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Venezuela en la encrucijada: Visión desde los movimientos sociales

Fuentes: Rebelión

Esta reflexión, compartida con personas de diversos movimientos sociales, intenta mostrar la difícil encrucijada que vivimos hoy en Venezuela.  Tenemos oportunidad de dar un salto hacia un nuevo nivel de socialización, donde seamos protagonistas de nuestras vidas, mientras afianzamos ambientes de equidad, solidaridad y justicia. O podemos virar repentinamente hacia  estadios de capitalismo voraz o […]

Esta reflexión, compartida con personas de diversos movimientos sociales, intenta mostrar la difícil encrucijada que vivimos hoy en Venezuela.  Tenemos oportunidad de dar un salto hacia un nuevo nivel de socialización, donde seamos protagonistas de nuestras vidas, mientras afianzamos ambientes de equidad, solidaridad y justicia. O podemos virar repentinamente hacia  estadios de capitalismo voraz o de socialismo burocrático. Es decir, el camino que escojamos ahora, donde pongamos el énfasis, nos ubicará en el tipo de sociedad que tendremos en el futuro. Los medios y las formas que asumamos desde ahora, más que los discursos y las buenas intenciones, serán los que marquen el rumbo.

Se trata de asumir procesos complejos, difíciles. Hay que tomar decisiones vitales, urgentes, inaplazables, en un entorno de alta incertidumbre, cuando no están claros los puntos de partida (un orden que se disuelve) ni los puntos de llegada (un orden que se construye en medio de la contingencia). Por esto, lo más saludable para todos es abrir al máximo posibilidades de expresión y canales de reflexión, convocando a todos los actores sociales posibles,  y tratar de ver siempre la totalidad, sin perder los detalles, y viceversa. Ni una persona ni un grupo pueden hacerlo solos, por eso lo que conviene es escuchar reflexivamente todos los planteamientos y todas las ideas. De la proliferación de espacios de reflexión compartida se irá avanzando en un ejercicio crítico plural, que marcará los hitos del camino por recorrer.

Miremos lo que consideramos son las principales manifestaciones de esta encrucijada:

1.     Existe una contradicción entre las políticas de estado y el comportamiento de los funcionarios públicos (No todos, por supuesto). Con apoyo constitucional, en el país se han formulado políticas claras que impulsan la participación y el protagonismo social. Se han construido leyes (Cooperativas, Consejos Locales de Planificación Pública, Consejos Comunales), que amparan la organización colectiva, y les dan espacio y sentido en el marco de esta sociedad en tránsito. Por otra parte, existen programas (las misiones, en toda su diversidad), creados puertas afuera de la tradicional burocracia y las mafias que operan dentro de la administración pública, en una búsqueda de alternativas al quehacer institucional. Han proliferado organizaciones de este tipo en muchas partes del país. No obstante, el poder constituido (Ministerios, Gobernaciones, alcaldías, la misma Asamblea Nacional), se ha venido afianzando, asumiendo con frecuencia antiguas prácticas y modos de ejercer el poder, donde predominan la burocracia, el autoritarismo y la exclusión. En ocasiones, el  poder constituido se comporta como gendarme de la corrupción, llegando a practicar la destrucción ambiental. El cuerpo jurídico predominante, que preexiste al gobierno actual,  aún ampara el antiguo estado de cosas. Una consecuencia directa de esto, puede ser la consolidación de una nueva y privilegiada élite socioeconómica, que pondrá en jaque los intentos de consolidar la revolución.

