La presión de EEUU es cada vez mayor en un momento clave: o se oxigena el Estado burgués al estilo de Chile o se profundiza el proceso de cambios revolucionarios
La guerra de liberación de Iraq está en su tercer año. Los análisis de qué pasa, cómo pasa y cuáles son los deseos, más que las hipótesis, de futuro inundan estos días todas las páginas conocidas y desconocidas. Sin embargo, era una situación fácilmente predecible hace tiempo dado que sólo cabían tres escenarios: 1) la retirada de las tropas estadounidenses -junto con el resto de comparsas-, impensable ni a corto, medio o largo plazo puesto que EEUU no se puede permitir una derrota militar como la que se produjo en Vietnam dado que eso supondría el debilitamiento del poder imperial en otras zonas del planeta; 2) la puesta en marcha de un gobierno supuestamente soberano y con respaldo internacional que garantizase una estabilidad incierta, pero estabilidad al cabo, que permitiese la retirada gradual del grueso de las tropas y, por último, 3) la guerra civil. A esta última está abocado, irremediablemente, Iraq, así como a una partición del país en tres zonas étnicas y/o confesionales. En cualquiera de los tres escenarios EEUU mantendrá una parte sustancial de sus tropas, con cuatro bases permanentes ya diseñadas y en proceso de construcción a lo largo del país -cuyo presupuesto inicial es de 1.000 millones de dólares-, en defensa de sus intereses geoestratégicos en Oriente Medio y Lejano. En este sentido, no hay que olvidar lo que está sucediendo con la polémica nuclear con Irán y el acuerdo con India en este mismo campo, por ejemplo.
En el haber de la guerrilla de liberación nacional iraquí hay que situar el haber impedido el proyecto originario imperialista de control de la zona y, por ello, la lucha de los patriotas iraquíes debe entenderse como parte de un movimiento global de resistencia al imperialismo por la independencia política y, a la espera de conocer los programas concretos de los diferentes grupos y organizaciones, estén o no integradas en frentes unitarios, -aunque lo que se conoce hasta el momento no sea muy alentador- de soberanía económica. Y solo por eso, hay que desear su triunfo en el convencimiento que su lucha es por la dignidad, soberanía y autodeterminación de los pueblos.
Sin embargo, no es en Iraq donde se está jugando la principal batalla contra el imperialismo y la globalización, sino en Venezuela y este año 2006 es crucial para el proceso que se puso en marcha de forma tímida en diciembre de 1998, con el triunfo de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales. Millones de personas en todo el mundo, no sólo en América Latina, se sienten convocadas por la esperanza que ha abierto el proceso bolivariano y la han hecho suya. Una esperanza que dejó de serlo para transformarse en una causa sentida y asumida por la inmensa mayoría del pueblo venezolano, primero, y el resto de pueblos latinoamericanos, después, desbordando ya ese espacio geográfico eminentemente latino. Los hechos concretos que avalan y apuntalan todo este proceso son las misiones, que potenciaron la imagen de la Revolución Bolivariana y la figura y liderazgo de Chávez a niveles internacionales y así hay que interpretar, por poner un caso reciente, el significativo hecho de que la Unión Africana, que agrupa a 53 de los 54 países africanos, haya admitido a Venezuela como observador de esta organización continental.
El proceso revolucionario venezolano, una vez concluida la victoria popular sobre el sabotaje impulsado por la oligarquía en el sector petrolero que tuvo lugar entre diciembre de 2002 y enero de 2003, transformó por completo sus propios tonos: desde entonces se empezaron a oír expresiones como «revolución dentro de la revolución», «expropiación de empresas», «poder popular», «control obrero», «profundización de la revolución» y, más adelante, en la medida en que continuaba desde sus espacios mediáticos y políticos la conspiración de la oligarquía y sus acólitos, aparecieron «la línea antiimperialista», «el pueblo en armas» y la «necesidad de superar el capitalismo». El último paso ha sido la reivindicación del socialismo, en boca incluso del propio Chávez.
Pros y contras del proceso bolivariano
Todo ello ha de ser considerado como una serie de victorias populares que se van acumulando hasta cerrar el primer ciclo conspirativo del imperio y la oligarquía con el triunfo incontestable del referéndum revocatorio en agosto de 2004. Pero estas victorias políticas y la radicalización verbal que se vive en Venezuela no se corrobora, en muchas ocasiones, con la acción concreta ni la realidad política y de tendencias que sobreviven en el interior del Gobierno y en las principales esferas de poder de la Revolución Bolivariana.
