Estamos viviendo peculiares momentos. El siglo “corto” sacó de la agenda la meta del socialismo, aparentemente compartida por muchos progresistas, y desde los ’90 del siglo pasado estamos viendo la floración de una serie de ideologías “de nuevo cuño” (no tan nuevo, o por lo menos no todos tan nuevos).
Tenemos el recrudecimiento del cientificismo que algunos investidos consideran desarrollo de la ciencia. El del libertarianismo que no es sino un capitalismo recargado (también bautizado anarcocapitalismo; un verdadero oxímoron), el de algunos recrudecimientos religiosos, con sus ejércitos de fe y sus visitas sagradas a los presuntos orígenes bíblicos. Pero también ideologías novedosas, como el veganismo.
Como corresponde al espíritu de los tiempos, no se presenta como ideología y menos radical, con todo lo que ello significaría de intolerancia, ombliguismo y espíritu sectario, sino más bien como política con fundamentos científicos.
Un buen exponente resulta el artículo “La salud, de todos” de Gustavo Medina.[1] Medina empieza rastreando “objetivamente” el carácter zoonótico de la llamada pandemia del Covid 19. No necesita probar ese carácter zoonótico; le alcanza rastrear que todas las epidemias del último siglo han registrado el paso de virus o bacterias del mundo silvestre al configurado por el hombre.
Sería una buena hipótesis, que despolitiza totalmente éste y otros episodios de zoonosis. El escollo es que muchos de estos episodios de pasaje de seres o fragmentos virósicos del mundo silvestre al mundo humano han sido programados, orientados, coordinados, por humanos. Y si ha habido mano humana en tales desplazamientos, la idea de un episodio pandémico totalmente ajeno a la voluntad del hombre, de ciertos humanos, se desmorona. O lo que es peor, demuestra su carácter ideológico, enmascarando la realidad…
Nos hacemos pura espontaneidad para regocijo de ciertos titiriteros que sí observan y disponen de la realidad.
Entre los datos de la realidad está que el inmenso laboratorio de Wuhan se dedicaba a biología sintética. Y en ese rubro, tenía estrechas relaciones con otros laboratorios made in USA.
Investigar, programar, hacer biología sintética es un acto de profundo sentido filosófico, que sus cultores generalmente ni mencionan ni imaginan (llaman a sus criaturas en gestión (ya que no corresponde la noción de gestación) quimeras, con lo cual queda claro que ni siquiera entienden la mitología griega de la cual han extraído la palabreja. Y tiene un sentido político-militar: afán por crear organismos nuevos capaces de atacar, invalidar, infectar, al enemigo.
En esos menesteres estaban en Wuhan. Con lo cual, bien podría haberse repetido la secuencia del SIDA: en la década del ’80 vino a la luz pública que laboratorios estadounidenses estaban dedicados a perpetrar armas biológicas, afiatando la test tube war.
Pero eso tampoco es novedad. El SIDA fue apenas un capítulo.
La interpretación zoonótica pura despolitiza radicalmente lo que sucede tras las bambalinas del poder. Así como hubo esquemas de guerra química desde la 1GM, lo cierto es que en la segunda posguerra, con EE.UU. como líder militar exclusivo (al menos por el período 1945-1951 o 1952), sus mandos se dedicaron a la guerra bacteriológica. Experimentando, en un primer momento, con su propia población (muy pronto aprendieron a usar la periferia planetaria (y con microorganismos más peligrosos).[2]
Algunos traspiés en dichos experimentos “pisaron callos” indebidos y los militares fueron cuestionados por sus métodos, de usar civiles como conejillos.
Por eso, cuando sobreviene el episodio del SIDA, el catedrático Jay Jacobson (de la Universidad de Utah) destacó los peligros de la manipulación laboratoril de microorganismos: “No tenemos más que detenernos a pensar en la epidemia del SIDA para entrever algunas de las espantosas consecuencias de un accidente en el caso de que gérmenes patógenos de alta toxicidad estén en depósito.” [3]
El episodio SIDA fuera de control enfrentó a las administraciones civil y militar de EE.UU. Pero al resto de los mortales nos quedó claro que la manipulación era con ambas.
No es sólo cuestión con microorganismos. La test tube war, blandida en su momento como hacha de guerra triunfante, se ocupó también del clima. Militares actuando al margen y a espaldas de todo control democrático o abierto, llevaron a cabo el proyecto HAARP (de control atmosférico, que permite inundar una zona, una ciudad o resecar una región…). Todo ello proviene al menos desde el tiempo de la 2GM.
