación de ojivas nucleares. Ese fenómeno, presente desde los años 80 del siglo pasado, favorece el aumento del precio, que alcanza los 40 dólares por libra.

La incertidumbre en cuanto a las reservas de uranio proviene de lo pequeño que suelen ser los yacimientos, sin que existan esperanzas de encontrar vetas importantes. Por otra parte, en los países desarrollados actúan influyentes movimientos antinucleares que demandan el cierre de las minas y las autoridades son poco propensas a otorgar nuevas licencias.

En el aumento de la generación eléctrica mediante plantas atómicas influye no sólo la subida del precio y la presumible escasez de petróleo, sino también el hecho de que las plantas nucleares, a pesar de sus riesgos, no producen gases de efecto invernadero por lo que, directamente apenas aportan al calentamiento global.

A partir de la década de los ochenta, cuando la ONU, Estados Unidos y la Unión Europa impusieron un embargo a Sudáfrica, el comercio con uranio de Rossing se convirtió en un virtual contrabando que desde Namibia recorría más de 10 mil kilómetros por al Atlántico en ruta que inevitablemente lo aproximaba a las aguas de varios países ignorantes del peligroso trasiego.

Existe la sospecha de que el uranio de Rossing sirvió a Israel para desarrollar su programa nuclear y que a cambio asistió a Sudáfrica con tecnología para fabricar las bombas atómicas del apartheid.

Todo eso ocurrió a pesar de que en virtud del Tratado de No Proliferación, la Organización Internacional de la Energía Atómica controla un Registro Mundial de Exportadores y un sistema especial de contabilidad para el material nuclear. En la mina Rossing, abierta en la década del 70, sólo existen registros desde el año 90 en adelante.

Se calcula que la demanda de uranio crecerá de modo sostenido hasta alcanzar en el 2020 los 220 millones de libras. No hay que preocuparse, la escasez puede paliarse reciclando residuos o, mejor todavía, prescindiendo de las 30 mil bombas atómicas almacenadas.