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Vagón 2377, con destino a Calcuta

Fuentes: El Viejo Topo

Para Daina Castelló, Irene Giménez, Neus Montaner, Encarni Roldán y Laura Vila Rabindranath Tagore soñaba con Calcuta. De esa ciudad inmensa, caótica y profundamente humana, y de Bengala, la gran región que abarca Bangla Desh y el noreste de la India, extrajo su propia humanidad, su visión de poeta, su fe en la razón y […]

Para Daina Castelló, Irene Giménez, Neus Montaner, Encarni Roldán y Laura Vila

Rabindranath Tagore soñaba con Calcuta. De esa ciudad inmensa, caótica y profundamente humana, y de Bengala, la gran región que abarca Bangla Desh y el noreste de la India, extrajo su propia humanidad, su visión de poeta, su fe en la razón y en el conocimiento y la libertad, complementadas con su interés por otras culturas, desde las occidentales hasta las de China y el Japón, con un espíritu abierto al mundo que no siempre fue comprendido en su propio país. El poeta bengalí, que en el verano de 1941, enfermo, esperaba su regreso a Calcuta, era un anciano venerable que siente llegar la muerte en Shantiniketan, el lugar que, cuarenta años atrás, había elegido para fundar su escuela: allí lo preparan para que vuelva a la desordenada capital de Bengala. Su vida ha transcurrido ya, plena, a veces triste, viviendo con sus alumnos en una escuela campestre o viajando por el mundo, frecuentado y elogiado por políticos e intelectuales célebres. En ese momento, mientras espera que lo instalen en un vagón de tren con destino a Calcuta para cumplir con una cita inapelable, Tagore es un hombre cansado y escéptico sobre el futuro de la India, pese a la fe con que había participado en el movimiento anticolonial. Nunca verá la libertad de la India, el día de la medianoche que, en 1947, inaugurará Nehru con tanta esperanza, pero tiene miedo: en sus últimos años, Tagore seguía viendo las lacras de la colonia británica, la pobreza insultante de los indios, las muchedumbres que se agrupaban para morir en cualquier lugar, y había visto muchos enfrentamientos entre hindúes y musulmanes. Allí, en Calcuta, muere el siete de agosto de 1941. Tenía ochenta años, y hacía veintiocho que, en vísperas de la I Guerra Mundial, le habían concedido el Premio Nobel de Literatura.

En Europa su nombre casi ha sido olvidado, pese a la celebridad mundial que tuvo en su tiempo, y hoy apenas es recordado como un pintoresco poeta, con aires de santón, ligado a un mundo indio perdido, un hombre que se inclinaba por la acción pacífica, por el ascetismo existencial, por una profunda espiritualidad (aunque lo mismo podría decirse de la cultura musulmana, si reparamos en muchos preceptos del sufismo, o de las corrientes budistas de Oriente). Esa imagen de Tagore, como representante de una India exótica que llamaba a las puertas de Occidente a principios del siglo XX, no deja de ser una creación arbitraria, caprichosa, que obedece más a la necesidad europea de imaginar un mundo más cercano a una supuesta sencillez y austeridad primigenia, más hermoso, ante la visión de la fealdad y la marginación social que arrastraban las ciudades industriales europeas en vísperas de la Gran Guerra. El gusto por el exotismo adornaba la sofisticación y la petulante, aunque ocultada, certeza de la superioridad cultural europea, pero tenía sus límites. Tagore no podía ofrecer lo que no era. Así, los grandes elogios de W. B. Yeats y de Ezra Pound hacia Tagore se tornaron, veinte años después, reproches y desinterés. Tagore ofrecía una visión del mundo que, si bien estaba anclada en la cultura del subcontinente, se abría a la modernidad, mientras que la presunción europea apenas quería escuchar, sobre todo, voces que le ofrecieran un refugio espiritual en un mundo que el capitalismo había pervertido por completo, donde el alma mercantil burguesa había sodomizado el espíritu y el arte libre, el trabajo obrero y la fe en el progreso. Hasta cierto punto, era lógico que los beneficiarios de una cultura burguesa que dominaba Europa, desconfiasen de la fe en el conocimiento libre que mostraba el poeta bengalí. Para ellos, la libertad que cantaba Tagore era una entelequia para versos de poetas, y no un proyecto por el que vivir, como habían codificado los movimientos sociales europeos, que habían sido aplastados en la Comuna de París. Tagore adornó los salones durante un tiempo; después, fue olvidado. Y, sin embargo, en la India siguen considerándolo uno de sus autores más importantes del siglo XX, y la originalidad de su obra sigue impregnando la evolución de su literatura y su pensamiento. Y la India no es un asunto menor.

