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Después de Hugo Chávez

Venezuela en la encrucijada

Fuentes: Rebelión

«Intentamos hacer la revolución, entrar en combate, avanzar un poco, aunque sólo un milímetro, en la dirección correcta, en vez de soñar en utopías.» Hugo Chávez El hito político de los 14 años del liderazgo de Hugo Chávez como presidente de Venezuela marcó una nueva etapa de la revolución latinoamericana. Después de las derrotas subsecuentes […]


«Intentamos hacer la revolución,

entrar en combate, avanzar un poco,

aunque sólo un milímetro, en la dirección

correcta, en vez de soñar en utopías.»

Hugo Chávez


El hito político de los 14 años del liderazgo de Hugo Chávez como presidente de Venezuela marcó una nueva etapa de la revolución latinoamericana. Después de las derrotas subsecuentes propinadas por el imperialismo en los años ochenta en Granada, en El Salvador, en Guatemala, después de la degeneración del FSLN en Nicaragua y la ofensiva neoliberal devastadora que impuso los gobiernos cachorros del imperialismo en Venezuela (Carlos Andrés Pérez y Caldera), México (Salinas, Zedillo, Fox), Argentina (Menem), Brasil (Color de Melo), Perú (Fujimori, Toledo), entre los más conspicuos, la llegada de Chávez marcó a partir de 1999 el principio de una nueva correlación de fuerzas de las naciones de América Latina con respecto al imperialismo.

Una trayectoria de transformaciones

En 1999 cuando Chávez es electo presidente el sistema político bipartidista de Acción Democrática y COPEI (los socialcristianos) vigente desde 1959 se encontraba podrido de cabo a rabo. Chávez, el antiguo golpista abortado de 1996, con astucia y carisma se había convertido en un líder popular incontestable. El año crucial del viraje chavista fue el 2002 cuando por primera vez en la historia del subcontinente un golpe de estado preparado por la CIA, con la colaboración de Israel y España, fracasó ignominiosamente. Cuando los militares golpistas rodearon el palacio de Miraflores, detuvieron a Chávez e impusieron al presidente de la federación de empresarios venezolanos, su «victoria» no les duró ni tres días cuando un ascenso imponente del pueblo plebeyo y proletario caraqueño los rodeó a su vez y les obligó a liberar a Chávez. Simplemente hay que recordar lo que era el mundo en ese año: George W. Bush en el apogeo de su demencia antiterrorista preparaba su ataque a Afganistán y a Irak, los líderes europeos, conservadores como Aznar en España y socialdemócratas como Blair en Inglaterra, acompañaban a Washington en su empresa bélica. En el planeta el apogeo unipolar de Estados Unidos llegaba a su cúspide. Fue en ese mundo donde el golpe de estado abortado y lo que le siguió en Venezuela produjeron un temblor en el subcontinente.

Vino después el paro patronal —lockout— de la empresa clave Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA) apoyada por el imperialismo y por el sindicato charro, el cual también fracasó después de meses. Estos acontecimientos fueron la vuelta de la tuerca que en 2003 dieron inicio a una trayectoria de diez años en la cual Chávez consiguió más de una docena de triunfos electorales incontrovertibles siempre con por lo menos el 56% de la votación, dentro de un sistema electoral que, único en el subcontinente, incluye la cláusula de revocación a la mitad del periodo presidencial, superada también por Chávez. Como consecuencia de todo esto el gobierno bolivariano puso en marcha un vasto programa reformista que ha transformada a Venezuela, financiado por la renta petrolera que por primera vez en un siglo servía también a las necesidades populares y no sólo a los intereses imperiales y al enriquecimiento de las élites nacionales avarientas y codiciosas.

Hoy Venezuela es el país de América Latina con la tasa de desigualdad más baja: en esos diez años de revolución bolivariana la tasa de pobreza se redujo del 51 al 28% y la pobreza extrema del 28 al 8.5%. Al antiimperialismo sin tapujos que lo ha enfrentado a Washington, Chávez también se confrontó con importantes sectores de la oligarquía expropiando empresas privadas tan importantes como Conviasa (líneas aéreas), Conferry (transportes marinos), Cantv (teléfonos), Invepal (industria del papel), Sidor (siderurgia) entre los más importantes. Simplemente en los dos últimos años se construyeron 350 mil viviendas con la colaboración de las comunidades de los barrios y el financiamiento gubernamental.

Destacan como las experiencias más espectaculares las de la educación popular y la asistencia médica en las cuales reside una de las características específicas del chavismo: su alianza clave con Cuba socialista. Básicamente consistió en un trueque inaudito, completamente diferente a los intercambios mercantiles típicos de la globalización capitalista: petróleo venezolano «pagado» por los servicios de más de diez mil profesores y médicos cubanos que llegaron al país para ser parte de una vasta y profunda campaña de alfabetización y de salud pública que ha eliminado prácticamente el analfabetismo y ha elevado considerablemente el promedio de médicos por habitante.