Las zoonosis, entonces, no resultan tan inocentes ni espontáneas, como se desprende de la nota del sr. Medina.
En rigor, su enumeración; de gripe de Kansas (mal llamada “española”), de la aviar, de la porcina, etcétera, sustrae todo factor político; nos retrotrae el mundo de la espontaneidad, de lo no controlado; pura naturaleza, aunque dos (una silvestre y la otra humanoindustrial).
Pero, Wuhan mediante, desconfío de tanta apoliticidad para lo que estamos sufriendo en los últimos dos años.
La batería descriptiva que este militante antivacunos (no antivacunas) procura imponer constituye un punto de vista ajeno a toda conspiración y nuestro hombre no trepida en disponer volúmenes sobre emisiones de metano −el “nuestro” y el de rumiantes− con total desprecio de los datos de la realidad, aunque muy acompasados a su tesis: de que el problema que tiene la humanidad es que come carne.
“Tomemos algunas cifras para poner en perspectiva la pandemia de covid [la da como natural] y la amenaza al medioambiente provocada por la industria alimentaria animal.
Aquí ya empieza el bailoteo de números y relaciones que impacten aunque no tengan relación alguna con la realidad. Nos dice, por ejemplo, que han muerto por la pandemia 4.550 000 humanos. Demos por buenas sus cifras, aunque no el motivo; habría que analizar muy cuidadosamente si los cuatro millones y medio de humanos han muerto “por la pandemia”, o por mala praxis, o por sesgada definición de causa de muerte, etcétera. Pero esto es, pese a su enormidad, peccata minuta ante el manejo que nos presenta Medina: nos recuerda que la humanidad manduca 208.725.000.000 animales (más de doscientos mil millones de animales). Suponemos que por año. O durante la pandemia; nuestro autor obvia el dato y prescinde en todo momento de dar las fuentes (algo que implica ya no sólo al autor sino al editor…). Y luego atribuye esa carne consumida a los muertos humanos atribuidos a la pandemia, aquellos cuatro millones. Y nos regala el fruto aritmético: a cada muerto oficial de la pandemia le corresponde 47586 animales. Casi cincuenta mil ovejas o vacas… Estamos ante falta de sentido en acción.
No hay relación, pero hay impacto.
Nuestro hombre no se arredra. Aclara que éstas son apenas cifras de 2003 y que ni contemplan las “decenas de millones anuales de animales marinos” igualmente muertos.
Establecidas las mortandades, nos aclara que “el cambio climático [eufemismo para referirse al calentamiento global, muy al uso de las burocracias públicas y privadas] es la mayor amenaza para la supervivencia de la especie humana. El sector ganadero es responsable del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero, medidos en equivalente de CO2, superando así la contribución de los medios de transporte [sic].”
Despacito y por las piedras. Cotejemos datos y fuentes que el sr. Medina NO ha dado.[4]
Una investigación académica sobre existencia y producción de metano, fuentes naturales y antropogénicas nos da subtotales de 160 millones de toneladas de origen estrictamente natural (extrahumano) anuales (origen en pantanos, mares y termitas, por ejemplo). Un segundo grupo de fuentes de metano son estrictamente industriales (gas, petróleo, carbón mineral, carbón vegetal, los muy mal llamados “rellenos sanitarios” y aguas residuales, que generan –según esta investigación− otros 155 millones de toneladas anuales. Finalmente, la agricultura y la ganadería responden en partes casi iguales por otros 155 millones de toneladas (básicamente, arroz y rumiantes).
Esta investigación no nos brinda la unidad de medida. La más común es el cálculo de toneladas equivalentes en CO2. Aquí, tenemos a los rumiantes con 80 millones de toneladas anuales.
Los datos de emisión de CO2 y metano por el empleo de carbón en todo el planeta totalizan anualmente 243 miles de millones de ton CO2 equivalente en 25 años (1988-2013).[5]
Si para poder comparar anualmente, dividimos linealmente ese monto por 25, nos queda el promedio anual de CO2 y metano de origen por las actividades humanas, 9720 millones de toneladas anuales equivalentes CO2.
La Universidad de Antioquìa registra 80 millones de ton. anuales de metano proveniente de los rumiantes en cautiverio.
Si la Universidad mencionada ha tomado como unidad de medida de la emisión de metano, su equivalente en CO2, la “contribución ganaderil” sería ínfima. Pero concedamos que los académicos colombianos hayan descuidado el tema de la homogeneización de magnitudes y que debamos usar el factor para “traducir” unidades de emisión de metano a CO2. Para la BBC, el metano es 25 veces más intenso que el CO2, y para la propia Universidad de Antioquía, se produce un “efecto 21-30 veces más contaminante con respecto al CO2.”
