Fue la crónica de una muerte anunciada porque meses antes se le había detectado un agresivo tumor cerebral que acabaría con su vida al mediodía del 21 de octubre de 1984, en el Hospital Americano de Neully-sur-Seine, en las afueras de París. Un año antes llegara su última película a las pantallas, Vivamente el domingo, […]
«Un día de 1942, impaciente como estaba por ver la película de Marcel Carné Les visiteurs du soir, que echaban por fin en mi barrio, en el cine Pigalle, decidí faltar a la escuela. La película me gustó mucho, y esa misma tarde, mi tía que estudiaba violín en el Conservatorio, pasó por casa para llevarme al cine. También ella había elegido Les visiteurs du soir, y como por supuesto yo no iba a confesar que ya la había visto, tuve que volverla a ver disimulando para que no se diera cuenta. Fue exactamente aquel día cuando caí en la cuenta de hasta qué punto puede ser emocionante profundizar más y más íntimamente en una obra que se admira y llegar hasta hacerse la ilusión de que uno revive su creación». Así arranca Las películas de mi vida (1975), un libro imprescindible en el que François Truffaut ofrece toda una entusiasta lección de cinefilia, complementaria a la que previamente realizara en esa joya que es El cine según Hitchcock (1966).
Fascinado por la mujer
El cine lo era todo en su vida. O casi, porque las mujeres compartían una fascinación semejante aún con ser de otra intensidad. La primera imagen que Truffaut filmó en 1957 para su segundo cortometraje Les mistons (el primero fue tres años antes, Une visite, pero no iba en serio), muestra a una chica paseando en bicicleta a pleno sol y con vestido blanco, por las calles de Nimes, ante la mirada extasiada de los adolescentes protagonistas. Años después, Alphonse (Jean Pierre Léaud), se plantea en La noche americana (1973): «¿Son las mujeres mágicas?». La pregunta no es gratuíta porque en su cine hay una colección de retratos femeninos, de complejidad poco usual frente a sus colegas de generación, aunque las vea desde una perspectiva de superioridad frente al hombre.
Esa mirada fascinante sobre la mujer le confirma al mismo tiempo como autor misógino, incapaz de acercarse al universo íntimo femenino, pero al mismo tiempo lúcido para recrear figuras de gran intensidad. En Truffaut, es sinónimo de sufrimiento, sea con un hombre, sea en el matrimonio o sea junto a otra mujer. Aunque Truffaut tenía su alter ego en el personaje de Antoine Doiniel en la piel de Jean-Pierre Léaud (que aparecería en cinco películas entre 1959 y 1978), su filmografía está repleta de mujeres inolvidables. Algunas de ellas fueron Catherine (Jeanne Moureau, Jules et Jim), Colette (Marie-France Pisier, El amor a los veinte años), Nicole (Françoise Dorléac, La peau douce), Linda/Clarisse (Julie Christie, Fahrenheit 451), Fabienne (Delphine Seyring, Besos robados), Anne (Kika Markham, Las dos inglesas y el amor), Camille (Bernardette Lafont, Una chica tan decente como yo), Julie (Jacqueline Bisset, La noche americana), Adèle (Isabelle Adjani, Diario íntimo de Adela H.), Mathilde (Fanny Ardant, La mujer de al lado), o el amplio catálogo recogido en El amante del amor.
Tuvo François Truffaut, una vida muy agitada hasta su primer matrimonio en 1957, con Madeleine Morgenstein, hija del propietario de la importante productora y distribuidora Cocinor. Nació de la soltera Janine de Montferrand, el 6 de febrero de 1932. Para evitar la vergüenza pública, su católica familia ocultó el nacimiento durante muchos meses hasta encontrarle un padre, Roland, que le prestaría el apellido. Pasó la infancia bajo la protección de sus tías y devorando películas bajo
Opuesto al academicismo
Crítico esporádico desde 1950, y ya regular desde 1953, su amistad con el veterano crítico Andre Bazin, que le toma bajo su protección, será determinante en su visceral oposición contra el academicismo que a su juicio dominaba el vigente cine francés. Sobre todo desde las páginas de Cahiers, Truffaut mostrará su admiración por Renoir, Hitchcock e incluso Rossellini, con el que había trabajado de ayudante durante tres años y del que seguramente tomaría algunos de los postulados rupturistas de
Todavía en 1975, Truffaut recuperaría para su libro Las películas de mi vida, un párrafo de un texto escrito en
Cuando François Truffaut falleció aquel octubre de 1984, también lo hacía simbólicamente la propia Nouvelle Vague, ya que su cine nunca renunciaría al espíritu de aquellas esencias