Cuando se trata del gobierno venezolano, El País no duda en mentir descaradamente desde su línea editorial, como viene demostrándonos desde hace años. La última manipulación incluye numerosas omisiones y alguna falsedad intencionada, y la pudimos leer el pasado 24/07/10 –«Uribe, Chávez, Santos»-. Este editorial, traslada al lector que el empeoramiento de las relaciones entre […]
Cuando se trata del gobierno venezolano, El País no duda en mentir descaradamente desde su línea editorial, como viene demostrándonos desde hace años. La última manipulación incluye numerosas omisiones y alguna falsedad intencionada, y la pudimos leer el pasado 24/07/10 –«Uribe, Chávez, Santos»-. Este editorial, traslada al lector que el empeoramiento de las relaciones entre Colombia y Venezuela es responsabilidad exclusiva del gobierno venezolano, puesto que la única razón que menciona El País para ese empeoramiento es la siguiente;
«(…) [las relaciones] han ido empeorando a medida que Bogotá adquiría la certeza del apoyo, plenamente documentado, del populista líder venezolano a las muy debilitadas guerrillas de las FARC (…)».
Empezando por que es falso que dicho apoyo esté «plenamente documentado» (1), el gobierno venezolano ha condenado las acciones de las FARC [«ustedes se han convertido en una excusa del imperio para amenazarnos a todos nosotros»], hecho del cual no nos informa el editorial. Tampoco nos traslada otros factores decisivos que han contribuido al empeoramiento de esas relaciones, tales como que Colombia y Estados Unidos firmaron en Octubre de 2009 un preocupante acuerdo militar que autorizó a Washington la ocupación de siete bases militares y la autorización para hacer uso de ese espacio aéreo. En un documento de la Fuerza Aérea de Estados Unidos se señala abiertamente la base de Palanquero como necesaria para «conducir operaciones militares de amplio espectro» por todo el continente y para combatir «la amenaza de gobiernos anti-estadounidenses». En la «Estrategia de Movilidad Global del Comando de Movilidad Aéreo», publicada en febrero 2009 por el Pentágono se dice textualmente que «desde este lugar [Palanquero], casi la mitad del continente puede ser alcanzado por un C-17 sin tener que reabastecer». Tampoco recuerda el editorial la captura de más de cien paramilitares colombianos en 2004, en la finca Daktari, ubicada en el estado de Miranda, propiedad de Robert Alonso, cubano con residencia en Miami, quienes presumiblemente pretendían asesinar al presidente venezolano. Imaginen el escándalo internacional si se capturasen más de cien paramilitares venezolanos a las afueras de Bogotá.
Todos estos hechos provocados por el gobierno colombiano no parecen ser motivo de empeoramiento de las relaciones entre ambos países para El País. Muy al contrario, el editorial nos aclara enseguida cuáles son las intenciones de Santos: «(…) intentar normalizar las relaciones con Caracas, entre otras razones para obtener al menos neutralidad frente a la guerrilla (…)».
Y para «normalizar relaciones», desde Colombia se acusa al gobierno venezolano -en una sesión especial de la OEA- de respaldar las operaciones de las FARC desde campos en el interior de Venezuela. Para eximir al delfín de Uribe de estas provocaciones, y en un ejercicio de exagerado cinismo, el editorial separa las acciones del anterior presidente de Santos, a quién llama, sin embargo, «continuista». Santos es un continuista, pero Uribe actúa por su cuenta y al margen de su antiguo ministro de Defensa;
«(…) Sería un error por su parte pensar que esa circunstancia le autoriza a socavar las políticas reconciliadoras de su sucesor (…)».
Para rematar la jugada, la indignación del gobierno venezolano ante esas acusaciones debe ser interpretada como que Chávez «(…) intenta contrapesar su decreciente popularidad con golpes de efecto (…)», cuando la popularidad de Chávez no ha hecho sino crecer en los últimos meses, y más del 80% de los venezolanos aprueba su gestión (2) en la actualidad.
La estrategia editorial, en esta ocasión, parece la inversión del papel que ambos países juegan en la región, de manera que el provocador se transmuta en reconciliador. Cualquiera que lea El País sin contrastar la información con medios independientes pensará que Venezuela pretende avivar un conflicto bélico contra Colombia, cuando lo que está ocurriendo es, precisamente, justo lo contrario.
(1) Otro titular de El País del mismo día –«EEUU pide una investigación internacional sobre la presencia de las FARC en Venezuela»– da a entender que el asunto ni tan siquiera se ha investigado de manera independiente. En todo caso, las «pruebas» presentadas por el gobierno colombiano apuntan a la presencia de las FARC en Venezuela, pero en ningún momento se demuestra ningún «apoyo» por parte del gobierno venezolano. Evidentemente, la presencia de la guerrilla de las FARC en la selva venezolana no implicaría necesariamente un apoyo del gobierno venezolano ¿acaso la presencia de ETA en Francia puede interpretarse como un respaldo del gobierno francés al grupo terrorista?
(2) Según la última encuesta del IVAD sobre el presidente de Venezuela, el 80,1% de los encuestados expresó que la gestión del presidente Chávez en el gobierno está siendo buena o muy buena, frente al 18,1% que la consideró mala o muy mala.
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