Con todo ello es evidente que los servicios de salud, de educación, de pensiones y de otros sectores de asistencia social han sido transformados drásticamente en Venezuela y eso entre otras cosas es lo que explica el hecho inédito en un gobernante latinoamericano (y de otras regiones) que después de 14 años de estar al frente de una nación no se desgastó y en la hora de su muerte su pueblo se ha desbordado en homenajearlo como uno de los dirigentes políticos más grandes de América Latina y del mundo.

Impacto internacional

En tales condiciones la revolución bolivariana tenía que iluminar las tinieblas de la noche del neoliberalismo que se había cernido sobre el mundo. Y en efecto así sucedió. Su impacto se dejó sentir ante todo en Suramérica desde Nicaragua hasta Argentina. De esta manera Chávez encabezó un proyecto de política económica y se convirtió en el precursor del progresismo burgués latinoamericano que surgió en la primera década del nuevo siglo: Evo Morales en Bolivia, los Kirchner en Argentina, Lula y Dilma en Brasil, Correa en Ecuador y un poco vergonzantemente Daniel Ortega en Nicaragua. Ya en plena etapa de decadencia del neoliberalismo en el subcontinente latinoamericano las consecuencias de este giro bolivariano permitieron que el impacto de las consecuencias de la terrible recesión que sacudió al mundo imperialista en Estados Unidos y con más fuerza en la Unión Europea a partir de 2007, no se hicieran sentir con toda su fuerza como en otras regiones (a excepción de los países que seguían vinculados férreamente al «consenso de Washington» en particular Perú, Colombia y, por supuesto, México). Las burguesías latinoamericanas habían ganado cierto margen de maniobra gracias a los avances revolucionarios venezolanos.

La última reelección de Hugo Chávez en octubre del 2012, ya tocado con el cáncer que lo llevaría a la tumba, planteó con claridad dos cuestiones: Chávez seguía siendo el indudable caudillo de un pueblo en pleno proceso de liberación y también que la sucesión debía prepararse ante las condiciones de salud deterioradas del presidente. Fue así que el propio Chávez escogió a Nicolás Maduro como su sucesor.

La pesada herencia de un país centenariamente monoexportador de petróleo, Chávez no pudo revirarla por completo, la renta petrolera sigue siendo vital para la población de Venezuela. Chávez inició una estrategia de diversificación de los compradores pues hasta su llegada prácticamente todo el petróleo venezolano se dirigía a Estados Unidos. Su política de abrir relaciones con países como Irán, China y otros no sólo implicaba una nueva diplomacia sino un esfuerzo por liberarse de la dependencia de un sólo cliente. Además, una consecuencia inevitable de los programas sociales en la economía fue el disparo de la inflación y la consiguiente devaluación del bolívar que tuvo lugar hace unas semanas.

En Venezuela la situación en pleno cambio político y social de ninguna manera es idílica. Por ejemplo, a pesar del gran avance de los planes sociales para eliminar la miseria y la extrema pobreza, paradójicamente no se ha revertido el gran índice de delincuencia. Caracas es una ciudad tan peligrosa como Río de Janeiro y hay barrios en los que el propio gobierno aconseja no entrar. Pero el proceso en marcha continúa y la muerte del caudillo acelera las decisiones políticas candentes.

Chávez y el chavismo

¿Quién fue Hugo Chávez? En primer lugar ya es históricamente uno de los prohombres de América Latina, de dimensiones similares a la de los grandes del subcontinente. Como toda Venezuela, Chávez fue profundamente influenciado por la revolución cubana. Tejió una gran amistad con Fidel Castro en quien vio un modelo a seguir. Su historia política es similar a la de cientos sino es que miles de revolucionarios venezolanos que desde 1958 protagonizaron gestas revolucionarias estrictamente paralelas a las de la revolución cubana. Desde 1959 el gobierno castrista privilegió su relación con los revolucionarios venezolanos quienes protagonizaron uno de los movimientos guerrilleros latinoamericanos más poderoso pero fracasado en los años sesenta. Chávez, como militar, fue parte de los sectores de oficiales influidos políticamente por los aires de revolución que produjeron líderes como Douglas Bravo y otros.

