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Lo relojes blandos del oportunismo

¿Venezuela en «medio tono»?

Fuentes: Rebelión / Universidad de la Filosofía

Algunos creen que se debe hablar en «tono alto» sobre Venezuela cuando no se corre riesgo de quedar «pegado» a los estigmas que reptan contra la Revolución por todas partes. Algunos profesan «audacias revolucionarias» cronometradas con el reloj subjetivo de sus conveniencias administradas. Algunos se sienten dueños de una sensibilidad superior desde donde dictaminan cuándo […]


Algunos creen que se debe hablar en «tono alto» sobre Venezuela cuando no se corre riesgo de quedar «pegado» a los estigmas que reptan contra la Revolución por todas partes. Algunos profesan «audacias revolucionarias» cronometradas con el reloj subjetivo de sus conveniencias administradas. Algunos se sienten dueños de una sensibilidad superior desde donde dictaminan cuándo queda bien, cuándo conviene, cuándo es oportuno prodigarse en loas y cuándo es mejor quedarse calladitos porque «la mano viene dura». Sin dejar de estirar la propia mano.

No pocos le reclaman a Venezuela, desde santuarios con sedicente autoridad, qué debe hacerse en tal o cual circunstancia; qué debe decirse y en qué ocasión; qué medidas hay que asumir para resolver qué desafíos. Se las saben todas mientras en sus localidades no organizan ni una piñata. No pocos se vuelven «asesores», «catedráticos» o «diplomáticos» para explicarle a la Revolución Socialista de Venezuela qué rumbos le conviene tomar, qué políticas debe impulsar o qué inversiones debe hacer. Mientras en casa brilla por su ausencia semejante genialidad asesora.

Pero lo más perturbador no es el desfile de los «asesores» y los «sabelotodo», lo más desconcertante es el silencio de muchos de ellos cuando más falta hace que abran la garganta y clamen en defensa de la Revolución de Venezuela. No pocos declaran a » sotto voce «que «no es momento», que se deben bajar los «decibeles», que mencionar a la Revolución Venezolana espanta votos, asusta al pequeño burgués y nos deja «pegados» con el «chavismo. También en la «izquierda» hay prejuicios » pequebu «.

Algunos son expertos en confundir la táctica con los principios. Creen que se hacen un gran favor si se muestran, cautelosos y reservados, como aves que cruzan el pantano sin manchar sus inmaculadas alas militantes. Dicen que «hay que bajar un cambio», desacelerar el discurso, morigerar las proclamas y suavizar las pasiones. Algunos de esos militantes han sido testigos y beneficiarios de las no pocas ayudas que Venezuela revolucionaria ha impartido a los cuatro vientos (no pocas de ellas decisivas para la sobrevivencia de millones de personas) y muchos han sido protagonistas o responsables de articular una variedad enorme de iniciativas en las que la balanza de los beneficios ha tenido inclinaciones exógenas antes que endógenas para la Revolución. De ellos también han salido vocecitas (que antes fueron vozarrones) diciendo «hay que ser cuidadosos» ahora porque Venezuela nos deja «pegados». «Ahorita necesitamos votos».

No es falso que los dispositivos de Guerra Económica e Ideológica (y su red mundial de «medios») se ha encargado de infestar el planeta con prejuicios de todo tipo contra la Revolución Venezolana y especialmente contra el presidente Nicolás Maduro. No es falso que ha sido una ofensiva intensiva y prolongada y que han logrado estratificar los prejuicios en sectores muy diversos, incluidos los de cierta izquierda oportunista y reformista. Es verdad que no pocos sectores del «electorado», (de los votantes) ha sido saturado con modelos de «plus-mentiras» en la andanada de «Fake-News» que la burguesía internacional desató para destruir a la Revolución Venezolana; y es verdad que ha surtido efecto repelente , en no pocas cabezas, el sólo hecho de mencionar a Maduro o a Venezuela. Algunos temen, incluso, que los despidan de sus trabajos o de sus círculos cercanos, por mostrar alguna simpatía «chavista». ¿Y entonces qué? ¿Nos quedamos mudos?

También es cierto que desde algunos frentes activistas, en colectivo o individualmente, se desarrollan posiciones críticas relacionadas con una parte (o con el todo) de la Revolución, y es verdad que al fragor de la metralla que ataca a la Revolución no es mucho el tiempo, el interés o la concentración para agotar el debate y sacarle el mejor jugo proactivo a las muchas criticas inteligentes que realmente contribuyen a perfeccionar y completar la Revolución. Pero en ese escenario de cuelan muchas pedanterías y patanerías (¿hace falta ponerle nombre?) que una vez fueron «solidarias», que creyeron llevar a Venezuela el maná de su sapiencia y nunca fueron suficientemente venerados. Ahora despotrican y azuzan la inconveniencia de apoyar a la Revolución Venezolana porque los estigmas se contagian. Recomiendan «bajar la voz». Salen en la tele y publican sesudos tratados.

Hasta el más amateur de los pugilistas sabe que donde duele hay que golpear más. Estamos en una Guerra Económica e Ideológica, contra nuestros pueblos, y cualquier acción certera que nos permita avanzar será necesario repetirla con creatividad y energía crecientes. La asimetría mediática, y todas las derrotas que hemos tenido en esa materia específica, no nos ha permitido elaborar la autocrítica necesaria (y suficiente) para producir un programa de unidad comunicacional, internacionalista, donde las tareas no dependan de lo que digan los gobiernos ni las burocracias porque, en materia de revolución de la Comunicación, hay una diferencia política sustancial entre lo Público y el Estado.

En esas condiciones no es el silencio, ni el «medio tono», ni la «discreción» discursiva… lo que nos permitirá afianzar las tareas de comunicación revolucionaria; lo que nos permitirá expandir las fronteras de las ideas revolucionarias o ganar adeptos. No es con devaneos convenencieros de coyuntura con lo que resolveremos las debilidades (o los errores) que en materia de comunicación venimos acarreando y no será con «censura progre» con lo que «ganaremos votos», por más «políticamente correcto» que parezca callarse para quedar bien con las cúpulas inmaculadas. Más papistas que el Papa.

Lo peor es silenciar las Revoluciones porque es lo que ansía la burguesía. Silenciar revolucionarios con toda clase de superchería oportunista o, mejor dicho, charlatanería de «sabihondos». Hay que desconfiar sistemáticamente de todo termómetro oportunista que nos obligue unilateralmente a «bajar el tono» con el argumento de que «ahorita no nos conviene». Tales decisiones tácticas y estratégicas sólo competen a los pueblos, a la base trabajadora, organizados en la lucha con un programa Revolucionario. Como es el caso de Venezuela y de su Asamblea Nacional Constituyente, Anti-imperialista y Revolucionaria, que lejos de apetecer silencios, o mojigatería de discursos, necesita hoy del clamor mundial y de la solidaridad internacional a todo pulmón. A toda creatividad, a todo humor y a toda frescura. Que no nos gane el silencio.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.