 

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Alejo Carpentier describía La Habana como una ciudad sin terminar. Por el contrario, Calcuta parece una ciudad destruida, como si acabase de sufrir una guerra. Es un pozo, donde la humanidad sufriente lucha cada día para sobrevivir, una ciudad que se desparrama sobre el río Hooghly con suburbios donde la pobreza es insultante pero donde el ansia por vivir y por conquistar la dignidad emociona hasta a un corazón de piedra. Allí está el recuerdo de Tagore, en una casa que yo iba a visitar. Rabindra Sarani es una calle que sube desde el centro, desde la calle Lenin agobiada por el estrépito de los tranvías (¡Lenin, en Calcuta!), en una sucesión de negocios callejeros y tiendas de ocasión dispuestas en cualquier sitio, entre gente que transporta fardos o arrastra carros, que mira la vida sentada en el suelo, mientras otros se lavan en las bocas de riego que se ven de vez en cuando entre el asfalto reventado y los agujeros de la calle, el tráfico y el aparente caos que, no obstante, esconde un apasionado orgullo de sus habitantes.

Tagore había nacido en Jorasanko en 1861, en el norte de Calcuta, al lado de la Rabindra Sarani. Creció en una familia numerosa, rica e ilustrada, con variados intereses, hasta el punto de que, entre sus trece hermanos, encontramos a un filósofo, un compositor y una escritora, entre otros miembros relevantes de la Bengala finisecular. Tenían recursos: con diecisiete años, Tagore viajó a Gran Bretaña y permaneció durante un año en el University College, en Londres, sin demasiado entusiasmo. Cinco años después, en 1883, se casa con Mrinalini Devi, y empieza ya a ser un conocido poeta. Escribe ensayos, poemas, relatos, bebiendo de las fuentes de la historia y la vida de Bengala, que vive momentos difíciles pero también un renacimiento cultural, del que Tagore será uno de sus símbolos.

El poeta vive los años del final del siglo XIX en Shilaidaha, y cuando se inicia la nueva centuria funda una escuela, donde vive con sus estudiantes, en las tierras que su familia poseía en Shantiniketan. Ejerce como profesor y escribe sus enseñanzas, impartiendo clases al aire libre, en contacto con la naturaleza, cuya conservación le inquieta: ya en la década de los años veinte se muestra preocupado por los bosques, lo que le convierte en un precoz conservacionista. Su mujer murió al iniciarse el nuevo siglo, así como dos de sus hijos, y él no volvió a casarse, aunque estaba lejos de la renuncia al sexo que caracterizó a Gandhi. Se ha convertido en un reconocido poeta y ensayista, también pintor, y se implica en la lucha contra el plan británico para la partición de Bengala, que fracasará entonces, pero que triunfará a la postre con la creación en los años setenta de Bangla Desh, tras su separación de Pakistán. Utiliza en la escuela el bengalí, frente al inglés de la colonia, e invierte el dinero del Premio Nobel, conseguido sobre todo gracias a la recepción en Europa de su Gitanjali. Veinte años después de su fundación, la escuela se convirtió en la Universidad Visva-Bharati. Allí estudió, por ejemplo, Satyajit Ray, el celebrado director de cine indio que adaptaría al cine varias historias del poeta, entre ellas la novela Ghare Baire , con el título The Home and the World, un alegato contra el nacionalismo ; e Indira Ghandi, y Amartya Sen, autor de un famoso ensayo sobre Tagore. El arte indio y asiático, la música, la cultura, está entre las preocupaciones de Tagore, y las lleva a su escuela, que pretende integrar la visión oriental con la tradición de la cultura que Occidente había llevado, e impuesto, al subcontinente hindú.

En 1912, Tagore vuelve a Gran Bretaña, y entabla relación con Yeats. Al año siguiente obtiene el Premio Nobel. En Europa, a principios de siglo, era conocido por obras como Naivedya y Kheya , y, sobre todo, por el Gitanjali. Tres años después, realiza un largo viaje que le lleva a Oriente y a Norteamérica, y se muestra preocupado por las tendencias nacionalistas que observa en los medios políticos y culturales de los países que visita: precursor, critica el nacionalismo japonés, pero también el norteamericano o el indio. En ese mismo 1915, el Imperio Británico le otorga la dignidad de caballero, a la que Tagore renunciará en protesta por la matanza de Jallianwala Bagh, en Amritsar, en el Punjab, el 13 de abril de 1919.