Ideológicamente respondía a una concepción socialista democrática (en absoluto socialdemócrata) aprendida más que en la teoría (aunque era un devorador de libros) en la práctica directa como hombre fundamentalmente de acción que era. Nada dogmático, hacía gala de un eclecticismo que sorprendía a amigos y extraños por su franqueza. Al mismo tiempo que se declaraba cristiano o humanista o cualquier otro tipo de filiación, podía con la misma naturalidad decirse partidario de la concepción de la revolución permanente de Trotsky. En una de sus ocurrencias políticas más desorbitadas llegó a convocar a la fundación de una Quinta Internacional (¡?) en la que suponía participarían entre otros gobiernos amigos como el de Siria, el de Irán e incluso el libio de Gadafi. Amistades que, por cierto, defendió políticamente hasta lo último siendo este hecho uno de los manchones más evidentes de su historial ideológico compartido con sus amigos más cercanos, los cubanos. Muy posiblemente fueron estos últimos quienes lo convencieron que tal proyecto «internacionalista» era inviable en toda la extensión de la palabra.

Así el chavismo con su bolivarianismo representó y sigue representando la visión política e ideológica de una nación subyugada por el imperialismo que se «levantó y ha comenzado a andar» ¿Hacia dónde? ¿Hacia cuál meta?

Hacia la federación de repúblicas socialistas de América Latina

A diferencia de Fidel Castro que encabezó otro levantamiento de una nación oprimida por el imperialismo estadounidense que culminó con el rompimiento del sistema capitalista y el inicio de la construcción del socialismo en la isla rebelde, Chávez murió dejando inconclusa la revolución venezolana en lo que respecta al rompimiento del sistema capitalista y el inicio de la construcción del socialismo. Su «socialismo del siglo XXI» se quedó como un conjunto de ideas y planes dentro de una lucha que avanzaba poco a poco según sus propias palabras: «avanzar un poco, aunque sea un milímetro, en la dirección correcta, en vez de soñar en utopías». Pero el sistema capitalista puede reformarse hasta llegar a un límite: ese límite es la sacrosanta propiedad privada, el secreto bancario y en última instancia la explotación de los trabajadores como fuente de plusvalía. Y hoy en América Latina no es posible más avances profundos y sustanciales dentro del actual sistema imperante. La «utopía» fue lo que protagonizó el pueblo cubano avanzando más allá del capital en una pequeña isla de menos de quince millones de habitantes sin una gota de petróleo en su territorio. ¿Será utópico concebir que la revolución bolivariana en un país continental riquísimo en petróleo con 30 millones de habitantes avance más allá del capital e implante un gobierno obrero, campesino y de las masas plebeyas oprimidas e inicie la construcción del socialismo? Es este tipo de conquistas «utópicas» las que desde siempre han permitido el avance de la humanidad a estadios superiores de su evolución.

He aquí el reto que enfrentan los sucesores de Chávez, la encrucijada en la que deja la muerte del caudillo a Venezuela. Seguir avanzando con la revolución bolivariana fortaleciendo la auto-organización de las masas populares, en especial de los trabajadores de las ciudades y el campo para construir una Venezuela socialista, independiente, democrática e internacionalista o detener el proceso revolucionario poniendo las condiciones para que se desate más o menos pronto una contrarrevolución apoyada por el imperialismo.

Las elecciones de abril próximo enfrentarán a Nicolás Maduro al candidato de la burguesía más vinculada a Washington, Henrique Capriles. Es casi seguro que Maduro arrasará a esa derecha arrinconada por la oleada roja que ha homenajeado a Chávez y ha jurado defender su herencia. En realidad los peligros más importantes para el futuro de la revolución bolivariana no se encuentran en una derecha pro imperialista descarada sino en el propio campo del bolivarianismo. Son dos los retos que deberán superarse a corto plazo: el de la boliburguesía, o sea por una parte, la nueva burguesía que ha desplazado en gran parte a los grupos oligárquicos de la época del bipartidismo y que necesariamente hará lo que pueda por limitar los alcances sociales de la revolución y por otra parte, el tejido burocrático del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) que es la organización de los sectores políticos dominantes del aparato estatal. Los trabajadores venezolanos no tienen su propio partido, existen sólo los embriones socialistas de éste. La construcción de este partido necesario para el triunfo de la revolución socialista será entonces realizada a la par que se profundice el curso revolucionario.

Por lo demás el ejército, el segundo pilar fundamental del estado actual, sigue siendo un cuerpo profundamente antidemocrático que sin el caudillaje que ejercía Chávez sobre él es otro potencial enemigo de un avance socialista impulsado por los trabajadores.

Entre los innumerables comentarios que han abundado con motivo de la muerte de Chávez, no han dejado de aparecer quienes señalan la semejanza de Chávez con otro de los próceres latinoamericanos del siglo XX, el presidente sobresaliente de la revolución mexicana, es decir Lázaro Cárdenas del Río. Y en efecto puede decirse que el gobierno de Chávez se encontró a medio camino entre el gobierno cardenista del mexicano y el gobierno castrista de Cuba.

