«Los revolucionarios hace tiempo que son conscientes de que todas las revoluciones, hasta la fecha, sólo han servido para perfeccionar la forma-Estado, no para destruirlo. La revolución de la multitud no debe sufrir la maldición del Termidor. Debe organizar su proyecto al compás de los tiempos, determinado por mecanismos constituyentes y procedimientos institucionales que lo […]
«Los revolucionarios hace tiempo que son conscientes de que todas las revoluciones, hasta la fecha, sólo han servido para perfeccionar la forma-Estado, no para destruirlo. La revolución de la multitud no debe sufrir la maldición del Termidor. Debe organizar su proyecto al compás de los tiempos, determinado por mecanismos constituyentes y procedimientos institucionales que lo protejan de retrocesos dramáticos y errores suicidas.»
(A. Negri. Multitud; p. 403)
La multitud popular mayoritaria que aspira vivir en una sociedad justa, libre, igualitaria, solidaria y pluralista, con prosperidad y bienestar, en paz, reconociendo su singularidad histórico-cultural y su autodeterminación nacional, con respeto al legado histórico que labraron las generaciones libertadoras; ha recibido de dos fracciones ideológicas pertenecientes a la vieja y a la nueva clase política gobernante, que en los últimos 25 años han controlado los espacios institucionales y palancas económicas fundamentales del Estado, de sus núcleos ideológicos más prepotentes y enceguecidos, dos besos mortales.
El primero, un beso tecnocrático, servil y sumiso a los intereses de Washington, a los dictados del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, aquel beso mortal del neoliberalismo, que cerró la debacle de una partidocracia decadente, su teatro de oligarquías competitivas, que cerró el ciclo histórico del llamado «pacto de conciliación de elites», arrodillado a los cantos de sirena de la voracidad financiera de la globalización corporativa-transnacional.
El segundo beso mortal, aparece recientemente con perfiles más ambiguos y difusos, en contenidos, formas y estilos de acción, que fueron incorporados como farragoso contrabando ideológico en la propuesta de «reforma constitucional», que no dejó de arrastrar una pesada carga de ausencia de protagonismo y participación directa del pueblo y de iniciativa constituyente desde abajo, de flojera intelectual, dogmatismo, seguidismo ideológico y sectarismo. Se trata del beso mortal del Socialismo Burocrático, «calco y copia» de la narrativa ideológica latinoamericana sobre la Revolución Socialista, tributaria de las claves ideológicas de la guerra fría, en clave de «leninismo de partido único», «pensamiento cavernario de izquierda» y de «estatismo autoritario».
Planteado esto, algunos esperarán el anuncio de un «tercera vía». Nada de eso. En cambio, hay múltiples vías en construcción para salir de estos besos mortales. Es necesaria una vía venezolana a la democracia socialista en el marco de un estricto apego a los valores y principios constitucionales, con claras restricciones y limites a los abusos y extravíos del poder. Obviamente hay otras opciones ideológicas que caben la flexible arquitectura constitucional. Cada quién tiene legitimo derecho a defender la suya. Estamos ante una encrucijada crítica, y más que una desgastada «tercera opción» a lo Giddens-Blair en Gran Bretaña, a lo Perón en Argentina o lo Ota Sik en aquella primavera de Praga, el país requiere debatir a fondo y democráticamente, algo más que la calle ciega de dos opciones: o neoliberalismo ó socialismo burocrático.
La Constitución de 1999, con todas sus debilidades e insuficiencias, ha fijado un terreno para mínimos comunes denominadores que proyectan una actitud de lealtad constitucional, que fue directamente vapuleada por una oposición enceguecida durante el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, pero que también ha sido vulnerada por formas de ejercicio abusivo del poder.
Para avanzar más allá de estos dos besos mortales, la Constitución de la República Bolivariana fija una agenda para una democracia social, radical, participativa, deliberativa, de amplio protagonismo popular, para un poder constituyente que tensiona el sistema socioeconómico en la dirección de una economía mixta, que garantiza tanto la propiedad privada individual y su función social, incluyendo además la existencia de sectores de economía social, popular y alternativa, fórmulas autogestionarias y de clara dirección del Estado en sectores estratégicos de la economía, basadas en la propiedad pública y colectiva, en antagonismo como formas capitalistas y monopólicas de organización de las relaciones sociales que aseguran la producción, distribución y consumo de bienes y servicios.
Para nadie es un secreto, que se trata de un sistema socioeconómico que encierra fuerzas contradictorias, dinámicos equilibrios de poder entre opciones ideológicas y de clase contrastantes que persiguen la hegemonía política, que son jurídicamente reguladas por el papel que puede ejercer el Estado democrático y social de derecho y de justicia, como estructura política regulatoria para desarrollar diferentes opciones ideológicas, políticas y electorales, bajo una misma cobertura constitucional.
Si se tratara de impulsar la vía venezolana al Socialismo, hemos insistido que excluida por su constatable fracaso histórico y su indeseable proyección ético-política la opción del «comunismo burocrático de estado», queda abierta una variedad de tendencias socialistas democráticas, que van desde la franja de la socialdemocracia reformista a la democracia socialista de corte anticapitalista, que reconoce la necesidad de nuevos modelos económicos para un socialismo factible, alejados abiertamente del estatismo autoritario, del colectivismo burocrático, y mucho más cercano a las experiencias de propiedad social directa y auto-gestionada, supervisada por el Estado, y bajo indicación de los Planes de Desarrollo.
Si se tratará del capitalismo democrático de bienestar, hay poco margen de maniobra constitucional para el neoliberalismo y las opciones más rancias de la partidocracia representativa, con su modelo de oligarquías competitivas, ajenas a una democracia de alta intensidad y de profundo protagonismo popular.
El socialismo viable es democracia radical, social y participativa para alcanzar una sociedad de justicia social e inclusión. Para construir nuevas vías de «desarrollo humano sustentable», de eco-política, des-colonización, buen vivir y ruptura de paradigmas para otro-desarrollo.
Con los dos besos mortales del neoliberalismo + partidocracia ó del socialismo burocrático + sectarismo es francamente imposible.
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