Supo denunciar el imperialismo británico y apreciar la cultura europea, aunque ello le costó algunas incomprensiones. En su ensayo sobre Tagore, Amartya Sen recuerda la respuesta que el poeta dio a quienes le reprochaban sus críticas al nacionalismo: «El patriotismo no puede ser nuestro último baluarte espiritual; mi refugio es la humanidad. No compraré vidrio al precio de diamantes, y, mientras viva, nunca permitiré que el patriotismo prevalezca sobre la humanidad». Porque Tagore, aunque extraiga de las tradiciones de la cultura bengalí su visión del mundo y los escenarios donde desarrolla su poesía, sus relatos, sus ensayos, desconfía de la veneración por el pasado, trampa en la que se encierran algunos dirigentes de la lucha contra el inglés, incluído el propio Gandhi. Tagore, escribe cuentos, novelas, que reflejan la vida de los bengalíes, pero desconfía del paternalismo con que algunos dirigentes de la lucha por la independencia se relacionan con el pueblo llano.

Él mismo se considera una síntesis de la cultura india, de la musulmana bengalí y de la influencia occidental. En 1923, publica sus Entrevisiones de Bengala, donde recoge la realidad de la Bengala pobre y sometida. De esa forma, Tagore, Shri Aurobindo, Muhammad Iqbal, Sumitranandan Pant, crean la moderna literatura india. Son años en los que Tagore participa en el movimiento contra el dominio británico, manteniendo posiciones progresistas, denunciando la vieja India de las castas y el atraso secular, mientras impulsa la cultura bengalí, convirtiéndose en un reflejo, un símbolo, del país que bulle ansiando su libertad, hasta el punto de que, tras la independencia, su canción Jana Gana Mana Adhinayaka (El dirigente de las almas del pueblo), fue elegida para ser el himno nacional indio, y otra de sus canciones, Amar Sonar Bangla (Mi dorada Bengala), se convirtió en el himno nacional de Bangla Desh, otro país que surge de la división del Pakistán de 1947.

También visita la Unión Soviética, donde ve con entusiasmo la pasión por la cultura que anima al proceso revolucionario, y los progresos que la instrucción pública ha llevado a los obreros y campesinos de todos los rincones del país, aunque no por ello dejará de criticar la limitación de la libertad que percibe. Viaja por el mundo: llegó a conocer a Mussolini en Italia, en 1926, seguramente sin conocer las características del fascismo, que si bien no había mostrado aún todo su veneno, perseguía a la izquierda italiana con ferocidad. En 1927, el poeta recorre las islas de las especias (Java, Bali), ocupadas entonces por Holanda, llega a Singapur y a la península de Malaca, ocupada por los británicos, y hasta el viejo reino de Siam, la Thailandia de nuestros días. Escribe y recoge sus impresiones del viaje en su libro Jatri. Viaja, pero algunos de sus fantasmas le persiguen, como le ocurre en Japón, donde constata con alarma la emergencia de un agresivo nacionalismo, que ataca a China y ocupa Manchuria y que cometerá allí uno de los genocidios más sanguinarios de la historia, semejante al protagonizado por los nazis en Europa. Antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Tagore denuncia la pasividad británica ante las matanzas niponas en China y ante el abandono de la República española.

 

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Llegué, por fin, a la casa de Rabindranath Tagore. Es un edificio rojo de columnas corintias, que tiene un amplio y cuidado jardín delantero e incluso un puesto de policía, donde los agentes sesteaban. Ante la casa, se alza una estatua de Tagore, de medio cuerpo, con barba y cabello largo, con unos manucristos en las manos. Hay que subir unas escaleras, que rodean el pedestal, para situarse frente al poeta. En la base del monumento, se ve una placa dedicada a Tagore, de la Society of Soviet-Indian Cultural Relacions, en inglés y ruso, de diciembre de 1963.

