El presidente Álvaro Uribe Vélez, quien llegó al poder en 2002, impulsó vertiginosamente las privatizaciones, trabajó por el bienestar de la minoría rica colombiana y a su partida dejará un país plagado de pobres y hambrientos sin acceso a los servicios elementales de salud, agua, educación y vivienda. El pasado 30 de mayo, luego de […]
El presidente Álvaro Uribe Vélez, quien llegó al poder en 2002, impulsó vertiginosamente las privatizaciones, trabajó por el bienestar de la minoría rica colombiana y a su partida dejará un país plagado de pobres y hambrientos sin acceso a los servicios elementales de salud, agua, educación y vivienda.
El pasado 30 de mayo, luego de no lograr que el Congreso aprobara una tercera reelección, los dos principales candidatos con mayores posibilidades obtuvieron los votos necesarios para pasar a la segunda vuelta electora y tratar de sustituirlo, el ultraconservador del partido oficialista, Juan Manuel Santos, y el representante del Partido Verde, Antanas Mockus.
Hace solo ocho meses el periódico El Tiempo, de Bogotá, afirmaba en un artículo: «Hay demasiada hambre en la Colombia del libre comercio. Constituyen legiones los que todas las noches se acuestan con dolor de estómago no porque comieron mucho, sino porque no comieron nada. Son miríadas los que amanecen sin saber dónde está su desayuno o si lo conocen, también saben que será miserable».
Los ejemplos expuestos refuerzan esa realidad: «En las tiendas de los barrios donde viven los pobres ofrecen arroz por tazas, aceite por cucharadas. Es común que tras una recolecta familiar el almuerzo que compran, por así llamarlo, se reduzca a un huevo, una taza de arroz, una cucharada de aceite y un pedazo de panetela; la receta de infinidad de madres a los hijos que sufren dolores no pasa de unas yerbas y un ‘aguante, mijo'».
Oficialmente el gobierno reconoce que existen 20,5 millones de pobres y ocho millones de indigentes entre los 44,5 millones de habitantes en el país, mientras que organizaciones no gubernamentales como el SISBEN indican que la cifra se eleva a más de 30 millones.
A esa dramática situación que padece la mayoría de los colombianos hay que sumarles otras que van unidas al no tener acceso a la salud, la educación, servicios públicos y viviendas tras la ola de privatizaciones llevadas a cabo en los últimos ocho años de presidencia uribeísta.
La distribución de las riquezas en esa nación andina se agravó en este periodo pese a que Colombia tuvo el mayor crecimiento de la economía, con un promedio de 6 % anual que cayó a mediados de 2009 debido a la crisis mundial.
La política neoliberal llevada adelante por Uribe ha influido en que el ingreso de 10 % de la población más rica resulte 40 veces mayor que la del conjunto de los pobres. A esto se suman los desplazamientos obligados de personas efectuados por el ejército en las zonas de conflicto armado y sin otro destino que irse hacia las ciudades para sobrevivir.
El presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Luis Augusto Castro, al pedirle al gobierno que busque soluciones viables a la grave situación, señaló: «se trata de un cáncer que es la exclusión en términos de pobreza, personas que escasamente tienen un dólar diario para vivir y otras que tienen menos de uno, con más de 1 500 000 niños en estado de desnutrición».
El régimen saliente, a la par que cedió parte de la soberanía del país a Estados Unidos al posibilitarle la instalación de numerosas bases militares en su territorio, las cuales amenazan la estabilidad de varios Estados de la región, también entregó en bandeja de plata las principales industrias y empresas al capital foráneo y los magnates nacionales.
En un esfuerzo sin par para que el Congreso estadounidense aprobara el Tratado de Libre Comercio (TLC) con su país, Colombia abrió hasta el infinito las llaves de las privatizaciones, que alcanzan a todos los sectores de las finanzas, comercio, industria y servicios. Pero ese esfuerzo aún no ha dado resultado y Uribe se irá del poder sin ver su sueño realizado de imponer el TLC.
En un abrir y cerrar de ojos, el Estado vendió 12,4 % de las acciones que controlaba en el Banco Popular y la estadounidense General Electric adquirió un paquete de acciones del Banco Colpatria.
El Estado concluyó la venta de las empresas de electrificación de Cundinamarca, Boyacán (Ebsa), Pereira, Santander, Norte de Santander, Meta y Termocandelaria.
La General Electric también construye una planta para la fabricación de químicos de purificación de aguas y compró una empresa dedicada a esa actividad industrial. En la ampliación de la refinería de Cartagena para elevar el procesamiento de crudo de 75 000 a 150 000 barriles diarios han invertido la transnacional Glencore junto con Ecopretrol.
La energía en el Caribe colombiano la comercializa la Unión FENOSA mediante las empresas Electrocosta y Electricaribe, y el agua en Cartagena la distribuye y cobra los servicios, Aguas de Barcelona, por medio de la filial Aguas de Cartagena. La Munich Re controla casi todas las acciones de Inversura, un holding de salud, riesgos profesionales y seguros.
El estatal Instituto de Fomento Industrial (IFI) se deshizo de la parte que poseía en la Comercializadora Internacional Promotora Bananera y de 3 % que tenía en Devinorte, las cuales han pasado a las transnacionales Cargill, Masisa (madera) y Mapfre Seguros.
Como era lógico, la industria del ocio no se podía quedar atrás en este festín de privatizaciones, y las cadenas Hyatt, Milton, NH, Marrito, Honesta y Fronpeca invierten millones en construcciones y condominios, a la par que compañías estadounidenses y europeas lo hacen en el sector de la aviación para ampliar las frecuencias de destinos a Bogotá, Cali, Medellín y Cartagena.
Los gastos militares han subido en espiral y ya alcanzan 14 % del presupuesto nacional y triplican los destinados a la salud y la educación.
Uribe finalmente se va, aunque mantiene fuertes lazos dentro del estatus de poder. Deja un país con grandes contrastes y diferencias sociales, donde las transnacionales y el gobierno de Estados Unidos con sus bases militares ejercen un gran control.
La población colombiana no piensa que su situación cambiará mucho con la llegada del nuevo mandatario y para la mayoría, como canta Julio Iglesias, la vida seguirá igual.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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