El gran revolucionario bolchevique León Trotsky en su último exilio en México, invitado precisamente por el presidente Cárdenas, siempre lo tuvo en gran estima, no sólo por lo que le tocaba personalmente agradecerle, sino que como el gran teórico marxista que era, Trotsky se convirtió en un testigo excepcional de esos años decisivos de México. Así fue como veía con objetividad el papel tan progresista que desempeñó Cárdenas en la lucha por la independencia y la liberación del pueblo mexicano. Con motivo de la expropiación petrolera de 1938, de la cual se convirtió en un gran defensor, Trotsky escribió palabras contundentes aquilatando el valor de la acción cardenista sin regatearle mérito alguno con motivo de las declaraciones delirantes de un senador estadounidense que llegó a decir que Cárdenas estaba proponiendo convertir a México en un estado «comunista-trotskista»(¡?¿!). Decía el viejo bolchevique: «Aunque Stalin se diga comunista, desarrolla en realidad una política reaccionaria; el gobierno de México, que no es para nada comunista, desarrolla una política progresista». (Open letter to senator Allen, 5 de junio1938).

Dicho esto, Trotsky no perdía su brújula marxista cuando se trataba de definir el carácter del gobierno presidido por Cárdenas. Fue así que con motivo de tal definición escribió unas páginas que desde entonces han sido materia de gran discusión por su gran actualidad. Entre oros párrafos incluía este sobre el gobierno de Cárdenas:

«En los países atrasados el capital extranjero desempeña un papel decisivo. De aquí surge la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación con el proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales del poder estatal. El gobierno oscila entre el capital doméstico y extranjero, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le confiere al gobierno un carácter bonapartista sui generis. . Se eleva, como si dijéramos, ya sea haciéndose instrumento del capitalismo extranjero y atando al proletariado a las cadenas de una dictadura policíaca, o maniobrando con el proletariado o incluso yendo tan lejos como para hacerle concesiones, ganando así l posibilidad de conseguir una cierta libertas hacia los capitalistas extranjeros. (La industria nacionalizada y la administración obrera, 12 de mayo 1939).

Como se puede apreciar muchos rasgos de la Venezuela de hoy se reflejan en esta caracterización del bonapartismo sui generis (específico, de género propio, tan particular, muy especial, tan peculiar, etc.) que hizo Trotsky de Cárdenas hace más de setenta años. Una burguesía rentista que no ha desarrollado industrialmente al país, socia menor del imperialismo estadounidense que ha dominado y sujetado a los gobiernos anteriores a 1999 y el de Chávez un gobierno que apoyándose en las masas plebeyas y en especial de los trabajadores conquistó un gran margen de acción independiente, antiimperialista.

Pero a diferencia del caso mexicano en que el bonapartismo se institucionalizó con los bonapartes sexenales priistas, Maduro y el PSUV no disponen de mucho campo de acción para convertirse él en un nuevo bonaparte y el PSUV en un PRI venezolano que pueda institucionalizarse durante setenta años. La situación a principios del siglo XXI de América Latina es muy diferente a la de los años treinta del siglo XX y los sucesores de Chávez se enfrentarán muy pronto a grandes desafíos que definirán el destino de Venezuela y de todo el subcontinente latinoamericano.

El curso ascendente y propicio para la revolución venezolana y latinoamericana en general es el del surgimiento de una república socialista bolivariana que se enfrente a la burguesía tradicional representada por Capriles y que controla espacios estratégicos sin los cuales no puede avanzar la revolución (como son los medios de comunicación), el rápido rechazo a un empoderamiento de los nuevos sectores burgueses (la boliburguesía) a través del PSUV y la neutralización del ejército como potencial fuente de golpes de estado contra el poder popular. La auto-organización de los trabajadores y las masas plebeyas de manera democrática e independiente es la condición sine qua non para garantizar la profundización revolucionaria y la necesaria ruptura con el sistema capitalista que dicho proceso conllevará con la instauración de un gobierno de los trabajadores, de los obreros, los campesinos y del pueblo pobre y oprimido en general.

Con la transformación de Venezuela en una república bolivariana socialista, la alianza con Cuba socialista se solidificará jaqueando definitivamente la restauración capitalista hoy latente en la isla y haciendo posible la unión federativa de las dos repúblicas que será el núcleo y la fuente del proceso cuya gran trascendencia sacudirá al subcontinente, pues las ondas que emitirá pondrán en la agenda histórica la tarea suprema del socialismo en la región, la forja de la futura federación de repúblicas socialistas latinoamericanas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.