La casa es grande. En su parte posterior, hay un gran patio, rodeado por un galería en dos de sus lados. En el primer piso de la casa hay una salita de reuniones, con banquetas y una mesa baja con forma circular. Se aprecia una vitrina con porcelanas de la familia Tagore: platos, soperas, y ventiladores en el techo, que apenas alivian el calor. Al lado, una habitación oscura, dedicada a la música. En ella, se halla un archivador con discos, y algunas sillas de oficina. En otra salita, utensilios para guisar, una cocina de carbón, construida con cemento, y objetos en una aparador. Detrás de la ventana, se ve un patio lleno de basuras. Es la India. Hay ventiladores en todas las estancias, pero el calor era agobiante. En ese primer piso, una galería, con el suelo de cemento rojo, da al jardín, y allí parece correr el aire, pero es una ilusión. Me atrae una fotografía del Vichitra Hall donde aparecen unos músicos, y, tras ellos, unas mujeres sentadas. Hay más cuadros, con fotografías. Una, de 1905, del movimiento bengalí. Otra, de 1941, donde Tagore yace muerto, cubierto de flores. Y se ven referencias a su pasión por la pintura: hizo más de dos mil dibujos. Aún, otra fotografía, colgada en el living room del poeta, del día en que cumplió setenta y nueve años: está en Shantiniketan, vestido de blanco, encorvado, con gafas, y lleva una guirnalda de flores al cuello.

Entré en la habitación donde murió Tagore, donde hay más fotografías suyas y un cántaro de cobre con flores. Nada más. En la galería, se encuentra la maqueta del vagón de tren, el 2377, donde Tagore volvió desde Shantiniketan a esta casa Rabandra Bharati, en 1941, para morir. En otra sala, donde se exponen pinturas, se ve una vitrina con los utensilios y materiales que Tagore utilizaba para pintar, tal como los dejó. Había empezado a pintar hacía mucho tiempo, pero durante los últimos veinte años de su vida pintó con pasión. Al lado, una vitrina con libros. Todas las indicaciones aparecen exclusivamente en hindi y en bengalí. Más allá, se encuentra otra sala con retratos al óleo: son antepasados de Tagore. Allí está el rajá Sir Sourendro Mohun Tagore, y el maharajá Bahadur, Sir Prodyot Coomar Tagore. Vestido de gala, con turbante azul adornado con joyas y sable, llama la atención Prafullanath Tagore, y las fechas de su vida, 1887-1938. En otro cuadro, está el propio Tagore, con túnica anaranjada, barba y cabello blancos. Al fondo de la sala, un árbol genealógico de la familia, que se inicia en el siglo XVIII, con Panchanan Thakir y sus dos hijos, y llega hasta el poeta, que, a su vez, tuvo cinco hijos, pese a lo cual no quedan descendientes directos suyos. Su padre, Devendranath Tagore, que vivió entre 1817 y 1905, tuvo quince hijos en total.

En otra sala, Tagore aparece en sus tiempos de estudiante en Londres, en 1879 y 1880, vestido como un gentleman. Hay muchas imágenes: en una de 1890 puede vérsele con los líderes del VI Congreso Nacional Indio. En otra fotografía, está en Japón, en 1916, sentado en el suelo con otras dos personas. Y ante un Buda, que parece el de Kamakura, también en Japón. Y escenas en Birmania, en el mismo año. Otra, muy curiosa, donde está hablando con Keyserling, en Darmstadr, en 1921. Era una celebridad mundial: así se aprecia en una recepción tumultuaria en el Moscú de 1930, o con gobernantes de distintos países, o en una escena parisiense del mismo año, Tagore sentado, con dos hombres y dos mujeres que llevan sombreritos ajustados a la cabeza, que estaban de moda en la época. O en un viaje a China, en 1924. Busco fotografías de sus encuentros con personas célebres como Albert Einstein, Thomas Mann, George B. Shaw, H. G. Wells, Henri Bergson. Lo descubro con Romain Rolland, en Ville Neuve, en 1926. Rolland, que había buscado nuevos caminos para el irenismo en la mirada de los indios, apreció mucho a Tagore.

Lo veo, en otra instantánea, con Einstein, en su casa de Berlín, donde se reunieron el 14 de julio de 1930. Al parecer, se vieron aún otra vez, y el encuentro fue notable: un célebre científico partidario del socialismo, y un famoso escritor que desconfiaba del nacionalismo y bregaba contra el imperio británico, hablando en Berlín, apenas dos años y medio antes de que el mundo empezase el camino hacia la catástrofe. En otra placa, está en Irán, dos años después, en 1932, invitado por el sha Reza Pahlevi.

