«Si el error persistiese indefinidamente el desenlace de la tragedia consistirá en la total despoblación de nuestro territorio» Dr. Ramón Díaz ¿Por qué se produjo la brutal caída del PBI en Uruguay? Generalmente estos procesos tienen vinculación con el manejo de la masa monetaria que cubre la economía, la que al retirarse por diversas causas, […]
«Si el error persistiese indefinidamente el desenlace de la tragedia consistirá en la total despoblación de nuestro territorio» Dr. Ramón Díaz
¿Por qué se produjo la brutal caída del PBI en Uruguay? Generalmente estos procesos tienen vinculación con el manejo de la masa monetaria que cubre la economía, la que al retirarse por diversas causas, achicándose, determina una destrucción rápida de la riqueza. Si la gente tiene en un período dado de tiempo menos dinero del necesario para mantener su nivel de vida, hace opciones. Deja de pagar la mutualista, como han hecho miles de uruguayos, suspende los contratos de los teléfonos celulares, guarda sus vehículos y utiliza el ómnibus, o deja de comprar cosas que no les son imprescindibles.
Esta pérdida de riqueza es un proceso tan rígido que fue el determinante de que en el Uruguay haya un millón de personas en la pobreza, y los asentamientos ya sean, por su volumen, la «segunda ciudad del país». Es que el achicamiento de la masa monetaria al reflejarse en el consumo, determina la caída de las ventas y, por consiguiente, una reducción de la producción tanto nacional como importada.
Todo ese reacomodamiento depende del volumen de dinero que ingrese a las familias, que en nuestro país mayoritariamente, han perdido en primera instancia su capacidad de ahorro, luego, de manera terminante, los niveles de consumo, afectando en cascada al comercio, a la industria, a las empresas importadoras, que están vinculadas estrechamente al sostén que les otorgaba el consumo interno.
Podríamos aburrir a los lectores con cuadros comparativos, con los qué demostraríamos como la reducción de la masa de dinero en manos de la gente tiene una vinculación directa con la caída del PBI y, además, de la recaudación fiscal.
Una cifra gigantesca, impensable para el desarrollo de un país que, además, tiene obligaciones externas cuyo pago, por el mismo proceso de empobrecimiento, se ha convertido en una misión casi imposible. Lo singular de lo que ha pasado en el Uruguay es que esta reducción de la masa monetaria, cuyo epicentro se concretó en el 2002, no fue el producto de una batalla entre clases sociales para lograr una mayor apropiación del ingreso. Si uno estudia la realidad de esta crisis puede sorprendente ante un fenómeno nuevo: que tanto los asalariados (proletarios), hombres y mujeres que venden su fuerza de trabajo, como los empresarios, industriales, comerciantes, productores agropecuarios, exportadores e importadores (burgueses), o sea los dueños de los medios de producción y cambio (para utilizar una caracterización proveniente del marxismo) todos se han empobrecido.
Unos han perdido ingresos, el trabajo, la vivienda y hay caído en la marginación, otros han perdido riqueza en un declive que cada día es más estremecedor y, en alguno casos, también batallan por sobrevivir en el marco de un país destrozado.
¿Qué pasó con el volumen de riqueza que desapareció? Fue succionado hacia una especie de «nada» sartreana, insólita. El gobierno del doctor Jorge Batlle quiso salvar el espejismo de un país «plaza financiera» que ya no funcionaba y que, a principios del 2002, con la crisis argentina, cayó definitivamente. En la tarea de apuntalamiento de ese edificio que se derrumbaba literalmente se tiraron miles de millones de dólares, como agua a un canasto, que se volatilizaron y desaparecieron del país, hiriendo gravemente a toda la economía.