Tomemos el recaudo de “traducir” la emisión de metano multiplicando el factor indicado por 25: si multiplicamos los 80 x 25 tenemos un valor redondeado en 2000 mill. ton. equiv. CO2. Recordemos que el promedio anual de emisión de metano equivalente CO2 en el planeta anda por las 9720 millones de ton. provocadas por el régimen tecnoeconómico actual.
Grosso modo, 4 veces más que las vacas domésticas.
El sr. Medina tendría que rendir cuentas de dónde proviene su afirmación que las vacas producen más metano (o su equivalente en CO2) que los autos (y aviones).
Hagamos otras aproximaciones.
BBC calcula que el ganado rumiante es responsable de hasta el 14% de las emisiones de e.i. Le quita asì el sitio protagónico que este ardiente vegano le otorga a los rumiantes de criadero.
La Universidad de Antioquía, en la investigación ya citada, le atribuye un 17 % de las emisiones de metano de todo el planeta a los vacunos.
En cualquiera de los casos, vemos que es un factor lejos del protagonismo que se le atribuye. Una sexta, una séptima parte.
Como la emisión de metano, sobre todo en aumento, es de todos modos un problema, hay que buscar a los emisores principales.
No pude conseguir cifras de los rumiantes silvestres. Pero bien pueden responder por un porcentaje apreciable de emisión de metano. ¿Se tratará de suprimir vicuñas, guanacos, cabras, ciervos, llamas, muflones, antílopes alces, jirafas, dromedarios, jakes, gacelas, gamos, ñus, corzos, búfalos?
El metano proveniente de los arrozales del planeta ronda magnitudes apenas inferiores a las del metano producido por el ganado vacuno del planeta. ¿Se tratará de suprimir el arroz, tal vez el alimento más empleado en el planeta?
¿Serán otras “sabias” propuestas del sr. Medina?
Veamos otros enfoques para enfrentar la emisión de metano, que nadie duda, su aumento es altamente problemático.
En el Reino Unido se ha encarado una vacuna para solucionar la emisión de metano de rumiantes: se les inyecta en el estómago a las vacas.
Pero obsérvese el lastimoso ombliguismo que impulsa a estos “científicos” ardientes inventores de vacunas: “El objetivo de AgResearch es desarrollar esta vacuna, junto con otros métodos antimetano, para permitirnos seguir comiendo carne y productos lácteos mientras se reduce el impacto que la industria ganadera tiene en el medio ambiente. Lo que se podría definir como carne sin culpa y queso con la conciencia tranquila.” [6]
Es para seguir comiendo exquisiteces y no tener sentimientos de culpa. Pero por lo visto lo que se les ha borrado a estos sibaritas es el discernimiento: gracias a su condición de rumiantes estos animales se alimentan de pastos (duros, por ejemplo) que serían incomibles para la inmensa mayoría de seres vivos; sin rumiantes habría que sobrecargar algunos campos, ya muy exigidos, para alimentar a los seres vivos, humanos incluidos, con otros cultivos. [7]
Los rumiantes constituyen una maravillosa división de tareas en el consumo de naturaleza. Si algunos técnicos diseñan espacios como campos de concentración donde atosigan a vacunos con piensos, granos, antibióticos, antiparasitarios y los hacen estar permanentemente parados en un lago artificial de orín y heces, y apresuran el atosigamiento porque son conscientes que animales en esas condiciones tienen corta vida, eso no es ni agradable ni defendible.
Pero la culpa no es del rumen sino de un
capital transnacional desbocado en plena hybris que confunde sus delirios
hipertecnologizados con “calidad de vida”, “ciencia”, “desarrollo”, “libertad”
y, ciertamente, “defensa del planeta”…
[1] En el semanario progre por excelencia del Uruguay, Brecha, 29 oct. 2021.
[2] La experimentación con humanos tratados como cobayos en EE.UU. tiene antecedentes con población propia… pero negra. Véase el caso Tuskegee, dedicado a ver el desarrollo “espontáneo” de sífilis. Un experimento que duró, lea bien, de 1932 a 1972.
[3] San Francisco Examiner, San Francisco, 5 mar 1989).
[4] Su nota está presentada como parte de libro “a publicarse en 2022”. ¿Se atreverán a publicar sin remitir a fuentes? Todo un avance en el desparpajo y el dogmatismo.
[5] http://www.scielo.org.co/pdf/rccp/v18n1/v18n1a06.pdf
[6] https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-49557404
[7] https://www.fao.org/3/X5320s/x5320s02.htm
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