En el piso de arriba, se encuentra la biblioteca. Las vitrinas con libros están cerradas, y hay montones de periódicos, desordenados. Libros en hindi, en bengalí, y obras sobre Tagore. Es una lástima, pero apenas puedo descifrar nada. Buscaba (manías) el nombre de Zenobia Camprubí, de Juan Ramón Jiménez, de Pasternak, pero no pude encontrarlos. También, el de Victoria Ocampo, que, al parecer, se enamoró de Tagore. (No resisto, al respecto, copiarles a ustedes, un poco a trasmano, el comentario del maestro Bioy Casares sobre este asunto, en su Descanso de caminantes: << ¿Por qué Rabindranath Tagore pasó una temporada en Buenos Aires? Vino invitado por Leguía, que gobernaba en el Perú. Aquí tuvo que hacer una etapa, porque se engripó. Mariano Castex lo vio en el Plaza Hotel y, después, Beretervide, que contó la historia. "Yo lo llevaba muy bien, ya estaba casi restablecido de la gripe, cuando un día lo encontré boca arriba y temblando. Pensé: lo traté por gripe y tenía meningitis. No era así. Lo que había pasado era que se había enterado de que Leguía, el hombre que lo había invitado, era un tirano, un enemigo de la libertad, y le dio un patatús. Quería renunciar al viaje. Le pidieron a Castex que diagnosticara, por escrito, insuficiencia cardíaca, que hacía peligroso el cruce de los Andes. Castex se negó. Dijo: 'Tengo un nombre, que se hizo en cincuenta años de práctica de la medicina. No puedo decir ese disparate'". Beretervide escribió un diagnóstico absurdo y Rabindranath Tagore pasó en Buenos Aires los días que proyectaba dedicar al Perú, y conoció a Victoria Ocampo. >>)

 

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Este era el medio de uno de los intelectuales más influyentes de la cultura bengalí. Bengala -donde en el siglo XIX había nacido la idea de construir una gran nación india, idea que con Gandhi y Nehru se convirtió en el gran objetivo de la población del subcontinente- soportaba desde hacía demasiado tiempo la bota del imperio britanico, y allí surgió la chispa de la rebelión. Tagore luchó por la libertad de la India, pero desconfió del nacionalismo y de algunas tradiciones, criticando incluso iniciativas del padre de los indios, Gandhi, como la rueca (charka) que el mahatma quería situar en el corazón, las mentes y las casas de todos los habitantes del país, para que se convirtiese en el pilar de la economía india, idea que a Tagore le pareció disparatada, y que Gandhi respondió con dureza: «que queme sus ropas extranjeras». Tagore buscaba la modernidad, la paz y la libertad, mientras que Gandhi, que se había convertido en el símbolo de la lucha pacífica por la libertad de la India, buscaba en el pasado del alma campesina de la India el camino hacia un futuro que no alcanzaba a definir con precisión.

En una célebre fotografía, que no pude encontrar en su casa de Calcuta, Rabindranath Tagore aparece junto a Gandhi, sentados en sillones de mimbre, el poeta con barba de patriarca, mostrando su cercanía y su identidad en la gran aventura anticolonial, que, sin embargo, no escondía profundas divergencias políticas. Tagore, que, al final de su vida escribiría un ensayo sobre Gandhi, fue quien le dio el título de mahatma, el alma grande. Gandhi idealizó el pasado de la cultura india, pero devolvió la dignidad a sus habitantes, y fue su acción política y la orgullosa reivindicación de la cultura bengalí e india que hizo Tagore quienes prendieron la chispa de la rebelión. Ambos representan en esa escena la India joven y pobre que estaba a punto de llegar a la medianoche de la libertad.

Tagore escribió una extensa obra, compuesta por más de cien libros, que siguen leyéndose. Hoy, su escuela de Santiniketán sigue siendo la Universidad Visva-Bharati, y sus canciones, poemas y relatos, continúan haciendo posible que los bengalíes de la India, y de Bangla Desh, se reconozcan: puede comprobarse que la fe en la educación para cambiar la vida que mostraba Tagore, tan próxima a la corriente ilustrada europea y, también, a la tradición anarquista y comunista de ateneos obreros y centros de instrucción, ha arraigado hoy en Bengala, pese a la pobreza, que empieza a superarse con esfuerzo, porque la dureza de la vida en Calcuta no derrota a sus habitantes, y el gobierno comunista bengalí (los comunistas ganan regularmente las elecciones en Bengala y en Calcuta), como Tagore, hace de la cultura una costumbre y del trabajo una seguridad invencible que germina junto al Ganges.

Publicado en El Viejo Topo, febrero 2007.