Hay un vacío, a veces profundo y evidente, entre la palabra y el hecho y, en estos momentos claves, no se vislumbran caminos claros de resolución, a pesar de algunos intentos. Así, por ejemplo, merece la pena mencionar la tímida ejecución de la Ley de Tierras -que declara el régimen latifundista como contrario al interés social y establece penalizaciones para las tierras ociosas, pero que se viene impulsando únicamente en cuanto a la recuperación de tierras del Estado que han sido robadas por los terratenientes desde el mismo momento de la independencia de la metrópoli española-; el retroceso en la política petrolera y en particular el manejo de PDVSA -que se está convirtiendo en un Estado dentro del Estado, con una vuelta a la lógica tecnocrática, sin el menor control social y abierta a alianzas estratégicas con multinacionales como Repsol (que explotará la faja petrolífera del Orinoco, considerada la principal cuenca de crudo pesado y extrapesado del mundo y uno de los mayores yacimientos del planeta), aunque se está en proceso de cambio con la más que probable designación de un nuevo ministro antes del verano que reenfoque esta estrategia petrolera y la discusión en la Asamblea Nacional sobre la creación de empresas mixtas con multinacionales como la española, por ejemplo-; los absurdos medioambientales como la explotación del carbón a beneficio de las transnacionales estadounidenses y brasileñas, de manera principal, en la Sierra del Perijá; la exasperante lentitud en la entrega de títulos de propiedad colectiva de tierras a los pueblos indígenas, y unos cuantos etcéteras más.
Es imposible negar que en Venezuela se vive un proceso que ha enfrentado intereses imperiales y de la oligarquía nacional, que ha llegado al conflicto permanente con el gobierno EEUU, y que hay avances importantes en la obra social y productiva a través de las misiones, pero también es un proceso cruzado por gran cantidad de vacíos y contradicciones que hacen peligrar su propia naturaleza transformadora. Existe un claro interés de parte de todo un bloque de poder que se dice revolucionario, con privilegios comunicacionales y burocráticos, de frenar todo el proceso convirtiendo sus bases populares y el ideario que lo soporta en herramientas para sus propios intereses políticos y económicos. El aceptar, aunque sea en parte, propuestas de la derecha como el desmontaje o renovación del Consejo Nacional Electoral es una muestra de ello puesto que este organismo es hoy la bandera de la independencia revolucionaria y de que los tiempos oscuros de la manipulación política no volverán. Antes de aceptar esta renovación, habría que exigir el cumplimiento riguroso de la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión (Resorte) sobre el papel de los medios de comunicación privados, sorprendentemente consentidos en su permanente estrategia deslegitimadora y golpista.
Esta contradicción, esta postura de freno de las ansias emancipatorias por una parte de la nueva clase política ha sido claramente percibida por el pueblo que, en las elecciones generales del 4 de diciembre de 2005, se abstuvo mayoritariamente (en un porcentaje del 75%) puesto que los partidos del Bloque del Cambio -coalición de organizaciones que apoya al presidente Chávez entre las que figuran el Movimiento V República, Patria Para Todos, Podemos y el Partido Comunista como principales fuerzas- fueron duramente cuestionados por su prácticas cupulares, burocráticas y el mandamiento vertical de «yo impongo una línea y tú la sigues sin discusión». La «democracia participativa y protagónica» que tanto aparece en el lenguaje oficial no termina de concretarse, convirtiéndose en una palabra que tiene, «por ahora», un asidero muy débil en la realidad.
En estos momentos, Venezuela está en una nueva etapa del proceso revolucionario donde el pueblo quiere avanzar y se enfrenta a la burocracia y a la corrupción de una parte de los funcionarios gubernamentales. Las misiones no se mantienen hoy por los recursos económicos que arbitra el gobierno, que son muchos -principalmente desde PDVSA, en detrimento de los Ministerios-, sino por la decisión del pueblo organizado por mantenerlas y desarrollarlas, incluso a contracorriente de muchos funcionarios. Mercal, Barrio Adentro, Misión Sucre, Vuelvan Caras, etc., son impulsadas por los Comités de Tierra, de Salud, por el pueblo organizado, en definitiva, en una permanente muestra de su capacidad organizativa y creadora de estructuras reales de poder popular, si se quiere aún territoriales, circunscritas a los barrios (cerros) de Caracas y en zonas rurales concretas del país (como los estados de Barinas, Yaracuy o Apure, por ejemplo) donde se están poniendo en marcha proyectos económicos molestos para el capitalismo imperante y donde el pueblo, organizado en múltiples estructuras, busca su propio camino para vencer la institucionalidad burguesa. Al mismo tiempo se desarrolla la conciencia política y antiimperialista -que no le quepa duda alguna a nadie en ello- con una clara disposición a avanzar y a profundizar el proceso.