2.     Otro punto de encrucijada, lo encontramos en las fuerzas contradictorias presentes en el modelo socioeconómico donde nos movemos. Se dice que buscamos el socialismo del siglo XXI, mientras vivimos y respiramos el capitalismo neoliberal. La estructura del estado se mantiene intacta, con todos sus vicios y vacíos. Los planes de la nación, oportunamente, procuran capitalizar los recursos provenientes del petróleo y aplicarlos a la consolidación de una estructura industrial firme, que sustente el avance del país. Esto no es nada execrable si de lo que se trata es de dar sustento a un nuevo modelo productivo. No obstante, ello puede contribuir en el  afianzamiento del capitalismo predominante, más aún cuando estamos rodeados de países que hablan socialismo y sueñan capitalismo (Brasil, Chile, y hasta Uruguay). Aún nos queda lejos, en Venezuela, la posibilidad de diversificar las fuentes de producción que nos harían transitar un camino diferente del rentismo, y la acción efectiva para organizarnos colectivamente en el camino de tomar en nuestras manos (las de todos) la economía en todas sus manifestaciones. El Desarrollo Endógeno, hasta ahora, no ha dejado de ser una declaración de buenas intenciones. El Socialismo quedará sólo en el discurso, mientras no aprendamos a producir y a distribuir riqueza, desde la solidaridad, desde el respeto a lo ambiental, con los ojos en lo particular y la mente en la transformación global del planeta.  Esto implica privilegiar el saber hacer en la conformación de sociedades económicas (el sueño de Simón Rodríguez), en todos los aspectos de la vida cotidiana, que nos hagan libres, independientes, autodeterminados, a la vez que cooperantes en la construcción del nuevo mundo.

3.     El tercer punto en la referida encrucijada es un asunto de la mayor importancia. Tiene que ver con la contradicción entre el tiempo largo que una revolución requiere para ser creada y soportada, con el fin de generar y consolidar el piso que sustentará el verdadero poder popular, y las estrategias y estructuras que se han de desarrollar para la consolidación del poder político.  En otras palabras, al estado revolucionario le toca abrir todos los cauces posibles de participación y protagonismo social,  mientras va creando o consolidando estrategias y estructuras para consolidar el poder y defenderse de los enemigos. Y esto es algo muy complicado, puesto que estas estructuras de consolidación del poder pueden terminar anulando la participación protagónica de los colectivos organizados. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la percepción que tienen muchos actores sociales del comportamiento de los partidos políticos que apoyan a Chávez y del Comando Miranda: estas estructuras, según un número significativo de actores sociales, han volcado su trabajo hacia los grandes medios de difusión (por lo que en algunos lugares los llaman revolucionarios mediáticos), mientras intentan intervenir en las comunidades, relegando o atacando a las organizaciones allí  existentes, muchas de las cuales surgieron antes de que Chávez fuera presidente.  Esas estructuras políticas, desde la óptica de las comunidades organizadas, replican la burocracia y la verticalidad de los partidos tradicionales de la IV República. Así, lograron imponer sus candidatos en las elecciones de Alcaldes y Concejales, y en las de la Asamblea Nacional, dejando fuera a auténticos y comprometidos líderes revolucionarios. Otro ejemplo, es la situación creada a partir de la orden del Presidente de crear el Partido Único, que ha traído no pocas suspicacias y angustias, por el comportamiento autoritario y mediatizador de las actuales estructuras de poder.  ¿Qué garantía hay de que el partido único no tienda a hacer lo mismo?

Nunca será suficiente repetir que los cambios sociales jamás son inmediatos, ni fáciles, ni lineales. La existencia de contradicciones y puntos cruciales en el proceso venezolano, lejos de hacernos transitar el pesimismo, nos impulsa a profundizar en la lucha, reflexión por delante. El futuro del país depende de las fuerzas predominantes y de dónde pongamos los énfasis. Si los mercaderes de la revolución enfatizan el modelo social desarrollista, y la verticalidad burocrática que lo sustenta, ese será nuestro futuro. Pero, ¿no depende eso de cómo nos  concibamos a nosotros mismos los movimientos sociales, y cuál papel asumamos en este proceso?

Desde el punto de vista del movimiento popular, suponemos que en adelante existirá burocracia, asimetrías, autoritarismo en el ejercicio del poder constituido, siempre y cuando no seamos capaces de afianzar nuestras organizaciones, de articularnos orgánicamente, de cohesionarnos y actuar como un cuerpo mayor, sin que nadie pierda su propia identidad y especificidad. Nos referimos a una inserción cualitativa de organizaciones de base en la estructura del estado. Hablamos de una contraloría social de grandes dimensiones, con múltiples ojos, desde múltiples lugares, y una disposición a sustituir el poder constituido donde sea necesario hacerlo. Se habla de asumir plenamente el protagonismo en la construcción de una nueva sociedad. Para avanzar en ese camino, el movimiento popular ha de asumir grandes retos. Intentaremos presentar algunos del modo como sigue, señalando que estos momentos no son secuenciales, sino simultáneos:

1.     Desde los movimientos sociales, tenemos que asumir el mirar las cosas desde nuestros propios ojos. Esto puede parecer redundante, pero se trata de cambiar una polaridad de pensamiento. Hemos de ver con intensidad, pasión y profundidad nuestras vivencias, desde nuestra cotidianidad, y no desde modelos que han sido impuestos bajo muchas formas de violencia. Hemos de respirar nuestra ancestralidad (como indígenas, afrodescendientes, latinoamericanos), como seres históricos que somos, con vivencias de raíces milenarias. Hemos de revisar y validar nuestras palabras, nuestro lenguaje popular, de cara a la construcción de la solidaridad y la alteridad. La forma operativa de abordar esto es multiplicando los foros, los puntos de encuentro entre diversos actores sociales, los medios de difusión, para reflexionar permanentemente sobre la realidad que vivimos y nuestro compromiso con ella; sobre el ser y la pertinencia de los movimientos sociales y su aporte al proceso de transformación donde nos movemos.  Escribir papeles, soltarlos al viento, emplear el diálogo permanente a la máxima potencia.

2.     Hemos de revisar nuestra práctica y ver cuánto hay en ella de lo que rechazamos: burocracia, centralismo, autoritarismo. Hemos de vivir con pasión, y practicar diariamente el ejercicio de la crítica y la autocrítica.  Crítica a toda situación, o comportamiento de los diversos actores sociales, incluyéndonos, desde la posición o el cargo que desempeñemos, con el fin de problematizar (nos) hasta dónde estamos reproduciendo los modos de vida de la dominación, y hasta qué punto somos incongruentes entre nuestro decir y nuestro hacer. Para hacer esto, es conveniente confrontarnos con la literatura que critica  nuestro estadio civilizatorio y la modernidad, así como acercarnos a otras formas de vida diferentes de las nuestras (por ejemplo, las de los indígenas), así como a fuentes científicas (Ecología, la física contemporánea) y espirituales (el cristianismo primitivo, las tendencias místicas, el pensamiento oriental, etc.). Ello ayuda a desacondicionarnos del aquí y el ahora en que vivimos sumergidos, y a visualizar nuevas formas de ser y de vivir.

3.     Hemos de asumir la educación permanente, desde y hacia nuestra vida cotidiana. Desde la crítica y autocrítica permanentes, construiremos en nosotros mismos (como señalaba Mahatma Gandhi) los modos de vida que deseamos para toda la sociedad: solidaridad, cooperación, creación constante… No pensar por la gente, construir con ella; desarrollar metodologías apropiadas de promoción de acciones sistemáticas y permanentes, y de investigación de la realidad que vivimos; sistematizar la experiencia y compartirla con todas las personas posibles. Constituirnos como equipo transdisciplinario, entendiendo que la verdadera transdisciplinariedad es la vida. Esto puede lograrse si los propios movimientos sociales desarrollan procesos formativos constantes, de modo consciente y sistemático, para sí mismos, y para los otros, hasta ir conformando redes de aprendizaje cada vez más fuertes y amplias. Y, desde aquí, ir a negociar intercambios sistemáticos con centros tradicionales de conocimiento, tales como las universidades, fundaciones y escuelas profesionales de formación.

4.     Hemos de construir un tejido social, un liderazgo compartido desde lo cotidiano. Vivir diariamente y en todo momento un estado revolucionario, asumir nuestra propia interlocución, en el entendido de que somos nuestros propios voceros. Generar y fortalecer una red de intercambio permanente con otros movimientos, mediante el diálogo de saberes, empleando diversos medios. Las comunidades deben decir cuál es la nueva institucionalidad, y empujar los procesos sociales en esa dirección, asumiendo de paso una auténtica contraloría social. Generar estructuras que sustenten el poder transformador. Y, desde allí, abrir diálogo con el poder constituido, prefigurando la sociedad que queremos.