Con cada uno de estos hechos los uruguayos nos sumergimos en un festival de excesos. Fue un estadio de excitación colectiva que hoy, después de leer la carta de Suárez, suena ridículo. En esa misiva de tono jurídico el jugador se arrepintió y, además, nos explicó a todos que él es parte de este mundo […]
Con cada uno de estos hechos los uruguayos nos sumergimos en un festival de excesos. Fue un estadio de excitación colectiva que hoy, después de leer la carta de Suárez, suena ridículo. En esa misiva de tono jurídico el jugador se arrepintió y, además, nos explicó a todos que él es parte de este mundo llamado FIFA y que necesita volver.
Para entender esta montaña rusa de emociones con Suárez y el Mundial hay que ir hasta la mañana del jueves 22 de mayo, ahí tuvimos una muestra de lo que se vendría. La noticia de la lesión y la operación conmocionó al país. Y si bien la operación fue un éxito y Suárez quedó en el plantel, todo lo que vino después fue intenso, dramático.
Cada uno de los episodios de Suárez y el Mundial tuvo su cuota de tensión y emoción, pero uno solo de esos momentos fue de alegría: la noche patria en que el ídolo hizo de las suyas y dejó afuera a Inglaterra. En esa noche mágica, en ese partido épico, Suárez demostró lo que vale, confirmó que es uno de los mejores jugadores del mundo y sacó a su equipo de una casi segura eliminación. El mundo deportivo destacó su recuperación, su entrega, su calidad. Los ingleses también lo hicieron, vale recordarlo.
Con Suárez y el país metidos en esa euforia colectiva llegó el episodio central de esta trama. Cuando Suárez se agarró los dientes, sentado en el piso, después de morder o intentar morder al italiano Chiellini, sabía que otra vez iba a vivir un calvario. Ya en ese momento interpretó lo que podía venir, esta vez el calvario fue a escala planetaria.
En ese momento los uruguayos entramos en una especie de trance. Nadie habló del triunfo histórico que sacó a Italia del Mundial. Suárez, solo hablamos de Suárez. Y como pocas veces la locura mediática fue correspondida con la locura general.
La intención fue, en general, defender al ídolo atacado por la prensa mundial. Y para eso valió todo tipo de argumento por más inverosímil que fuera. Hubo uruguayos que no veían nada en la jugada, juraron que Suárez no hizo lo que luego reconoció. Lo insólito es que los dirigentes de la AUF armaron una estrategia basada en esa premisa falsa: no se vio nada. Suárez también se defendió así en ese momento, en su defensa anta la FIFA inventó una insólita incidencia donde perdió el equilibrio. Y en esa escalada de pésimos defensores hubo momentos para el recuerdo: en el informativo de canal 10 dijeron, con indignación, que se invertía la carga de la prueba, que Suárez estaba siendo juzgado antes de comprobarse nada. Fue una maravilla que desde los informativos de televisión, que todos los días se basan en precarios partes policiales para enjuiciar a cualquiera (sobre todo adolescentes), se preocuparan por la presunción de inocencia.
En ese clima de trance e indignación popular llegó la sanción de la FIFA. Los nueve partidos eran mucho, suficiente. Pero la Comisión de disciplina se salió de cauce y lo deportó del fútbol, lo sancionó con cuatro meses de exilio con un discurso de moralina barata. Un exceso acorde con la trama que se estaba viviendo.
A partir de allí, de la sanción, vivimos otra parte de este circo, quizá el más duro. Volvió el viejo discurso nacional de víctimas, del país pequeño ante los poderosos, del no nos quieren ( que tiene implícito la percepción de que somos geniales y valientes, por eso molestamos). Un discurso que se cae por su propio peso ya que Uruguay eliminó a dos potencias futbolísticas y económicas sin ninguna incidencia en contra y con la ventaja de que Suárez no fue expulsado por su agresión. Ni siquiera Tabárez zafó de esta dinámica: a 20 horas de enfrentar a Colombia por octavos de final dedicó toda una conferencia a hablar de Suárez y lo injusto de la sanción. Vale reconocer que Tabárez fue correcto, claro, y que fue el único que dejó algo propio a raíz de su indignación: renunció a un cargo de la FIFA.
Cuando pensamos que todo ya era mucho llegó la careta que regaló el diario El Observador y, para redondear, la pantalla gigante a la puerta de la casa de Suárez para que la gente que fue hasta allí a alentarlo pudiera ver el partido: una violación a la cordura y la intimidad con cara de acción de marketing.
El partido contra Colombia pareció frenar el impulso enloquecido de una sociedad unida ante la maldad de los poderosos. Con la superioridad del rival nos dimos cuenta que Suárez había hecho mucho más que morder, había dejado al equipo sin su máxima figura. Había dejado a sus compañeros sin su presencia. Quizá debió pedirles disculpas a ellos también en la carta, aunque seguramente lo hizo en privado.
Después de la derrota hubo cierta calma. Pero el presidente José Mujica se vio tentado a salirse de tono: ¿cómo perderse él un festival de excesos? Fue al aeropuerto, que tenía un clima de fiesta para recibir a los jugadores, y puteó a los dirigentes de la FIFA. Mujica dijo lo que todos querían escuchar, pero con una ingenuidad que sería adorable en un gurí y parece una tontería en boca de un veterano con varias batallas. La FIFA es la misma desde hace 50 años. La compra de votos, la corrupción para elegir sedes o los manejos con los derechos de televisión son denunciados hace décadas por la prensa europea. Además, a menor escala acá sucede lo mismo en varios países. La misma compra de votos para voltear presidentes y comprar derechos de tv pasa en Uruguay: acá es una «fifita» y Mujica los apoya, nos los putea.
Lo peor para Mujica y todos los que negaban lo que pasó fue lo que vino después, la carta de Suárez. El jugador se arrepintió profundamente, pidió disculpas a Chiellini y a la familia del fútbol. Pero, sobre todo, Suárez explicó en su carta que esto es un negocio del que él forma parte. Su carta fue una forma de redimirse, una muestra de arrepentimiento para seguir en el juego de la FIFA.
Está bien lo que hizo. Reconoció que estuvo mal.
Quizá, como sociedad, debamos acompañarlo en la reflexión. Porque en esta locura colectiva no estuvo solo, todos mordimos un poco.
Programa «No toquen nada»
Océano FM, Montevideo, 1-7-2014