Momento clave para Venezuela y el mundo
Este distanciamiento entre clase política y pueblo no se traduce en ruptura con el proceso, pero sí en radicalización. Venezuela se encamina hacia momentos de exacerbación de la lucha política, no sólo contra las fuerzas de la contrarrevolución, sino también contra los sectores que, en el seno del propio gobierno, no quieren que el proceso continúe avanzando hacia ese aún difuso «socialismo del siglo XXI» que proclamó como principal bandera el propio Chávez a mediados del año 2005.
Se está, por tanto, en un momento clave para el futuro de Venezuela: se entra en una cuenta regresiva entre, por una parte, el tránsito hacia la oxigenación del Estado burgués, la economía capitalista y la sociedad neoliberal globalizada al estilo de Chile -modelo alabado por EEUU- y, por otra, entre la profundización del proceso de cambios hacia la construcción de la economía social, la revolución cultural y la cualificación de las fuerzas revolucionarias. Las elecciones presidenciales de diciembre serán el culmen y el momento definitivo de esta clarificación.
Pero, además, se entra en un momento también clave para América Latina. Este año 2006 se celebran o se han celebrado elecciones en México, Nicaragua, El Salvador (con denuncia de fraude por parte del FMLN y sin que se conozca en estos momentos el resultado final de los comicios del día 12), Colombia (donde en las elecciones parlamentarias, también el 12 de marzo, la abstención subió al 69% -había sido del 58% en 2002-, se produjo un significativo respaldo al Polo Democrático y se incrementó una ofensiva militar de las FARC-EP que dejó al descubierto la política de «seguridad democrática» del presidente Uribe), Ecuador y Perú. En todos estos países hay un proceso de crecimiento y maduración política de las organizaciones que se oponen a las estrategias neoliberales, lo que coloca al continente latinoamericano en un tiempo de características excepcionales en el plano de lo nacional e internacional.
El evitar que continúe cundiendo el ejemplo venezolano en el continente y en el mundo es la principal tarea imperialista en estos momentos. Por eso debe ser la principal tarea antiimperialista desarrollar e impulsar la solidaridad con Venezuela, más allá de cualquier confrontación estúpida, insensata y hasta contrarrevolucionaria con la figura de Chávez. A medida que se acercan las elecciones presidenciales de diciembre se va acentuando la presión, cada vez mayor y directa, contra Venezuela por parte de la Administración Bush. Ahí está, como ejemplo, la recién declarada intención de promover una coalición de fuerzas internacionales contra la Revolución Bolivariana, tal y como dijo la Secretaria de Estado, Condolezza Rice, o el anuncio de John Negroponte, director de los servicios de inteligencia, de que la prioridad de Washington es impedir a cualquier precio la reelección de Hugo Chávez en diciembre de 2006. Y por si hubiese alguna duda, el ex director de la CIA, James Woolsey, ha dicho que «la postura a adoptar con Venezuela es apoyar de manera abierta a organizaciones de defensa de los derechos humanos, organizaciones no gubernamentales, así como grupos estudiantes y opositores, como lo hemos hecho en Ucrania, Georgia y en el Líbano» (1). Se puede decir más alto, pero no más claro.
Lo que se dirimirá en diciembre con la reelección de Chávez no es sólo el futuro de Venezuela, sino también la principal resistencia al imperialismo en estos momentos y la gran esperanza de los pueblos oprimidos del mundo. El imperio sabe que no puede derrotar a Chávez democráticamente. Por ello, Washington no vacilará a recurrir a todos los mecanismos de guerra encubierta y abierta para acabar con un proceso político antiimperialista que se ha vuelto el punto de cristalización política del descontento de las masas populares empobrecidas del continente latinoamericano y más allá.
Por ello, llega el momento crucial para el movimiento antiimperialista: no bastan los planteamientos simbólicos de rebeldía y eslóganes como otro mundo posible ni tampoco el internacionalismo como mera confesión ideológica. Hay que hacer del internacionalismo antiimperialista un instrumento político práctico para la lucha de liberación nacional y la emancipación social. Y colocar, en primer lugar y sin discusión, a Venezuela. La solidaridad con el proceso bolivariano es en estos momentos la prioridad. Muy por encima de Iraq.
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(1) Sobre las declaraciones de los altos cargos de la Administración Bush y de la CIA sobre cómo actuar durante 2006 para impedir la reelección de Chávez como presidente de Venezuela ver Rebelión (7-2-2006), Nuestra América (10-2-2006) e IAR-Noticias (10-3-2006). Y sobre la necesidad urgente de defender a Venezuela de las agresiones de EEUU ver «Cuando el imperio suena», artículo de Luis Britto en Rebelión/Aporrea (13-3-2006).