La irracionalidad fue atroz. Se fueron además de las reservas atesoradas por el Banco Central y además se utilizó la recaudación, vaciando las arcas de la Tesorería del dinero que estaba destinado a cumplir con el ordenamiento presupuestal. Millones y millones de dólares aventados al aire, locura, combinada con una insuperable irracionalidad, fenómeno que la psiquiatrí¬a deberá estudiar para que en adelante los libros de economía manejen el ejemplo uruguayo, claro está, en un especie de índice especial destinado a explicar como el empobrecimiento de un país puede producirse por hechos internos alejados de las contiendas sociales y de avatares del comercio, de las crisis cíclicas terminales. Ese capítulo se podría llamar «la irresponsable locura»
Hay todavía algunos responsables de lo ocurrido que afirman que el gobierno con el dislate, «honró» las obligaciones que se tenían con los depositantes en las instituciones financieras. O sea que, con el dinero de todos los uruguayos, incluso con lo restado a sueldos y jubilaciones vía el Impuesto a las Retribuciones Personales (IRP), se sostuvo a bancos (empresas privadas) en medio de una corrida histórica, sin pensar por un momento que por ese camino el paí¬s en su conjunto se estaba desangrando.
¿Si el banco tal o cual no podrá hacer frente a sus obligaciones, el Banco Central podía haber adoptado medidas que ya están establecidas en el formato de sus competencias? ¿Por qué no se hizo nada cuando se detectó el defalco cometido por los hermanos Rohm que determinó que el Banco Comercial viviera una situación de iliquidez que teóricamente y legalmente debieran haber impedido cualquier tarea de «salvataje» por parte del gobierno? ¿Qué razón llevó a las autoridades económicas a transferirle millones de dólares al Banco de Montevideo, cuando era ostensible que el grupo que lo comandaba había perdido pie a nivel y que el descalabro era su ostensible presente?
Podríamos seguir haciendo preguntas, cuyas respuestas siempre desembocan en conclusiones neo psiquiátricas. Más allá de esa lamentable comprobación, también existen responsabilidades políticas que se deben señalar, porque las leyes de «urgencia» que se votaron para transferir al mismo canasto el dinero quitado a los trabajadores y jubilados, fueron aprobadas por mayorías regimentadas y agrupadas en lo que se llamó la coalición de gobierno. En ese proceso, algunos políticos que parecían ser dirigentes avezados, no tuvieron ningún resquemor en votar lo que el gobierno imponía, sin advertir (o haciéndolo) que estaban castigando a los mismos sectores sociales que los llevaron a ocupar los cargos que ostentaban.
Cuando todavía se viven nuevos coletazos de la crisis, cuando el propio FMI observa con atención la nueva realidad y el futuro del sector financiero uruguayo es todavía una incógnita a develar, hay que ver, como algunos se rasgan las vestiduras, tratando de marginarse de su responsabilidad en el desastre.
¿Cómo sortear las consecuencias de toda esa vorágine irresponsable? Las respuestas no son nada fáciles. Es evidente que debe lograrse restituir el nivel de circulante adecuado para el funcionamiento de la economía. Pero, ¿cómo hacerlo cuando no existen recursos genuinos? ¿Cómo restituir a la gente su poder de compra para, así¬, reactivar al conjunto del país? Algunas respuestas existen, el propio Plan de Emergencia es una de ellas, ya que pondrá en circulación una importante cantidad de dinero que en base a una política redistributiva hará avanzar el consumo de los más menesterosos. Otro punto es la difícil discusión que se verificará a nivel de los Consejos de Salario, verdadero fiel de la balanza que, de no equilibrarse adecuadamente, también puede determinar perjuicios. Pero de ser exitoso el resultado, evidentemente, también se verá favorecido el consumo.
Si este camino que el nuevo gobierno está recorriendo a paso firme y sensato, y el mecanismo redistributivo fracasa nuevamente, el que se convertirá en inviable es el propio paí¬s y tendrá razón el doctor Ramón Díaz cuando especula con la tragedia nacional que significaría un territorio vací¬o que antes se llamaba Uruguay.
* Carlos Santiago, Periodista.